martes, 23 de febrero de 2016

Una mujer desconfiada parte 1

1.
Una vez más el amanecer la encontró adormilada sobre la mesa de la cocina, al lado de una taza de té ya frío que pretendió ser magro consuelo en una noche para el olvido.  Otra vez  como toda la semana.
 Las horas, los días, se le hacían borrosos, como rayos ante sus ojos.  Su mente trabajaba constantemente, aquilatando lo sucedido, buscando porqués, mirando los distintos ángulos del asunto, y sabiendo que se acercaba el momento de una decisión drástica.  No era la primera vez que  su mundo parecía desvanecerse como arena entre los dedos.  Y maldita sea, solo se le ocurrían clichés para describirlo;  castillos de naipes que caen, agua entre las manos…  Sandeces. Pero por lo menos podía esbozar una sonrisa y burlarse de su propia actitud.
Los indicios la rodearon en forma gradual.  Una mirada casual que capta de una colega, pero que se vuelve insistente, inquisidora. Y de pronto, cual paranoica, le parece que todos sus compañeros de trabajo están expectantes.  Algo va a pasar, algo ocurre, y los tiburones están al acecho.  Ahí está otra vez, clichés.  Es que su vida parece uno.
Esto varios días, hasta que el mazazo llega en forma de jefe y despido.  Sorpresivo, inesperado, destructivo.  Le resulta difícil entender (o mejor creer) las razones esgrimidas.  ¿Baja productividad?  ¿Cómo se mide eso a nivel de las relaciones humanas?  ¿No fue ella la que mas consultas respondió a nivel de emergencias empresariales?  
¿Poca capacidad de trabajo en equipo?  Si  bien no es su fuerte, ha procurado amoldarse a los requerimientos de sus superiores y compañeros.  Aunque a juzgar por la forma en que algunos parecieron disfrutar su salida, o la falta de reacción o empatía de quienes creyó más cercanos, tal vez esto no estaba tan alejado de la realidad.
María Paz se sacude la melena y rompe el pensamiento con un gesto de su mano.  Tiene hambre, le duelen espalda y músculos de la mala posición.  Y sobre todo la envuelve una furia demoledora.  Sabe que nuevamente está en la vía por no ceder en sus principios.  Porque las razones del despido, aunque no las quiso exponer en voz alta, son muy claras.  No se quiso acostar con su jefe, no le permitió tocarla, no le aceptó los regalos.   No tuvo miedo, no fue por el camino fácil.  Y aquí estaba ahora: sola, sin dinero, sin amigos, sin trabajo.
Se lamentó de no haberlo denunciado previamente, pero tuvo vergüenza. ¡Como si la responsable del acoso fuera ella!  Y realmente la situación  había sido larga.  Comenzó con pequeños detalles amables y corteses.  Ceder el paso, abrir una puerta, acercarla a la casa en el coche.  Luego vino la invitación a cenar en su casa, que ella gentilmente aceptó, ya que era con su esposa. 
El se presentaba como un gentilhombre deseoso de integrar a la extranjera a la vida de su país.  Pero esa misma noche descubrió su faceta oscura y sus reales intenciones.  Mientras su mujer levantaba los trastos,  al ayudarlo ella en la cocina con el postre, la arrinconó y la besó, al tiempo que le levantaba bruscamente la falda y metía su mano en la ropa íntima.  Su peso le impedía moverse, y sus dedos se movían en su vulva.  –¿Te gusta?,– susurraba en su oído, –tengo algo para vos.  Desesperada trataba de zafar y recomponerse. El pronto la soltó mirando siempre con lujuria hasta entonces no demostrada.  Volvieron al comedor y María deseando huir de la situación fingió un mensaje,  despidiéndose de la encantadora mujer. 
Desde entonces lo evitó siempre que pudo, pero no era fácil… Era su superior jerárquico y trataba constantemente de encontrarla a solas.  Hasta fingió una entrevista con un nuevo cliente para llevarla.  Solo recordarlo le daban nauseas.  Fue una real emboscada, que no pudo prever.  El maldito la llevó a una locación marginal, lo cual no era raro dado su trabajo. Al entrar a la supuesta futura empresa clienta se descubrió a su merced.  Si la situación no derivó en una real violación, es porque ella pudo lidiar sus más bajos instintos.  Y lo evitó a costa de engaños:   algunos besos penosamente entregados, caricias lascivas aceptadas fingiendo  gusto y la promesa de futuros encuentros sexuales. 
A partir de allí todo fue una cascada de sucesos: ella que lo evitaba en forma constante y el asedio que se volvía cada vez más sofocante.  Su mail y teléfono atosigados con mensajes explícitos, fotos sugerentes, y finalmente amenazas.   Pronto la situación se complicó con el vacío de sus compañeros. 
Evidentemente su postura seria y alejada, a veces fría, unida a una campaña de desprestigio en contra la hicieron blanco fácil. Si no podía conquistarla por las buenas, sin duda lo haría por las malas. El tipo era un real canalla. Trató de aislarla y de dejarla sola, sin protección.  No era difícil dada su posición de extranjera, en definitiva.  Y el final estaba a la vista. 
Tal como estaban las cosas, si no conseguía rápidamente trabajo, su permanencia en el país era difícil. ¿Pero cómo conseguiría trabajo sin buenas referencias?  Porque estaba claro que no iba a retirarse con ellas. 
Le indignaba que siendo la víctima, el castigo fuera a su vez para ella.  Vivir una situación como la que había soportado no era nada agradable, y además ahora estaba sin nada.  Al menos le quedaba algo de ahorro para el alquiler y gastos mínimos por dos meses, calculó.
–¿Qué le habría dicho su pragmática hermana Luisa?–  pensó mientras se miraba en el espejo del living.  Sin dudas algo como “te tendrías que haber acostado con el tipo, hacerle lo que quería sin dramas, boba.  Estarías con trabajo, mantenida, viviendo a lo grande”.  Esa era su filosofía y su práctica, pero María Paz era diferente.
El espejo le devolvió la imagen de una mujer delgada aunque atlética (tres veces a la semana corría inexorablemente, en una terapia gratuita contra el stress), de largo y ondulado cabello caoba, con una boca bien dibujada, nariz un tanto prominente (siempre sería lo que menos le gustaba, aunque jamás la cambiaría: la definía después de todo).  Lo más destacable eran sus ojos, no tanto por su color verdoso sino por el brillo de los mismos.  La delataban indefectiblemente: alegrías, tristezas, cóleras, miedo, ahí se reflejaban para el buen observador.
Si, sin duda su hermana hubiera cedido y aprovecharía fríamente las ganancias.  Era lo que siempre hacía, y eso las había alejado en el pasado.  El mismo hogar, las mismas normas y valores, y tan distintos resultados.  Es verdad también que el destino no las había distinguido con una vida fácil.  Pero ambas se habían adaptado de maneras bien diferentes.
Adaptación era un término bien interesante y extraño si lo pensaba bien, pues era lo que siempre había debido hacer.   Y ahora se imponía nuevamente: para lograr quedarse en el país debía accionar. –¡ Basta ya de lamentos y de victimizarse!– se exhortó.
Lo merecía, lo había hecho por unos días y había sido catártico pero era suficiente.  Se imponía empezar nuevamente: conseguir trabajo, mantener su casa, apostar a una nueva vida. Reconstruirse.
Debía pensar, diseñar una estrategia.  Pero lo primero, conseguir un periódico con ofertas laborales, anotarse en algunas agencias, moverse por el duro camino del desempleo.  Las lágrimas afloraron pero las contuvo. No era hora de ser débil ni quebrarse.  Salió al jardín y contempló la calle, poco  transitada a esa hora.  El delicioso olor de las flores, el piar de los pájaros que despertaban y levantaban vuelo, la animaron.  La naturaleza siempre causaba ese efecto en ella.  –A salir a comerse el mundo,– se alentó.



2.
Leandro Ballester era un verdadero patán.  Al menos así lo consideraban la mayoría de las personas que lo contactaban por poco tiempo.  Rudo, de hablar fuerte y ronco, tosco en su expresión, no invitaba al dialogo fácil. 
Sin embargo esa primera impresión se desvanecía a medida que el conocimiento y la familiaridad avanzaban.  Su familia y sus amigos lo adoraban y sus empleados lo respetaban a carta cabal.  Es que su generosidad y amabilidad afloraban rápido en cuanto detectaba honestidad y don de gentes.
Era también un redomado Don Juan, irresistible para las mujeres.  Alto, moreno de ojos verdes e intensos, músculos bien trabajados, esa misma voz que podía ser desagradable se convertía en invitadora con las féminas.  Y vaya que tenía conquistas en su haber.  A sus 36 años bien podía completar varias hojas de amores.  Pero ninguna había sido realmente significativa, tanto que sus padres se quejaban siempre que no les presentaba partido alguno.  –¡Cuando me darás nietos!– se lamentaba su mama.  Leandro se reía y le decía que ya llegaría el momento y la mujer adecuada.  Pero no es que realmente le preocupara, se divertía bastante.
Dirigía la compañía de construcción de la familia, y esta era bastante grande por cierto.   Estaba en pleno crecimiento dado el reciente boom turístico, así como la expansión de la construcción de viviendas.  Y la idea de su hermana Fernanda acerca de extender los servicios de la empresa a la ambientación y decoración de interiores y exteriores podía ampliar aun más el trabajo, apuntando a un sector más selecto de la sociedad.   El estudio de mercado realizado mostraba muy buenas posibilidades, y estaban ahora en la logística de la operación.  Su hermana se encargaba de los detalles técnicos, que para eso era muy buena, pero él iba a controlar todo lo relativo a las finanzas y gestión de personal.  Consideraba que Fernanda tendía a no mirar números y a ser displicente en el trato con los empleados, lo cual generaba problemas.
Por ahora estaban diseñados los planes de trabajo, los servicios ofrecidos, comprada la maquinaria necesaria, impresa folletería con promociones, preparada una oficina dentro de la empresa y planteados los llamados a personal idóneo en secretaria, diseño de interiores, jardineros, etc. 
El proceso de selección de los futuros empleados venía siendo intenso y extenuante, amén de sumamente aburrido para Leandro.   Su hermana estaba fascinada, encantada, era todo un desafío.   Joven y fresca, a sus 23 años Fernanda era un polvorín de actividad.  Su melena negra despeinada, sus ojos marrones cubiertos por los lentes, todos sus 160 centímetros estaban abocados al éxito de su proyecto.  Agradecía el espacio y la confianza que Leandro le daba. Sabía que embarcaba a la empresa familiar en un desafío duro y caro y no quería dejar detalle sin resolver.  Y  en el proceso de selección de los empleados se jugaba una baza importante.  Eran clave para que sus proyectos se pudieran materializar.  Por eso no quería apurarse y contratar alguien solo por sus currículos.  Si bien eran importantes, no mostraban realmente a las personas y sus posibilidades, pensaba.
Ese lunes habían entrevistado por lo menos 30 personas, y había quedado conforme con los antecedentes de dos jardineros, una diseñadora de interiores y un arquitecto paisajista.  Pero las personas presentadas para las relaciones públicas y secretaria no la convencían.  Demasiado pretensiosas, anodinas, poco dispuestas, sin personalidad, etc.  Ninguna se ajustaba a su idea de cómo debía mostrarse la empresa, que en definitiva era un poco el rol que debían cumplir.  Leandro ponía los ojos en blanco;  para él no siendo muy exigentes con el sueldo y mostrando un poco las piernas ya bastaban para la promoción.  Eso molestaba a Fernanda, aunque sabía que en el fondo su hermano bromeaba.  Y se preocupaba porque le fuera bien.
Fue él quien la convenció de seguir el día siguiente con las entrevistas, más frescos y con más postulantes.



3.
María Paz suspiro mientras miraba por la ventana del local de comidas.  Estaba cansada de caminar, hablar, sonreír, esperar.   Hacía tres semanas que buscaba trabajo y había acudido a todo tipo de lugares, respondido a diversas solicitudes, se había entrevistado con toda clase de gente.  Lo más factible y aún sin concreción eran puestos en tiendas de ropa, promotora de productos o reponedora en supermercado, y los sueldos eran lastimosos.  Pero si nada mas aparecía no habría chance. 
Cuando pensaba en sus estudios de marketing y relaciones públicas le daban ganas de llorar, pero habían sido en Argentina y no tenían reconocimiento en Europa.  Es como si no tuviera preparación ni carrera previa, nada.  Pero es así, pensó, yo elegí venir, sabía a que me exponía, por tanto “a llorar al cuartito” como decía un viejo dicho de su tierra.
Ese martes había marcado dos anuncios con ofertas laborales, y el primero de ellos se refería a la empresa que estaba frente al restaurant.  El perfil que solicitaba era amplio: chica joven, buena presencia, activa, con experiencia en trato con público, conocimientos de informática e idiomas. Se solicitaban referencias de trabajos previos  pero no eran condición excluyente.  Todo para un puesto de secretaria.  Iba a intentarlo.  La misma empresa ofrecía un empleo al que hubiera aspirado de maravillas, relaciones públicas, pero lo dicho.  La fila con aspirantes no era aun muy larga, así que decidió proceder.
Esperó largo rato mientras uno a uno el resto de los desventurados como ella se presentaban, hasta que por fin le tocó el turno. La hicieron pasar a una alegre oficina ambientada en tonos pasteles y decorada con profusos ramos de flores  y coloridos cuadros.  La joven mujer que la recibió y dio la bienvenida le agradó de inmediato, tenía una forma muy cálida de hablar y preguntar.  Se presentó como la encargada de la empresa e inmediatamente comenzó a mirar el curriculo que María Paz había elaborado y a preguntar sobre él.  Al costado y en un sillón amplio estaba un hombre que al principio no habló y que de hecho ella no vio al comienzo, nerviosa como estaba. 
A medida que la entrevista avanzó se sintió más cómoda y pudo describir mejor su preparación y trabajos previos, aclarando que muchos de ellos eran en Argentina.  Había anexado diplomas de sus estudios aunque no tuviera reconocimiento, y mencionado su experiencia previa en la empresa de publicidad.  Cuando Fernanda, que así se llamaba la mujer, le preguntó sobre ella fue algo cortante al decir que la había afectado un recorte de personal. 
El hombre se paró de pronto acercándose al lugar donde la charla se estaba produciendo y fue entonces que María Paz pudo apreciarlo en real detalle. 
La impresión no fue buena, ahondado todo por la rudeza del trato.  Ni siquiera se presentó y de sopetón le inquirió por qué creía ser idónea para la tarea, dado que no tenía real experiencia anterior.   –Nada de lo aportado es comprobable– agregó.  Ella sintió que los colores subían y bajaban de su rostro y la furia la ganaba.  Pudo reprimirla y contestar con la mayor frialdad mirando a los ojos al patán, haciendo un extendido alegato y ofreciendo los contactos para que pudieran cerciorarse de lo dicho (aunque no sabía que respondería su ex jefe, claro estaba).  Con la presencia de ánimo que pudo expresó que sus condiciones y habilidades solo serian apreciables realmente una vez en el trabajo. 
El muy gamberro la miraba socarrón y su vista la recorría toda en un gesto altivo y lascivo.  Dada su reciente experiencia, esto le provocó una intensa aversión.  Era atractivo, aunque de un modo poco tradicional.  Pero la antipatía fue inmediata y mutua.  Cuando Fernanda, intentando aliviar el momento,  lo presentó como su hermano y el jefe de todo, sus  esperanzas se desmoronaron.  Agradeció la oportunidad, se levantó orgullosamente y se retiró, siempre con los ojos del desagradable individuo encima de ella. Por lo menos eso le pareció, ya que sentía flechas en la espalda.  Aunque probablemente sería solo su furia.



4.
Para Leandro la mañana había sido una pérdida de tiempo considerando todos los asuntos pendientes en la construcción del nuevo complejo de apartamentos del centro. 
Excepto el momento en que entrevistaron a aquella mujer, María Paz Santos.  Interesante, muy interesante.  Apetecible, aunque con la franca actitud de quien no advierte eso acerca de si misma.  El traje de chaqueta y falda en negro y gris, ceñido discretamente, anunciaba unas curvas realmente espectaculares.  Un rostro asimétrico pero bello.  Unos ojos de ardientes brasas.  Y una actitud de frio desafío y lejanía.  Especialmente cuando ambos interactuaron, pues con Fernanda la cosa fue de mayor calidez.  Es que sin dudas su hermana desarmaba piedras.
Aun varias horas después el recuerdo lo rondaba.  No estaba nada seguro en relación a sus aptitudes para el trabajo y si realmente serviría para la tarea requerida, pero le gustaba.  Le gustaba mucho, tanto como para querer verla de nuevo e intimar.  Esta razón le hizo apoyar a  Fernanda cuando esta le sugirió contratarla a prueba.  Además no había mejores aspirantes, por lo menos no hasta entonces, y ella quería empezar.
Leandro no se cuestionaba demasiado en relación a  la forma en que se acercaba a las mujeres.  Acostumbrado al éxito inmediato y fácil, no lo seducían la conquista romántica ni los compromisos a largo plazo.  El momento más incomodo solía ser el momento del despido y adiós de los amores temporales, y cada vez optaba mas por el teléfono y regalos de hasta nunca.  Ninguna de sus relaciones de los últimos cinco años había durado más de dos o tres meses. 
Cuando comenzaba cierta conexión emocional y todo parecía enseriarse, volaba.  Su amigo Hugo le decía constantemente que tenía un terrible miedo a entregarse.  Pero a este le encantaba hacer psicología barata.
Con todo esto en mente condujo al complejo del centro y comenzó la tarea de fiscalizar la construcción, revisar planos, etc.  Al fin del día estaba realmente agotado y agobiado, especialmente preocupado por los retrasos generados.  El plazo de finalización de obras que el  contrato establecía se acercaba y con él la multa por incumplimiento.  Leandro sabia que algo como esto desestabilizaría la compañía. 
No acertaba a descubrir donde estaba el problema, parecía resolverlo y aparecían dificultades en otro terreno.  Materiales que fallaban, personal que se accidentaba, papeleo que demoraba en ser aprobado.  En su mente comenzaba a delinearse la idea de un boicot.  Aunque pareciera alocado, él sabía bien que si no cumplía sus competidoras ganarían terreno y la reputación de su compañía seria cuestionada.  Su orgullo no lo podía permitir,  pero más importante aún, no podía darse el lujo de fallar y dejar a su familia comprometida.  Los recientes éxitos lo habían llevado a tomar créditos para la expansión y si bien estaban en una sólida situación financiera, el descrédito en el área de trabajo podía ser muy peligroso.
Con todo esto rondando en su cabeza, llegó a su piso y se sirvió una copa de vino.  Luego de ducharse decidió llamar a Estrella, su amiga de las últimas semanas,  e invitarla a cenar.  Siempre era un encuentro agradable, liviano, apasionado, sin consecuencias.  Y mañana, más fresco y descansado, acometería la tarea de revisar el proyecto de construcción desde cero.  Ducha mediante, se vistió informalmente aunque a la última moda y telefoneó a la chica.  Tal como supuso estaba libre y accedió alegremente.  Comida, baile, sexo.  Los mejores remedios para olvidar por un rato los problemas.



5.
Cuando el teléfono sonó María Paz estaba tomando una ducha y la verdad no le prestó mayor atención.  No esperaba nada importante realmente, estaba de ánimo deprimido.  Mientras el agua corría por su cuerpo se auto flagelaba mentalmente: –¿Para qué habría tomado la decisión de dejar Argentina y venir a España?  ¿Por qué no decidió recomponer su vida en su país? ¿Quién la mandaba a lanzarse como un kamikaze a lo desconocido?  Rápidamente se contestaba que luego de la muerte de sus padres en aquel espantoso accidente, nada quedaba allí para ella. 
Suspiró, tomó la bata, y al envolverse se acurrucó buscando calor.  Fue hasta la cocina y se sirvió un buen vaso de vino tinto para acompañar un emparedado vegetariano.  No tiene hambre pero se obligó, ya que había enflaquecido mucho las últimas semanas.  Sentada junto al fuego consultó el correo de voz y al escuchar una voz conocida que la saludaba y le comunicaba que “la esperaban el lunes en la empresa”,  el corazón le dió un salto y luego se le aceleró. 
El asombro primero y el alivio después se hicieron carne en sus lágrimas.   Por fin una buena noticia: Fernanda la citaba a reunión como nueva miembro del equipo de trabajo de su empresa.
De inmediato le devolvió la llamada y le expresó su agradecimiento y su voluntad de trabajo.   La conversación pronto se tornó cálida e informal.  María Paz estuvo segura que la química entre ambas iba a ser excelente.
Una vez que cortó la charla telefónica, comenzó instintivamente a bailar de alegría. ¡Que desahogo, hace tiempo que no le surgía tan espontáneamente el festejar!
Mientras se vistió decidida a dar un paseo por la ciudad y recorrer a lo turista sus atractivos, recordó la hombre de la oficina.  Le pareció que no iba a tener oportunidad dada la reacción de aquel y su actitud casi de desdén, pero no había ocurrido así.  ¿Habría estado él de acuerdo o sería solo decisión de Fernanda?  –¿Cuál habría sido su postura?–se preguntó.  Y a la vez que desechaba la idea argumentado su desinterés, su mente volvía a recordarlo: sus ojos y su cuerpo la habían impresionado realmente.  Hacía tiempo que un hombre no la impactaba así. 
Esto la preocupó un poco: no solía ser enteramente eficiente cuando los sentimientos o pasiones se interponían.  –Por Dios– se dijo– Esto no es nada de eso, es solo una reacción lógica a un hombre atractivo.  ¡No estás en condiciones de jugar o coquetear, tu estadía en el país depende de este nuevo trabajo, y él es el jefe supremo.  Así que calma!.
Esa tarde fue de real disfrute, recorriendo con parsimonia las calles bajo los rayos del sol que ese día estaban (le parecía a ella al menos) tan tibios y suaves como caricias.  Se dio el permiso de una rica cena en un restaurante.  La semana que se aproximaba su vida sin duda cambiaba.
El lunes un rato antes de las 9, tal como habían acordado, María Paz estaba a la  entrada de la empresa.  Era un manojo de nervios, más que nada por la expectativa.  Estaban por definirse sus tareas, su rol y su salario.  Este último asunto le inquietaba particularmente ya que su casero se había enterado de su situación y se había presentado con intenciones de “liquidar el contrato de arrendamiento de manera amistosa por parte de ambos”, dijo.  La joven le planteó la realidad y le solicitó una prórroga, a la luz de su nuevo proyecto.  El propietario accedió de poca gana (sin dudas tenía clientes potenciales a los que podía cobrar mejor) pero le dio plazo de  un mes.  –Es todo lo que necesito– le aseguró ella.
Ese día se despertó a las 4 de la madrugada y no pudo dormir más. Dudaba qué ropa usar para no parecer demasiado informal, pero a la vez no demasiado seria.  A las seis ya estaba duchada, vestida, maquillada sobriamente y perfumada.  Pantalón y chaqueta azulada y debajo una blusa  rosa, con zapatos y bolsa al tono (cuero natural, su color favorito).
A las 7.30 iba por su segundo café mientras reflexionaba cuan real era aquello que “Dios aprieta pero no ahorca”.  Sobre las 8 marchó a paso lento rumbo al centro y tomó un taxi.  Cuando estaba descendiendo del mismo al frente del edificio para ingresar, un auto de alta gama estacionó y de él descendió Leandro.  Estaba vestido muy formal, con un maletín de cuero. Al pasar al lado de la muchacha su perfume la embriagó.  Tan masculino, penetrante, cítrico.  El no la registró tan concentrado parecía ir en sus pensamientos, su ceño fruncido en un gesto característico. 
Caminaba aceleradamente y se detuvo a esperar el ascensor.  María Paz pensó ir por las escaleras pero eran diez pisos.  No quería llegar toda acalorada y estropear su aspecto.  Tomó aire y se paró junto a él.  Iban a verse constantemente así que la naturalidad se imponía.
El continuó sin mirarla mas cuando el ascensor abrió sus puertas le cedió el paso, en un gesto instintivo de caballerosidad.  Fue entonces que pareció reconocerla, aunque sería difícil decirlo pues no hubo demasiada reacción.  Solo un seco “buen día.”
El viaje hasta el décimo piso fue en silencio, luego de lo cual ambos bajaron y recorrieron el pasillo que llevaba a las oficinas. La empresa ocupaba 4 apartamentos, de los cuales el más grande correspondía a Presidencia, donde ingresó Leandro.  María Paz entró al más pequeño de todos que era su lugar de trabajo.
Fernanda la recibió con una grata sonrisa y la invitó a un té con galletas.  De inmediato y con la infusión mediante, pasó a detallarle sus tareas y le hizo una propuesta salarial muy decente, más de lo que había esperado.  Iba a ser la secretaria del proyecto y por tanto nexo de todos en la oficina.  También debía encargarse de la conexión con la oficina principal a nivel de comunicaciones y papeleo.  Asimismo Fernanda le contó su visión y proyecto a largo plazo y le expresó que le encantaría que fuera un miembro proactivo y que no tuviera temor de expresar sus ideas.  Entendía que dados sus estudios y experiencia podrían ser muy útiles.  María Paz agradeció este delicado gesto, considerando que solo su palabra estaba de garantía de tal experiencia.
Enseguida le presentó a sus compañeros, todos nuevos.  Franco era el arquitecto paisajista, Marina la encargada de las Relaciones Públicas y Marketing, Marta era diseñadora de interiores y Francisco y Esteban eran los jardineros.  Todos estaban ahí por ser el primer día.  Se buscaba una integración del equipo y que todos se mancomunaran en el proyecto de la empresa.  –Cuanto más se conozcan, interactúen y trabajen juntos, mejor para nosotros– manejó Fernanda.
El clima era agradable y alegre, tanto como su jefa, pensó María Paz.  Estaba cada vez más cómoda. 
Entonces ingresó Leandro y aguó un poco la sensación, al menos para ella.  Fue breve y parco, saludó a todos con un apretón de manos, que a ella le pareció un estrujón particularmente rudo. Se percató empero que todo él se dulcificaba cuando hablaba con su hermana. Tan rápido como ingresó se fue.
Pronto se encontraba trabajando, acondicionando su espacio de labor que constaba de computadora conectada a impresora, fax, teléfonos.  Tenía una agenda preestablecida por Fernanda que marcaba llamar a todas las inmobiliarias y empresas de decoración de la ciudad para presentar a la empresa y enviar información de promoción.   También ensobrar un conjunto de cien invitaciones para el coctel de presentación de la empresa frente a clientes potenciales y la prensa. 
El día se le fue volando y cuando se dio cuenta era su hora de salir.  El único momento de calma había sido para ingerir una gaseosa y una ensalada de pollo y vegetales en el restaurante de la esquina.
Al llegar su casa estaba cansada pero feliz.



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