jueves, 17 de marzo de 2016

Una mujer desconfiada 3ª parte

11.
El lunes el inicio de jornada fue lento pero el ritmo de trabajo se hizo intenso al transcurrir las horas.  Fernanda citó a todos a reunión para la tarde, momento en que comenzarían a encaminarse los proyectos.
Marina llegó temprano pero luego se fue hasta el mediodía, ya que un grupo empresarial solicitó los servicios de la empresa.  Los contactos realizados las primeras semanas comenzaban a dar sus frutos.
Esto dio oportunidad en la mañana para que Marta y María Paz pudieran intercambiar impresiones del evento del viernes anterior. La primera estaba indignada por la actitud desprejuiciada de Marina y así lo manifestó.
–Es una fresca, te digo. Coqueteó con el jefe toda la noche y al fin logró lo que quería, pescarlo.  Se fueron juntos, los vi muy acaramelados.
Este dato no hizo más que confirmar lo que Paz había imaginado.  Y a pesar de ser así, esto la molestó.  Le hubiera gustado que Marina no tuviera la conquista tan fácil.  – Picaflor y sin escrúpulos, tentando a todas a su alrededor.  Poco se puede esperar de un hombre así – dijo en su fuero íntimo.
–Bien Marta, es probable que tenga un plan con él.  Es un muy buen partido, ¿dicen eso aquí no? 
–Claro que lo es.  Me fastidia esta mujer, podría disimular un poco sus intenciones.
–Ella es decidida y va al frente.  Y él no debe haberse resistido, ¿no?  También debe estar acostumbrado a que las mujeres caigan a sus pies.– Mientras así hablaba notó que Marta callaba y la miraba con ojos muy grandes.  Sin darse vuelta supo que a su espalda estaba Leandro.  Esto la hizo sonrojar.
–Buenos días señoritas– dijo él afablemente, haciendo como si nada había escuchado.– Veo que todavía no comienzan el trabajo.
Marta se disculpó y esgrimió  la excusa de hacer una llamada dejando a María Paz sola.  Esta con sequedad inquirió a Leandro si podía ayudarlo en algo.  Este estaba encantado para sus adentros.  Por fin había visto algo de pasión en la muchacha, y estaba vinculada con él.  Más allá que no había sido una frase halagüeña, parecía hasta de mujer celosa. 
–Si puedes ayudarme– le contestó– Ya le pedí esto a Fernanda por teléfono. Necesito tu ayuda ahora en la mañana.  Voy a una reunión y mi secretaría está enferma.  ¿Podrías acompañarme y hacer las veces de mi asistente?  No te pediría esto si tuviera otra opción.– El tuteo en él se había naturalizado.
–Por supuesto, claro. – Tomó su bolso y siguió al hombre.  La ponía nerviosa tener contacto más frecuente con él y a la vez le gustaba.  Lo miró caminar adelante y volvió a tener la sensación de calor de otras veces.  Espalda ancha, trasero apretado en pantalones oscuros, piernas largas y musculosas.  Era todo una muestra de belleza masculina.
–Vamos por el ascensor de servicio así nos lleva al estacionamiento– interrumpió él su pensamiento.
Una vez en el coche Leandro le explicó detalles de la reunión y le solicitó tomar notas rigurosas de la misma, pues había aspectos económicos y técnicos que después querría revisar.  Ella asintió con seriedad.
Para Leandro esta era la oportunidad de escudriñar mejor a esta mujer, verla en plena tarea y además gozar de su presencia.  No estaba seguro de si esto era bueno o malo a largo plazo, pero no podía evitar las ganas de acercarse.  Por eso había pensado en ella ni bien supo la enfermedad de su asistente.  No había habido otra idea en su mente. 
Ambos pretendíeron naturalidad y superación, pero se miraban furtivamente cada vez que podían, procurando que cada detalle quedara en sus retinas.  Hablaron muy poco y durante la reunión él demostró ser una persona muy eficiente, cerrando un trato conveniente en tiempos y dinero para su empresa.  Esto daría oxígeno a la misma, era un trabajo corto pero  sustancioso.
Al regreso, ya al mediodía, Leandro estaba de muy buen humor y se le notaba.  Esto gustó a Paz, que veía el rostro distendido del hombre y notaba cuanto se suavizaba.
–¿Pasaste bien tu fin de semana?–   preguntó él inesperadamente.
–Si gracias, le contestó ella.
–¿Qué hace una extranjera sola y sin familia los días libres?– le inquirió.  Quería saber si lo corregía, si le mencionaba alguien.  Quería conocer si existía un hombre en su vida.
–Bueno, soy muy casera, me gusta disfrutar de mi lugar.   Y a veces paseo por la ciudad buscando conectarme con ella y sus encantos.  Me gusta sentarme a observar a la gente ir y venir.
–No parece de los planes más interesantes– le acotó el,  encantado de confirmar la soledad de la muchacha.
–De personas poco interesantes no se puede esperar demasiado, ¿no lo cree usted así?
–SI algo no diría sobre ti es que eres poco interesante, por cierto–  La respuesta impertinente de Paz no le disgustó, por el contrario.  Era la contestación de una provocadora, aunque se mostrara tan mansa. 
En ese momento arribaron a la empresa y al estacionar y descender se encontraron con Marina que volvía de su reunión. 
Ella se sorprendió aunque no lo demostró.  Saludó a ambos, y con total naturalidad besó a Leandro en la mejilla, tuteándolo.
Esto incomodó a Paz pero tampoco dio muestras exteriores de ello.  Todos juntos subieron y mientras el ascensor se movía, Marina charlaba con Leandro exagerando las cercanías entre ambos, en un gesto que incomodó al hombre.  Le gustaba esa mujer, pero le molestaba que fuera tan explícita acerca de lo que ambos tenían.
Para Marina esto no era más que marcar territorio ante Paz.  Si bien no la consideraba rival para ella pues la veía anodina e inocentona, no era mujer de dar ventajas en ningún campo, y menos el sentimental.
Una vez que ambas ingresaron a la oficina y lejos ya de Leandro, se ignoraron mutuamente.  La relación entre ambas había pasado de indiferencia a tensa.
No hubo casi tiempo libre, dado el apuro de Fernanda por comenzar la planificación de los trabajos.  Paz y Marta comieron unas ensaladas e ingresaron a la sala de reuniones primero que nadie.  Inmediatamente arribó Fernanda escoltada por Franco y Marina.  Venían ya delineando y ordenando las tareas.
Lo primero que les comentó Fernanda fue su intención de trabajar horas extras para adelantar tiempos y ofrecer los servicios en el tiempo requerido.  Esto fue bien aceptado por todos ya que comprendían la importancia de los primeros proyectos.  Posteriormente se mostraron los trabajos requeridos, los tiempos y las exigencias de los clientes.  Comenzó a darse una animada discusión en torno a los mismos. 
Paz fue tomando nota de todo y en un impasse ordenó las ideas sueltas en una pizarra en un intento de dar cohesión a las mismas.  Entre signos de pregunta anotó lo que no había sido concretado o ideas incompletas y lo que estaba definido en otro color.  Se animó también a hacer una sugerencia que se le ocurrió entonces, en relación a la ambientación exterior de una de las empresas cliente.  Esto fue porque recordó algo que había escuchado en una de sus salidas de excursionista y que le pareció podía ser utilizado aquí.
Cuando se reunieron nuevamente su esquema allanó caminos para la toma de decisiones, pero lo que pretendió ser un aporte fue duramente cuestionado por Marina, que vio en ello la oportunidad de atacar elegantemente a Paz. –Esto corresponde a Franco, es él quien tiene los conocimientos técnicos para esta tarea–argumentó con vehemencia.
Paz se sonrojó y disculpó –No pretendí ser  arrogante ni ejercer el trabajo de los demás, me disculpo si pareció así.  Claramente respeto el trabajo de Franco.
Este sonrió afablemente y con total normalidad le expresó a Paz que no veía eso como una intromisión y por el contrario, le gustaba la idea.  Podía mejorarla y agregarle detalles y probablemente funcionaría.
También Fernanda vio el potencial de lo sugerido y lo aprobó, a la vez que procuró limar asperezas.  Una vez concluida la reunión de trabajo todos se fueron, excepto Paz que se quedó ordenando la sala.  Fue entonces que Fernanda  charló con ella y le hizo  saber nuevamente que sus ideas eran apreciadas.  Le agradeció el gesto, aunque el sabor amargo del mal momento que Marina le hizo pasar la persiguió por varias horas.



12.
Esa misma tarde Leandro decidió avanzar en su pesquisa por lo cual programó caer por sorpresa a la obra del centro y charlar con los trabajadores.  Quería especialmente ubicar al viejo capataz e inquirirle a fondo.  Pero trató de sofrenar su ansiedad, conminándose a contenerse y no mostrarse muy ansioso.  Debía ir despacio para poder saber mejor lo que realmente ocurría y una forma era “hacerse el tonto”.
A las dos estaba estacionando su coche en el parking del frente y durante un rato observó los movimientos sentado en las afueras de un café.  La temperatura era elevada y había poca brisa.  Los obreros se movían morosamente levantando pared, acarreando materiales, maniobrando la grúa.  La estampa clásica de una obra en construcción.  Cruzó la calle e ingresó a la oficina portátil que estaba montada al centro del lugar.  Allí estaban los principales conversando con el arquitecto a cargo, y los tonos eran elevados.  Ante el saludo de Leandro los ánimos se calmaron pero al cuestionar este los motivos del conflicto, la discusión se reavivó. 
El nudo del conflicto era el derrumbe de dos paredes ubicadas en la zona intermedia del edificio en construcción, hecho que el arquitecto atribuía a un trabajo mal realizado y los capataces a cargo a problemas de la estructura en sí.  En suma, las dos partes se responsabilizaban mutuamente.  Esto provocó la furia de Leandro y solicitó inmediatamente revisar el lugar del derrumbe.  Le alivió saber que no había heridos, esta fue su primera preocupación.  Pero le parecía inconcebible que se dieran situaciones tan básicas en una empresa como la suya, que tenía décadas en el área de la edificación.
Mientras iban ascendiendo por las escaleras y pasajes provisorios, observaba cada detalle.  Cuantos obreros por piso, materiales visibles, maquinarias y herramientas.  Al llegar al lugar le sorprendió que aún no habían despejado el mismo: todo el ladrillo y cemento aparecía en un desordenado montón. Al costado dos peones sentados sin disposición de ningún tipo, lo miraron socarronamente.  Ante el requerimiento de uno de los capataces, se movieron lentamente a retirar los escombros. 
Todo esto dio mala impresión a Leandro, daba idea de desorden y desidia.  A medida que recorría más le parecía percibir desgano y trabajo lento.  Al llegar al último piso que estaba siendo levantado se topó con quien quería hablar. 
–El viejo Lucas, le dijo cariñosamente, a la vez que lo abrazaba y palmeaba la espalda.  Este lo saludó afectuosamente;  Leandro iba con su padre cuando niño a los edificios en construcción y era como una ardilla, siempre por los rincones mirando y tocando todo.
El joven agradeció a sus acompañantes pero les pidió que volvieran al trabajo, ya que no quería retenerlos más.  Esto le dio oportunidad de intercambiar impresiones con Lucas.  Directamente le preguntó cómo iba todo y que le parecía la obra.  Ante esta encuesta Lucas respondió con brevedad y exactitud, tal como era su estilo.
–Esto va lento y muy accidentado.  Parece ser una constante en las últimas obras que hemos encarado.
Y si bien no dijo más que esto para Leandro fue revelador.  También percibió en los gestos de Lucas que era renuente a continuar conversando.  Una inspección visual rápida le permitió ver a los obreros que ya había cruzado antes en el piso del derrumbe, que estaban ahora en la  sección de Lucas, sin una tarea específica a realizar.  Le pareció sospechoso.  Se despidió del capataz con saludos para su familia y decidió que su próximo movimiento debía ser encarar al hombre fuera del trabajo.
No era Leandro hombre de pensar en complots, pero cada vez veía más oscura la trama.
De vuelta a la empresa buscó los datos de Lucas porque si bien lo conocía hacía muchos años no sabía su dirección ni tenía su teléfono.  Esa noche lo llamaría, decidió.
En tanto se permitió dejar vagar su mente un rato antes de continuar en la revisión de datos y números de otras obras que tenía la empresa en ejecución.  Lo asustaba en parte descubrir que una falla podía ocasionar una debacle financiera.  La fortaleza  de  hoy podía ser la endeble situación del mañana si no cuidaba la imagen de prestigio y responsabilidad que su padre había cultivado con duras décadas de esfuerzos.   Ese era el capital fundamental de la compañía y de ahí su preocupación.
Su mente derivó luego a cuestiones más mundanas.  Marina estaba espectacular hoy sin ningún margen de dudas.  Tendría que llamarla para verse nuevamente.  Lo había sorprendido un tanto el gesto casi de propietaria que había ensayado en la mañana, máxime en frente a Paz.  Pero no era nada que no pudiera lidiar.  El no tenía intenciones a largo plazo y ya vería como dejárselo claro.
Por otro lado, la figura de Paz cada vez calaba más hondo en él.  Con un resoplido borró toda idea profunda y se levantó, decidido a proceder y no dejarse atribular por sentimientos.
Esa noche llamó a Lucas, lo cual no pareció sorprender a este. 
–En realidad estaba esperando su llamado, le dijo. –Conocí mucho a su padre y lo persistente que era, no dudo que eso lo heredó usted.  Le vi la mirada hoy y creo que anda detrás de algo. ¿Me equivoco?
–No te equivocas Lucas.  Estoy francamente preocupado por el avance de las obras.  Pero me gustaría charlar esto personalmente si te parece. 
–Claro, no hay problema.  Si usted quiere en mi casa, no hoy porque estoy comprometido.  Pero mañana en la tardecita lo espero.
Así definido para la próxima jornada el encuentro Leandro se calmó y enfocó en el trabajo.
Al final de la jornada Fernanda se acercó a pedirle la llevara a su casa pues tenía su coche en reparación.  Ya en el trayecto le relató los sucesos del día, haciendo énfasis en lo productiva que le había parecido la reunión de trabajo con su equipo y los avances registrados.  Si bien en su narración el episodio entre Paz y Marina estuvo en segundo plano, para Leandro resultó de interés.
–¿Hubo intención de pasar por encima del trabajo y puesto de tu arquitecto en la secretaria?  Sería algo inconveniente si no puede ocupar su lugar– Dicho esto esperó respuesta y deseó que no fuera así.  No le gustaría descubrir el rasgo de la soberbia y mala fe en María Paz.
–No, de ningún modo.  En cierta manera la responsabilidad es mía pues la he alentado a participar activamente.  Es que le veo potencial más allá del puesto que ocupa.  Tiene un ojo especial para el diseño, me gusta.
–Pues ándate con cuidado. Lidiar con los celos entre tus empleados puede ser una tarea compleja.
–Realmente no creo llegue a mayores.  La susceptible fue Marina que es un tanto quisquillosa.  Aunque contigo no debe serlo ¿no?
Leandro rio ruidosamente y desvió el tema.  Aprovechó el momento para relatar algunos detalles de su preocupación a Fernanda.  Le parecía que ya era tiempo que su hermana participara más directamente en los asuntos globales de la compañía.  Y era un oído atento e interesado. 
Para Fernanda esto fue un gesto muy importante y le dio el valor que tenía.  Su hermano confiaba en ella y la ponía a otro nivel.  Ya no tanto la hermanita menor que había que tener entre almohadones.
–Me parece bárbaro que te muevas de esa forma. Lucas siempre fue hombre de confianza de papá.  Hablando de este, ¿no piensas comentarle nada?
–Aún no.  No tengo claridad todavía.  Cuando los datos sean más precisos le contaré sin más, 
–Entiendo, no quieres preocuparlo.  Pero ten en cuenta que él es más fuerte y duro que nosotros juntos.  No en vano creó esto de la nada.
–Si lo sé, sin duda es así.  Y tú vas camino a ser como él, hermanita.  Tu emprendimiento levantó vuelo con fuerza.
–Estoy contenta, veremos cómo avanzamos– finalizó el tema Fernanda. 
Al llegar a casa ambos entraron y la madre se encantó de ver a Leandro.  La cena fue preparada diligentemente para retener a su hijo mayor.  Le encantaba tenerlo en casa, aunque fuera por un rato.



13.
El día siguiente comenzó con total normalidad en la oficina, todos trabajando en alguna arista del proyecto que había sido definido como prioritario por todo el equipo.  Franco y Marta diseñaban mano a mano, tirando líneas sobre las hojas y mesas en una febril actividad y en consulta directa con casas de proveedores de distintos insumos necesarios.  Había un conjunto amplio de novedades en el mercado y querían combinar lo bueno de lo clásico con la potencialidad de los nuevos materiales, especialmente sintéticos.
Marina no abandonaba el teléfono buscando coordinar nuevas entrevistas con medios de prensa, empresas del área del diseño, etc.
Paz en tanto organizaba toda la información necesaria, se encargaba de la correspondencia, coordinaba las áreas entre sí y con el resto de la compañía. 
Lo que ella consideró un exabrupto el día anterior estaba superado por ambas ya que Marina había solicitado disculpas y le comentó no había sido con intención de herirla sino de clarificar roles.  Esto fue suficiente ya que ambas eran profesionales y creían en la necesidad de trabajar en forma armónica.  No significaba ni por asomo que la simpatía entre ambas se hubiera establecido pues se veían diferentes y en el caso de Marina, la veía como un escollo en su camino frente al jefe.
Este ingresó sobre el mediodía a ver a su hermana y saludó afablemente a todos, interesándose por el trabajo en curso.  Los felicitó e incentivó a continuar, realmente satisfecho de la marcha de todo. Mientras lo hacía Marina se apoderó de la conversación y de su figura y lo llevó hacia su rincón en la oficina con la excusa de consultarle sobre algunas empresas de las que tenía dudas.  La familiaridad con la que lo trató y la docilidad de Leandro ante ella convencieron a todos que su relación trascendía lo laboral, tal como sospechaban.  Esto provocó desilusión y cierto dolor en Paz. Aunque no quiso reconocerlo ante sí misma.
Leandro charló con Marina animadamente mientras observaba disimuladamente a Paz.  La joven aparecía reconcentrada en su computadora, el rostro ceñudo y adusto.  Su rostro cambió cuando Marta y Franco la llamaron para hacerle una consulta.  A Leandro le pareció demasiado amigable la actitud entre Franco y ella realmente. 
 Esto se interrumpió con la aparición de Fernanda que un poco en serio un poco en broma le pidió a Leandro que se fuera pues los empleados se distraían con su presencia.
Al mediodía Paz fue sola a almorzar pues Marta estaba muy ocupada.  Se sentó en su lugar ya de costumbre y mientras examinaba la carta para elegir algo diferente sintió que alguien se sentaba de golpe a su lado.  Al levantar la vista se encontró con Leandro que la miraba seriamente mientras la saludaba.  Ella contestó cortésmente pero algo envarada. Siempre la sorprendía y no encontraba un dialogo cómodo.
El estaba en una actitud un tanto fría y al tiempo que le preguntaba ciertas intrascendencias la observaba.  De pronto decidió preguntarle sin peros lo que le interesaba.
–Franco parece un joven muy eficiente y trabajador.
–Lo es, contestó Paz–  Y además muy agradable y considerado.
–Si me pareció verlos en actitud por demás amigable—ironizó él. 
Esto provocó que Paz se sonrojara a la vez que un gran enojo la embargó.  ¿Quién creía ese hombre que era?  La sugerencia de su voz le indicó sin dudas que creía que ella y Franco tenían algún tipo de relación extra laboral.  Su respuesta fue rápida y muy airada.
–No sé a qué se refiere usted con eso, yo trabajo con toda la seriedad y trato de ser parte del equipo.
–Ah sí y pareces muy integrada.  Franco te miraba con cara embobada.
–Mire– le espetó Paz– ¡No sé que busca usted con esto, pero no le voy a permitir nos ensucie!  Somos buenos colegas.
–Lo comento porque no es bueno las relaciones entre compañeros de trabajo.
– ¡Usted es el menos indicado para hacer un comentario de este tipo!  ¡Qué cinismo por favor! ¡Todos en la oficina sabemos de su relación con Marina, no han sido para nada discretos con eso!
No había finalizado de decir estas palabras ya se estaba arrepintiendo de su arrebato.  Le podía costar caro.
Pero Leandro luego de la sorpresa inicial por la vehemencia de la joven continúo la conversación en la misma línea.  Es que si bien quería contenerse y mostrarse indiferente, lo molestó la familiaridad entre Paz y Franco.  Y le gustó ver que a la primera la afectaba su relación con Marina.  Por ello continuó espoleándola.
–Muy lindas declaraciones de principios, pero no me has respondido acerca de tú y Franco en realidad.–  
–Yo me dedico a trabajar, que es para lo que me contrataron.  No me gustaría que todo lo que usted dice fuera en busca de una excusa para despedirme.– Al tratarlo de usted procuró poner un freno y calmarse.
–Lo que menos me interesa es despedirte.   Eso le corresponde a Fernanda.  Y a mí me gusta verte por aquí, por si todavía no lo tienes claro.
Dicho esto se levantó pero antes de retirarse se acercó a la muchacha y tomándola de la barbilla le dio un suave beso en los labios. 
Para Paz la sorpresa fue tal que no pudo reaccionar y aun luego de haberse retirado él, su estupor era mayúsculo.  No podía creer que Leandro le hubiera confesado que le gustaba y la hubiera besado de esa forma.   Quedó por varios minutos como alelada y luego reaccionó al venir el mozo para tomar la orden.  Poco a poco fue calmándose y barajando ideas.  Tan atrevida actitud venía de una arrogancia grande, pensaba.  Tal vez creía que ella era un juguete más del cual podía disponer, al igual que lo hacía con Marina.  Pero ella no lo iba a permitir, no le importaba el costo.  Por otro lado, no podía dejar de reconocer la ternura del gesto y cómo la había sacudido.  El la movilizaba y hacía sentir lo que hace mucho no experimentaba. Nervios, mariposas en el estómago, calor, no sabía cómo definirlo.  Todo junto.  Suspiró y decidió almorzar.
Por su parte Leandro se fue rápido y al principio eufórico por el beso y la confesión.  Había sido espontáneo y se dejó llevar por el ímpetu de la conversación.  Luego comenzó a arrepentirse, más que nada porque no sabía qué pensaría la mujer.
 –Es probable que me vea como un atrevido y aprovechador,–se dijo.
Había sido un inconsciente, y su gesto podía interpretarse como acoso, sin duda alguna.  Y no era para nada su intención.  Entonces recordó que había decidido averiguar más sobre el trabajo previo de la joven y puso manos a la obra.  Se contactó con la oficina de personal y les solicitó averiguaran detalles de la empresa.  Ya se encargaría él de contactarse personalmente.
Seguidamente se dedicó a las tareas del día, que lo absorbieron hasta la tardecita, en que se trasladó a la casa de Lucas, tal como habían acordado.  Estuvo expectante hasta que llegó.  El capataz lo esperaba y lo invitó a pasar con calidez...  Su casa era modesta pero muy bien conservada y adornada.  Le presentó a su esposa e hijos que lo saludaron muy atentos.  La mujer lo invitó con un café, cosa que agradeció.  Luego pasaron al jardín con Lucas y la charla derivó hacia el pasado.  Vívidas imágenes atravesaron la mente de Leandro al escuchar al hombre.  Su padre había sido un asistente inveterado en todas las obras, sin dejar detalle por chequear.  Incluso a veces sacrificando tiempos familiares o mezclándolos: ¿cuántas veces fue para mí una fiesta ir con él al trabajo y pasar horas?–recordó.
Las memorias trajeron risas y el diálogo fluyó diluyendo los años de escaso contacto. Fue entonces que Leandro decidió contar a Lucas todas sus dudas y sospechas, citándolo como la única fuente fiable con la que podía contar.
Esto emocionó al viejo obrero, quien le dijo que varias veces había estado por llamarlo pero se había arrepentido porque no tenía certezas ni pruebas, más bien dudas y detalles que no le convencían en la marcha de la obra.
Leandro lo alentó a continuar  al decirle que todo lo que pudiera informarle le servía.  Entonces Lucas le contó acerca de dos obreros que solían trabajar más bien poco y que siempre estaban en la carga y descarga de camiones con materiales de trabajo y herramientas.  Eran de extrema confianza del segundo capataz general y Lucas sostuvo que no sabían nada de la tarea de construir.  Cada vez que habían tenido que suplantar a alguien habían hecho desastres realmente.
Además encontraba extraño algunos accidentes tontos que habían retrasado el cronograma en forma notable.  En todos había estado alguno de ellos mezclado.  No se llevaban bien con el resto del personal pues hacían alarde de una supuesta posición privilegiada.  Y si bien su grado laboral no era nada extraordinario, en la práctica tenían mayores prerrogativas.   –Hay días que no vienen y no hay sanción para ellos.  Se comenta además que no hay descuentos en su salario. 
–Todo eso suena muy extraño ciertamente.  ¿Nunca los habías visto antes?
–Ya en la obra anterior estuvieron pero no fue tan evidente todo lo que te cuento.  Hoy día son personajes poco estimados por los demás. 
–Si claro, puedo imaginarlo. 
–Es que el resto de los obreros ha comenzado a relajar su trabajo influido por la impunidad con que actúan los otros.  Es una cadena.
–Me dejas muy preocupado.  Una cosa que parece bien clara es la falta de monitoreo de las jerarquías.  Y la verdad me incluyo. Pero ¿cuáles son tus sospechas reales?
–Las mías y de algunos otros es que están desviando materiales y los venden.  Pero también que algo más traman, porque involucrarse adentro de la obra implica otras intenciones más profundas.
–¿Alguna hipótesis?
–Ahí ya no se bien.  Va a tener que jugar al detective.
–Si Lucas,  lo voy a hacer sin demora.  Te agradezco infinitamente lo que me contaste y veré como prosigo.
Se despidieron amigablemente y Leandro se fue pensativo, tratando de organizar sus próximos pasos.  Al llegar a su casa se duchó y se durmió.  Los acontecimientos del día lo habían agotado.



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