1.
Una
vez más el amanecer la encontró adormilada sobre la mesa de la cocina, al lado
de una taza de té ya frío que pretendió ser magro consuelo en una noche para el
olvido. Otra vez como toda la semana.
Las horas, los días, se le hacían borrosos, como
rayos ante sus ojos. Su mente trabajaba
constantemente, aquilatando lo sucedido, buscando porqués, mirando los
distintos ángulos del asunto, y sabiendo que se acercaba el momento de una
decisión drástica. No era la primera vez
que su mundo parecía desvanecerse como
arena entre los dedos. Y maldita sea,
solo se le ocurrían clichés para describirlo;
castillos de naipes que caen, agua entre las manos… Sandeces. Pero por lo menos podía esbozar una
sonrisa y burlarse de su propia actitud.
Los
indicios la rodearon en forma gradual.
Una mirada casual que capta de una colega, pero que se vuelve
insistente, inquisidora. Y de pronto, cual paranoica, le parece que todos sus
compañeros de trabajo están expectantes.
Algo va a pasar, algo ocurre, y los tiburones están al acecho. Ahí está otra vez, clichés. Es que su vida parece uno.
Esto
varios días, hasta que el mazazo llega en forma de jefe y despido. Sorpresivo, inesperado, destructivo. Le resulta difícil entender (o mejor creer)
las razones esgrimidas. ¿Baja
productividad? ¿Cómo se mide eso a nivel
de las relaciones humanas? ¿No fue ella
la que mas consultas respondió a nivel de emergencias empresariales?
¿Poca
capacidad de trabajo en equipo? Si bien no es su fuerte, ha procurado amoldarse
a los requerimientos de sus superiores y compañeros. Aunque a juzgar por la forma en que algunos
parecieron disfrutar su salida, o la falta de reacción o empatía de quienes
creyó más cercanos, tal vez esto no estaba tan alejado de la realidad.
María
Paz se sacude la melena y rompe el pensamiento con un gesto de su mano. Tiene hambre, le duelen espalda y músculos de
la mala posición. Y sobre todo la
envuelve una furia demoledora. Sabe que
nuevamente está en la vía por no ceder en sus principios. Porque las razones del despido, aunque no las
quiso exponer en voz alta, son muy claras.
No se quiso acostar con su jefe, no le permitió tocarla, no le aceptó
los regalos. No tuvo miedo, no fue por
el camino fácil. Y aquí estaba ahora:
sola, sin dinero, sin amigos, sin trabajo.
Se
lamentó de no haberlo denunciado previamente, pero tuvo vergüenza. ¡Como si la
responsable del acoso fuera ella! Y
realmente la situación había sido larga. Comenzó con pequeños detalles amables y
corteses. Ceder el paso, abrir una puerta,
acercarla a la casa en el coche. Luego
vino la invitación a cenar en su casa, que ella gentilmente aceptó, ya que era
con su esposa.
El
se presentaba como un gentilhombre deseoso de integrar a la extranjera a la
vida de su país. Pero esa misma noche
descubrió su faceta oscura y sus reales intenciones. Mientras su mujer levantaba los trastos, al ayudarlo ella en la cocina con el postre,
la arrinconó y la besó, al tiempo que le levantaba bruscamente la falda y metía
su mano en la ropa íntima. Su peso le
impedía moverse, y sus dedos se movían en su vulva. –¿Te gusta?,– susurraba en su oído, –tengo
algo para vos. Desesperada trataba de
zafar y recomponerse. El pronto la soltó mirando siempre con lujuria hasta
entonces no demostrada. Volvieron al comedor
y María deseando huir de la situación fingió un mensaje, despidiéndose de la encantadora mujer.
Desde
entonces lo evitó siempre que pudo, pero no era fácil… Era su superior
jerárquico y trataba constantemente de encontrarla a solas. Hasta fingió una entrevista con un nuevo
cliente para llevarla. Solo recordarlo
le daban nauseas. Fue una real
emboscada, que no pudo prever. El maldito
la llevó a una locación marginal, lo cual no era raro dado su trabajo. Al
entrar a la supuesta futura empresa clienta se descubrió a su merced. Si la situación no derivó en una real
violación, es porque ella pudo lidiar sus más bajos instintos. Y lo evitó a costa de engaños: algunos besos penosamente entregados,
caricias lascivas aceptadas fingiendo
gusto y la promesa de futuros encuentros sexuales.
A
partir de allí todo fue una cascada de sucesos: ella que lo evitaba en forma
constante y el asedio que se volvía cada vez más sofocante. Su mail y teléfono atosigados con mensajes
explícitos, fotos sugerentes, y finalmente amenazas. Pronto la situación se complicó con el vacío
de sus compañeros.
Evidentemente
su postura seria y alejada, a veces fría, unida a una campaña de desprestigio
en contra la hicieron blanco fácil. Si no podía conquistarla por las buenas,
sin duda lo haría por las malas. El tipo era un real canalla. Trató de aislarla
y de dejarla sola, sin protección. No
era difícil dada su posición de extranjera, en definitiva. Y el final estaba a la vista.
Tal
como estaban las cosas, si no conseguía rápidamente trabajo, su permanencia en
el país era difícil. ¿Pero cómo conseguiría trabajo sin buenas
referencias? Porque estaba claro que no
iba a retirarse con ellas.
Le
indignaba que siendo la víctima, el castigo fuera a su vez para ella. Vivir una situación como la que había
soportado no era nada agradable, y además ahora estaba sin nada. Al menos le quedaba algo de ahorro para el
alquiler y gastos mínimos por dos meses, calculó.
–¿Qué
le habría dicho su pragmática hermana Luisa?–
pensó mientras se miraba en el espejo del living. Sin dudas algo como “te tendrías que haber
acostado con el tipo, hacerle lo que quería sin dramas, boba. Estarías con trabajo, mantenida, viviendo a
lo grande”. Esa era su filosofía y su
práctica, pero María Paz era diferente.
El
espejo le devolvió la imagen de una mujer delgada aunque atlética (tres veces a
la semana corría inexorablemente, en una terapia gratuita contra el stress), de
largo y ondulado cabello caoba, con una boca bien dibujada, nariz un tanto
prominente (siempre sería lo que menos le gustaba, aunque jamás la cambiaría:
la definía después de todo). Lo más
destacable eran sus ojos, no tanto por su color verdoso sino por el brillo de
los mismos. La delataban
indefectiblemente: alegrías, tristezas, cóleras, miedo, ahí se reflejaban para
el buen observador.
Si,
sin duda su hermana hubiera cedido y aprovecharía fríamente las ganancias. Era lo que siempre hacía, y eso las había
alejado en el pasado. El mismo hogar,
las mismas normas y valores, y tan distintos resultados. Es verdad también que el destino no las había
distinguido con una vida fácil. Pero
ambas se habían adaptado de maneras bien diferentes.
Adaptación
era un término bien interesante y extraño si lo pensaba bien, pues era lo que
siempre había debido hacer. Y ahora se
imponía nuevamente: para lograr quedarse en el país debía accionar. –¡ Basta ya
de lamentos y de victimizarse!– se exhortó.
Lo
merecía, lo había hecho por unos días y había sido catártico pero era
suficiente. Se imponía empezar
nuevamente: conseguir trabajo, mantener su casa, apostar a una nueva vida.
Reconstruirse.
Debía
pensar, diseñar una estrategia. Pero lo
primero, conseguir un periódico con ofertas laborales, anotarse en algunas
agencias, moverse por el duro camino del desempleo. Las lágrimas afloraron pero las contuvo. No
era hora de ser débil ni quebrarse.
Salió al jardín y contempló la calle, poco transitada a esa hora. El delicioso olor de las flores, el piar de
los pájaros que despertaban y levantaban vuelo, la animaron. La naturaleza siempre causaba ese efecto en
ella. –A salir a comerse el mundo,– se
alentó.
2.
Leandro
Ballester era un verdadero patán. Al
menos así lo consideraban la mayoría de las personas que lo contactaban por
poco tiempo. Rudo, de hablar fuerte y
ronco, tosco en su expresión, no invitaba al dialogo fácil.
Sin
embargo esa primera impresión se desvanecía a medida que el conocimiento y la
familiaridad avanzaban. Su familia y sus
amigos lo adoraban y sus empleados lo respetaban a carta cabal. Es que su generosidad y amabilidad afloraban
rápido en cuanto detectaba honestidad y don de gentes.
Era
también un redomado Don Juan, irresistible para las mujeres. Alto, moreno de ojos verdes e intensos,
músculos bien trabajados, esa misma voz que podía ser desagradable se convertía
en invitadora con las féminas. Y vaya
que tenía conquistas en su haber. A sus
36 años bien podía completar varias hojas de amores. Pero ninguna había sido realmente
significativa, tanto que sus padres se quejaban siempre que no les presentaba
partido alguno. –¡Cuando me darás
nietos!– se lamentaba su mama. Leandro
se reía y le decía que ya llegaría el momento y la mujer adecuada. Pero no es que realmente le preocupara, se
divertía bastante.
Dirigía
la compañía de construcción de la familia, y esta era bastante grande por
cierto. Estaba en pleno crecimiento
dado el reciente boom turístico, así como la expansión de la construcción de
viviendas. Y la idea de su hermana
Fernanda acerca de extender los servicios de la empresa a la ambientación y
decoración de interiores y exteriores podía ampliar aun más el trabajo,
apuntando a un sector más selecto de la sociedad. El estudio de mercado realizado mostraba muy
buenas posibilidades, y estaban ahora en la logística de la operación. Su hermana se encargaba de los detalles
técnicos, que para eso era muy buena, pero él iba a controlar todo lo relativo
a las finanzas y gestión de personal.
Consideraba que Fernanda tendía a no mirar números y a ser displicente
en el trato con los empleados, lo cual generaba problemas.
Por
ahora estaban diseñados los planes de trabajo, los servicios ofrecidos,
comprada la maquinaria necesaria, impresa folletería con promociones, preparada
una oficina dentro de la empresa y planteados los llamados a personal idóneo en
secretaria, diseño de interiores, jardineros, etc.
El
proceso de selección de los futuros empleados venía siendo intenso y
extenuante, amén de sumamente aburrido para Leandro. Su hermana estaba fascinada, encantada, era
todo un desafío. Joven y fresca, a sus
23 años Fernanda era un polvorín de actividad.
Su melena negra despeinada, sus ojos marrones cubiertos por los lentes,
todos sus 160 centímetros estaban abocados al éxito de su proyecto. Agradecía el espacio y la confianza que
Leandro le daba. Sabía que embarcaba a la empresa familiar en un desafío duro y
caro y no quería dejar detalle sin resolver.
Y en el proceso de selección de
los empleados se jugaba una baza importante.
Eran clave para que sus proyectos se pudieran materializar. Por eso no quería apurarse y contratar
alguien solo por sus currículos. Si bien
eran importantes, no mostraban realmente a las personas y sus posibilidades,
pensaba.
Ese
lunes habían entrevistado por lo menos 30 personas, y había quedado conforme
con los antecedentes de dos jardineros, una diseñadora de interiores y un
arquitecto paisajista. Pero las personas
presentadas para las relaciones públicas y secretaria no la convencían. Demasiado pretensiosas, anodinas, poco
dispuestas, sin personalidad, etc.
Ninguna se ajustaba a su idea de cómo debía mostrarse la empresa, que en
definitiva era un poco el rol que debían cumplir. Leandro ponía los ojos en blanco; para él no siendo muy exigentes con el sueldo
y mostrando un poco las piernas ya bastaban para la promoción. Eso molestaba a Fernanda, aunque sabía que en
el fondo su hermano bromeaba. Y se
preocupaba porque le fuera bien.
Fue
él quien la convenció de seguir el día siguiente con las entrevistas, más
frescos y con más postulantes.
3.
María
Paz suspiro mientras miraba por la ventana del local de comidas. Estaba cansada de caminar, hablar, sonreír,
esperar. Hacía tres semanas que buscaba
trabajo y había acudido a todo tipo de lugares, respondido a diversas
solicitudes, se había entrevistado con toda clase de gente. Lo más factible y aún sin concreción eran
puestos en tiendas de ropa, promotora de productos o reponedora en
supermercado, y los sueldos eran lastimosos.
Pero si nada mas aparecía no habría chance.
Cuando
pensaba en sus estudios de marketing y relaciones públicas le daban ganas de
llorar, pero habían sido en Argentina y no tenían reconocimiento en
Europa. Es como si no tuviera
preparación ni carrera previa, nada.
Pero es así, pensó, yo elegí venir, sabía a que me exponía, por tanto “a
llorar al cuartito” como decía un viejo dicho de su tierra.
Ese
martes había marcado dos anuncios con ofertas laborales, y el primero de ellos
se refería a la empresa que estaba frente al restaurant. El perfil que solicitaba era amplio: chica
joven, buena presencia, activa, con experiencia en trato con público,
conocimientos de informática e idiomas. Se solicitaban referencias de trabajos
previos pero no eran condición
excluyente. Todo para un puesto de
secretaria. Iba a intentarlo. La misma empresa ofrecía un empleo al que hubiera
aspirado de maravillas, relaciones públicas, pero lo dicho. La fila con aspirantes no era aun muy larga,
así que decidió proceder.
Esperó
largo rato mientras uno a uno el resto de los desventurados como ella se
presentaban, hasta que por fin le tocó el turno. La hicieron pasar a una alegre
oficina ambientada en tonos pasteles y decorada con profusos ramos de
flores y coloridos cuadros. La joven mujer que la recibió y dio la
bienvenida le agradó de inmediato, tenía una forma muy cálida de hablar y preguntar. Se presentó como la encargada de la empresa e
inmediatamente comenzó a mirar el curriculo que María Paz había elaborado y a
preguntar sobre él. Al costado y en un
sillón amplio estaba un hombre que al principio no habló y que de hecho ella no
vio al comienzo, nerviosa como estaba.
A
medida que la entrevista avanzó se sintió más cómoda y pudo describir mejor su
preparación y trabajos previos, aclarando que muchos de ellos eran en
Argentina. Había anexado diplomas de sus
estudios aunque no tuviera reconocimiento, y mencionado su experiencia previa
en la empresa de publicidad. Cuando
Fernanda, que así se llamaba la mujer, le preguntó sobre ella fue algo cortante
al decir que la había afectado un recorte de personal.
El
hombre se paró de pronto acercándose al lugar donde la charla se estaba
produciendo y fue entonces que María Paz pudo apreciarlo en real detalle.
La
impresión no fue buena, ahondado todo por la rudeza del trato. Ni siquiera se presentó y de sopetón le
inquirió por qué creía ser idónea para la tarea, dado que no tenía real
experiencia anterior. –Nada de lo
aportado es comprobable– agregó. Ella
sintió que los colores subían y bajaban de su rostro y la furia la ganaba. Pudo reprimirla y contestar con la mayor
frialdad mirando a los ojos al patán, haciendo un extendido alegato y
ofreciendo los contactos para que pudieran cerciorarse de lo dicho (aunque no
sabía que respondería su ex jefe, claro estaba). Con la presencia de ánimo que pudo expresó
que sus condiciones y habilidades solo serian apreciables realmente una vez en
el trabajo.
El
muy gamberro la miraba socarrón y su vista la recorría toda en un gesto altivo
y lascivo. Dada su reciente experiencia,
esto le provocó una intensa aversión.
Era atractivo, aunque de un modo poco tradicional. Pero la antipatía fue inmediata y mutua. Cuando Fernanda, intentando aliviar el
momento, lo presentó como su hermano y el
jefe de todo, sus esperanzas se
desmoronaron. Agradeció la oportunidad,
se levantó orgullosamente y se retiró, siempre con los ojos del desagradable
individuo encima de ella. Por lo menos eso le pareció, ya que sentía flechas en
la espalda. Aunque probablemente sería
solo su furia.
4.
Para
Leandro la mañana había sido una pérdida de tiempo considerando todos los
asuntos pendientes en la construcción del nuevo complejo de apartamentos del
centro.
Excepto
el momento en que entrevistaron a aquella mujer, María Paz Santos. Interesante, muy interesante. Apetecible, aunque con la franca actitud de
quien no advierte eso acerca de si misma.
El traje de chaqueta y falda en negro y gris, ceñido discretamente,
anunciaba unas curvas realmente espectaculares.
Un rostro asimétrico pero bello.
Unos ojos de ardientes brasas. Y
una actitud de frio desafío y lejanía.
Especialmente cuando ambos interactuaron, pues con Fernanda la cosa fue
de mayor calidez. Es que sin dudas su
hermana desarmaba piedras.
Aun
varias horas después el recuerdo lo rondaba.
No estaba nada seguro en relación a sus aptitudes para el trabajo y si realmente
serviría para la tarea requerida, pero le gustaba. Le gustaba mucho, tanto como para querer
verla de nuevo e intimar. Esta razón le
hizo apoyar a Fernanda cuando esta le
sugirió contratarla a prueba. Además no
había mejores aspirantes, por lo menos no hasta entonces, y ella quería
empezar.
Leandro
no se cuestionaba demasiado en relación a
la forma en que se acercaba a las mujeres. Acostumbrado al éxito inmediato y fácil, no
lo seducían la conquista romántica ni los compromisos a largo plazo. El momento más incomodo solía ser el momento
del despido y adiós de los amores temporales, y cada vez optaba mas por el
teléfono y regalos de hasta nunca.
Ninguna de sus relaciones de los últimos cinco años había durado más de
dos o tres meses.
Cuando
comenzaba cierta conexión emocional y todo parecía enseriarse, volaba. Su amigo Hugo le decía constantemente que
tenía un terrible miedo a entregarse.
Pero a este le encantaba hacer psicología barata.
Con
todo esto en mente condujo al complejo del centro y comenzó la tarea de
fiscalizar la construcción, revisar planos, etc. Al fin del día estaba realmente agotado y
agobiado, especialmente preocupado por los retrasos generados. El plazo de finalización de obras que el contrato establecía se acercaba y con él la
multa por incumplimiento. Leandro sabia
que algo como esto desestabilizaría la compañía.
No
acertaba a descubrir donde estaba el problema, parecía resolverlo y aparecían
dificultades en otro terreno. Materiales
que fallaban, personal que se accidentaba, papeleo que demoraba en ser
aprobado. En su mente comenzaba a
delinearse la idea de un boicot. Aunque
pareciera alocado, él sabía bien que si no cumplía sus competidoras ganarían
terreno y la reputación de su compañía seria cuestionada. Su orgullo no lo podía permitir, pero más importante aún, no podía darse el
lujo de fallar y dejar a su familia comprometida. Los recientes éxitos lo habían llevado a
tomar créditos para la expansión y si bien estaban en una sólida situación
financiera, el descrédito en el área de trabajo podía ser muy peligroso.
Con
todo esto rondando en su cabeza, llegó a su piso y se sirvió una copa de
vino. Luego de ducharse decidió llamar a
Estrella, su amiga de las últimas semanas,
e invitarla a cenar. Siempre era
un encuentro agradable, liviano, apasionado, sin consecuencias. Y mañana, más fresco y descansado, acometería
la tarea de revisar el proyecto de construcción desde cero. Ducha mediante, se vistió informalmente
aunque a la última moda y telefoneó a la chica.
Tal como supuso estaba libre y accedió alegremente. Comida, baile, sexo. Los mejores remedios para olvidar por un rato
los problemas.
5.
Cuando
el teléfono sonó María Paz estaba tomando una ducha y la verdad no le prestó
mayor atención. No esperaba nada
importante realmente, estaba de ánimo deprimido. Mientras el agua corría por su cuerpo se auto
flagelaba mentalmente: –¿Para qué habría tomado la decisión de dejar Argentina
y venir a España? ¿Por qué no decidió
recomponer su vida en su país? ¿Quién la mandaba a lanzarse como un kamikaze a
lo desconocido? Rápidamente se
contestaba que luego de la muerte de sus padres en aquel espantoso accidente,
nada quedaba allí para ella.
Suspiró,
tomó la bata, y al envolverse se acurrucó buscando calor. Fue hasta la cocina y se sirvió un buen vaso
de vino tinto para acompañar un emparedado vegetariano. No tiene hambre pero se obligó, ya que había
enflaquecido mucho las últimas semanas. Sentada
junto al fuego consultó el correo de voz y al escuchar una voz conocida que la
saludaba y le comunicaba que “la esperaban el lunes en la empresa”, el corazón le dió un salto y luego se le
aceleró.
El
asombro primero y el alivio después se hicieron carne en sus lágrimas. Por fin una buena noticia: Fernanda la
citaba a reunión como nueva miembro del equipo de trabajo de su empresa.
De
inmediato le devolvió la llamada y le expresó su agradecimiento y su voluntad
de trabajo. La conversación pronto se
tornó cálida e informal. María Paz
estuvo segura que la química entre ambas iba a ser excelente.
Una
vez que cortó la charla telefónica, comenzó instintivamente a bailar de
alegría. ¡Que desahogo, hace tiempo que no le surgía tan espontáneamente el festejar!
Mientras
se vistió decidida a dar un paseo por la ciudad y recorrer a lo turista sus
atractivos, recordó la hombre de la oficina.
Le pareció que no iba a tener oportunidad dada la reacción de aquel y su
actitud casi de desdén, pero no había ocurrido así. ¿Habría estado él de acuerdo o sería solo
decisión de Fernanda? –¿Cuál habría sido
su postura?–se preguntó. Y a la vez que
desechaba la idea argumentado su desinterés, su mente volvía a recordarlo: sus
ojos y su cuerpo la habían impresionado realmente. Hacía tiempo que un hombre no la impactaba
así.
Esto
la preocupó un poco: no solía ser enteramente eficiente cuando los sentimientos
o pasiones se interponían. –Por Dios– se
dijo– Esto no es nada de eso, es solo una reacción lógica a un hombre
atractivo. ¡No estás en condiciones de
jugar o coquetear, tu estadía en el país depende de este nuevo trabajo, y él es
el jefe supremo. Así que calma!.
Esa
tarde fue de real disfrute, recorriendo con parsimonia las calles bajo los
rayos del sol que ese día estaban (le parecía a ella al menos) tan tibios y
suaves como caricias. Se dio el permiso
de una rica cena en un restaurante. La
semana que se aproximaba su vida sin duda cambiaba.
El
lunes un rato antes de las 9, tal como habían acordado, María Paz estaba a
la entrada de la empresa. Era un manojo de nervios, más que nada por la
expectativa. Estaban por definirse sus
tareas, su rol y su salario. Este último
asunto le inquietaba particularmente ya que su casero se había enterado de su
situación y se había presentado con intenciones de “liquidar el contrato de
arrendamiento de manera amistosa por parte de ambos”, dijo. La joven le planteó la realidad y le solicitó
una prórroga, a la luz de su nuevo proyecto.
El propietario accedió de poca gana (sin dudas tenía clientes
potenciales a los que podía cobrar mejor) pero le dio plazo de un mes.
–Es todo lo que necesito– le aseguró ella.
Ese
día se despertó a las 4 de la madrugada y no pudo dormir más. Dudaba qué ropa
usar para no parecer demasiado informal, pero a la vez no demasiado seria. A las seis ya estaba duchada, vestida,
maquillada sobriamente y perfumada.
Pantalón y chaqueta azulada y debajo una blusa rosa, con zapatos y bolsa al tono (cuero
natural, su color favorito).
A
las 7.30 iba por su segundo café mientras reflexionaba cuan real era aquello
que “Dios aprieta pero no ahorca”. Sobre
las 8 marchó a paso lento rumbo al centro y tomó un taxi. Cuando estaba descendiendo del mismo al
frente del edificio para ingresar, un auto de alta gama estacionó y de él
descendió Leandro. Estaba vestido muy
formal, con un maletín de cuero. Al pasar al lado de la muchacha su perfume la
embriagó. Tan masculino, penetrante,
cítrico. El no la registró tan
concentrado parecía ir en sus pensamientos, su ceño fruncido en un gesto
característico.
Caminaba
aceleradamente y se detuvo a esperar el ascensor. María Paz pensó ir por las escaleras pero
eran diez pisos. No quería llegar toda
acalorada y estropear su aspecto. Tomó
aire y se paró junto a él. Iban a verse
constantemente así que la naturalidad se imponía.
El
continuó sin mirarla mas cuando el ascensor abrió sus puertas le cedió el paso,
en un gesto instintivo de caballerosidad.
Fue entonces que pareció reconocerla, aunque sería difícil decirlo pues
no hubo demasiada reacción. Solo un seco
“buen día.”
El
viaje hasta el décimo piso fue en silencio, luego de lo cual ambos bajaron y
recorrieron el pasillo que llevaba a las oficinas. La empresa ocupaba 4
apartamentos, de los cuales el más grande correspondía a Presidencia, donde
ingresó Leandro. María Paz entró al más
pequeño de todos que era su lugar de trabajo.
Fernanda
la recibió con una grata sonrisa y la invitó a un té con galletas. De inmediato y con la infusión mediante, pasó
a detallarle sus tareas y le hizo una propuesta salarial muy decente, más de lo
que había esperado. Iba a ser la
secretaria del proyecto y por tanto nexo de todos en la oficina. También debía encargarse de la conexión con
la oficina principal a nivel de comunicaciones y papeleo. Asimismo Fernanda le contó su visión y
proyecto a largo plazo y le expresó que le encantaría que fuera un miembro
proactivo y que no tuviera temor de expresar sus ideas. Entendía que dados sus estudios y experiencia
podrían ser muy útiles. María Paz
agradeció este delicado gesto, considerando que solo su palabra estaba de
garantía de tal experiencia.
Enseguida
le presentó a sus compañeros, todos nuevos.
Franco era el arquitecto paisajista, Marina la encargada de las
Relaciones Públicas y Marketing, Marta era diseñadora de interiores y Francisco
y Esteban eran los jardineros. Todos
estaban ahí por ser el primer día. Se
buscaba una integración del equipo y que todos se mancomunaran en el proyecto
de la empresa. –Cuanto más se conozcan,
interactúen y trabajen juntos, mejor para nosotros– manejó Fernanda.
El
clima era agradable y alegre, tanto como su jefa, pensó María Paz. Estaba cada vez más cómoda.
Entonces
ingresó Leandro y aguó un poco la sensación, al menos para ella. Fue breve y parco, saludó a todos con un
apretón de manos, que a ella le pareció un estrujón particularmente rudo. Se
percató empero que todo él se dulcificaba cuando hablaba con su hermana. Tan
rápido como ingresó se fue.
Pronto
se encontraba trabajando, acondicionando su espacio de labor que constaba de
computadora conectada a impresora, fax, teléfonos. Tenía una agenda preestablecida por Fernanda
que marcaba llamar a todas las inmobiliarias y empresas de decoración de la
ciudad para presentar a la empresa y enviar información de promoción. También ensobrar un conjunto de cien
invitaciones para el coctel de presentación de la empresa frente a clientes
potenciales y la prensa.
El
día se le fue volando y cuando se dio cuenta era su hora de salir. El único momento de calma había sido para
ingerir una gaseosa y una ensalada de pollo y vegetales en el restaurante de la
esquina.
Al
llegar su casa estaba cansada pero feliz.
En pocos días continúa la historia, si quieres deja tu mail para que pueda avisarte...