Uno
Usem
cerró con lentitud el ordenador mientras organizaba sus ideas. El negocio prosperaba y le satisfacía
comprobar una vez más lo útil que resultaban Internet y las redes sociales para
concretar sus actividades. Cuando comenzó este proyecto hace ya varios años
tenía la esperanza que funcionara, pero la evolución había sido mucho más
amplia y rápida de lo que hubiera soñado.
Luego de algunos años de trabajar en la
empresa financiera que le había dado la oportunidad de afincarse nuevamente en
Madrid se sintió con las energías y la confianza suficiente para dedicarse full
time a su trabajo free lance como creador de páginas web y traductor en
línea. El salto había sido gradual, no
se dedicó a él hasta que pudo hacerse de una clientela amplia y perfeccionarse
en el área. Los años en el desierto
habían hecho que se quedara un tanto atrás en el manejo de la tecnología, pero
pudo ponerse al corriente rápidamente.
Lo bueno era que trabajaba desde su casa y él establecía sus
horarios. Pero era sumamente exigente y perfeccionista, lo
que hacía que buena parte del día lo dedicara a su computadora.
Miró
por la ventana del living al sentir las risas y gritos y no pudo más que
sonreír. Victoria parecía una niña más,
jugando y corriendo por el jardín, huyendo de su pequeña niña que empuñaba la
manguera de agua como si fuera un fusil.
Se levantó y se acercó al ventanal.
¡Qué
felices eran y cuánto lo habían sido estos quince años! Habían transcurrido como el viento, pero
cuántas satisfacciones. Luego de años de
dolor y desarraigo, Europa y Victoria habían sido bálsamos para su vida. Solo
mirar a la pequeña Eva que corría ágil con sus siete añitos lo emocionaba. Su nacimiento no había estado exento de dificultades,
mas los habían sorteado con valentía, esfuerzo físico y económico, y con una
paciencia infinita.
Nunca
imaginaron que tendrían problemas para concebir, pero el tiempo transcurrido sin
que se concretara la ansiada llegada los hizo sospechar. Luego de varios años de intentarlo por su
cuenta sin éxito, se rindieron a la inevitable realidad. La medicina debería
obrar lo que la naturaleza se obstinaba en negar. Consultas, exámenes
interminables, años de tratamiento de fertilización habían obrado el
milagro. No había sido poco reto para
Victoria soportar cada uno de los escollos que se le presentaron, pero ahí
estaba su bella niña. Bella, valiente,
alegre. Pensar en lo difícil que fue para su mujer
todo el proceso y lo estoico de su comportamiento para atravesarlo sin una queja lo hizo emocionar.
Elegía
a esta mujer una y mil veces, la amaba de una forma que a veces le dolía.
El
llamado estridente de su hija aterrizó estas ideas. Con su carita contra el vidrio le exigía a
gritos que se uniera a la fiesta de agua.
Sonrió y a la carrera pasó ante ella, tratando de huir sin éxito. Varios minutos estuvieron en este menester
hasta que agotados y risueños se tiraron en el césped, mojados de los pies a la
cabeza.
–Papi,
papi, te ayudo a levantarte–le ofreció la nena haciendo fuerza en vano para incorporarlo–
¡Qué gordito te has puesto!
Esto
precipitó las carcajadas de Victoria, que trató de ayudar en la tarea.
–La
verdad es que tienes razón chiquita, este
perezoso está comiendo mucho. Vamos a
tener que cortarle los víveres
Sonrió
y no pudo más que asentir. Los años
habían agregado algunos kilos a su atlética figura, que trataba de mantener activa
con caminatas y aeróbicos. Su trabajo
era muy sedentario y era menester obligarse a salir a hacer ejercicio.
Su
mujer sin embargo conservaba su atractiva figura intacta. Algunas hebras de plata aquí y allá en su
cabello castaño, alguna fina línea surcando su rostro, sus ojos verdes aún
brillantes y expresivos. Despertaba en
él todos sus sentidos tal y como las primeras veces que la amó, a pesar de los años transcurridos. Estos no habían hecho sino confirmar que eran
el uno para el otro, dos mitades que el destino había unido y que ellos habían
sellado. No había sido poco trayecto el
que tuvieron que recorrer para reencontrarse.
El
recuerdo de aquellos años trajo a Usem cierto sabor amargo. Su mente aún jugaba de tanto en tanto con las
posibilidades de que todo hubiera salido mal.
A punto habían estado de morir, él y Titrit. De hecho así había sido para Dassim. Rezó brevemente por ella, como cada vez que
la recordaba. Había sido una buena
compañera y la tragedia se había cebado en ella. Pero del dolor había emergido una vida nueva.
–Estás
muy pensativo hoy, cariño. ¿Las memorias
te envuelven otra vez?
–Sí,
y como cada vez que pasa, me recuerdan lo feliz que soy hoy. Estoy completo, no podría pedirle más a la
vida.
–Sin
duda. ¡Pero la hemos luchado, amor! Cada vez me convenzo más que la vida es un
poquito destino y mucha búsqueda y trabajo.
Vale la pena. ¡Mira qué divina está nuestra niña!
–Crece
y crece a un ritmo que me asusta. La
quisiera disfrutar más.
–No
te pongas nostálgico, no podrías compartir más con ella… Cambiando de tema, ¿llega hoy Titrit?
–Sí,
y estaba exultante por el teléfono.
Parece que logró su objetivo, va a poder cursar su posgrado en La
Sorbona.
–¡Qué
maravilla, esta chica no para de estudiar!
Paris ha sido su sueño desde hace varios años.
Así
era Titrit, no cejaba en sus sueños y los perseguía hasta que los alcanzaba,
para forjarse otros inmediatamente. La persistencia y la mente positiva eran
dos de las cualidades que la adornaban, pensó, así como su sensibilidad y
talento para el arte. Había crecido
fuerte y sana a pesar de los golpes de
sus primeros años, que habían sido rudos.
Victoria
había podido cumplir el rol de madre con
ella con un cariño a prueba de todo, sin intentar invadir el recuerdo natural
de la verdadera. Él mismo había tratado
de mantener viva la imagen de Dassim, que era lógico que los años
desdibujaran. Le debía eso a ambas.
Titrit
había crecido resguardada por el amor de una familia formada y por la memoria
de una madre que el destino le había escatimado pero que se mantenía viva como
una llama en su corazón. Esto la había fortalecido y le permitió sortear la
difícil inserción en un mundo tan distinto al que había sido el suyo los
primeros años. La vida tuareg, aún a pesar de que el clan se asentó, había
calado hondo en ella y las sucesivas mudanzas y peligros corridos fueron su
realidad los primeros cinco años de vida.
Europa había sido el refugio y debió acostumbrarse a nuevas formas de
vivir y convivir, de relacionarse.
Los
primeros años en los colegios habían sido una dura prueba, no por los
conocimientos académicos sino por los vínculos.
En varias oportunidades había soportado
burlas y desdén de parte de aquellos que solo veían en ella una inmigrante
africana. Pero su natural encanto y don
de gentes le habían ganado el respeto y cariño de la mayoría, lo que
desbalanceaban el proceso a su favor. Su
inteligencia y espíritu práctico, además de la contención familiar, habían
doblegado los momentos de amargo llanto por no sentirse aceptada.
Y
ahora era una hermosa joven de veinte años que se aprestaba a mudarse para
seguir perfeccionándose. Suspiró. Hasta ese entonces habían estado siempre muy
cerca, incluso sus estudios terciaros en la Complutense de Madrid no la habían
alejado. Pero ahora quería volar un poco
más lejos y era comprensible.
Dos.
Victoria
terminó de ayudar a Eva a cambiarse la ropa empapada por el juego y se aprontó
para irse a trabajar. Mientras abotonaba
su uniforme pensó en las tareas de la jornada y las ordenó mentalmente. Le gustaba hacerlo para ganar tiempos, de no
ser así algo siempre le faltaba al final del día.
Al
ingresar Usem al dormitorio lo miró con placer.
Era aún muy guapo, sus músculos todavía bien marcados y su morena piel
reluciente. Se le acercó y hundió su
mano en el ensortijado cabello que
conservaba todo su vigor.
Sentándose en su falda lo abrazó y besó con pasión. El respondió con urgencia y pronto estaban
uno sobre el otro vencidos por el deseo que siempre que se acercaban los
envolvía. Hicieron el amor con premura y
ardor, disfrutándose en cada caricia y de cada beso.
Recomponiendo
su uniforme se incorporó mientras él la miraba recostado sobre su brazo.
–Olvidé
contarte que hoy recibí comunicación de Biram.
Te manda sus saludos. Tiene
pensado venir a visitarnos ya que está en Madrid por unos días.
El
pequeño niño que ella había socorrido hace tantos años había crecido para
convertirse en un joven independiente, que había estudiado sin cesar y cuyas
excelentes calificaciones le habían permitido acceder nada menos que a Oxford,
en Inglaterra.
–Su
madre debe estar muy orgullosa, los logros son asombrosos–agregó Usem con
admiración.
Así
era, sin dudas. Amina apenas podía creer
que su pequeño hijo hubiera sorteado todos los escollos que se le habían
presentado y estuviera hoy en una de las universidades más selectas del
mundo. Cuando salieron de Burkina Faso y
cruzaron el Mediterráneo en una experiencia escalofriante, que le costó la vida
a su esposo, la esperanza la guiaba.
Pero la vida había sido buena con ella, decía, la vida y la ayuda
invalorable de Victoria habían obrado el milagro.
–Amina
está feliz y espera que sus otros hijos puedan ser tan exitosos como él. Kalé ha tenido algunos problemas para
estudiar, es más proclive al deporte y su pasión es la mecánica. La pequeña Safi ya es una adolescente y
estudia también.
–¿Has
pensado como tu presencia fue milagrosa para ellos y para nosotros, amor? Dos familias inmigrantes salvadas por tu
toque mágico.
–¡Qué
tonterías dices! He sido bendecida y he
podido colaborar para que personas maravillosas se pudieran desarrollar, solo
eso.
Era
así, ni más ni menos. Sólo un pequeño
empujón, para que los demás hicieran algo productivo con sus vidas. Podrían haber desaprovechado la ayuda, como
hacían tantos. Y no fue así, ahí estaban
todos, consolidados e integrados a la sociedad.
–Vuelvo
tarde hoy, tengo turno largo. No olvides
hacer las compras para una buena cena de festejo con Titrit. Lleva a Eva que te asesore, que está hecha
una pequeña ama de casa.
Él
le sonrió y asintió. Esperaba que no se
olvidara de nada, la buena memoria no estaba entre sus cualidades
últimamente. Suspiró pensando en la
larga jornada que tenía por delante.
Las
horas transcurrieron tan rápido que apenas pudo percatarse de las mismas, tan ocupada estuvo en la emergencia de la
clínica. Había conseguido este trabajo
hacía ya varios años y le gustaba la adrenalina que suponía estar siempre atenta
a la llegada de vidas para recomponer y salvar.
La entristecía cuando esto no era posible pero la empujaba a dar lo
mejor de sí.
Finalizada
la jornada retornó a la casa expectante de novedades. Al descender del vehículo miró con placer la
vivienda. Años de trabajo duro habían permitido
un buen pasar económico, que se trasuntaba en esa cómoda y elegante casa en la
que habían construido su hogar. El
amplio jardín albergaba espacios de disfrute y una piscina que hacía las
delicias de todos. Era cómoda sin ser
ostentosa. La decoración era producto del
gusto ecléctico de sus dueños, y estaba plagada de objetos que recordaban su
paso por África y avivaban las memorias de sus dos tuareg.
Al
ingresar por la puerta lateral ya sintió el delicioso aroma que venía desde la
cocina. Usem estaba cocinando carne y el
festival colorido para la vista que representaban
las distintas ensaladas le recordó que hacía horas no ingería bocado.
Se
recostó en el vano de la puerta y observó la escena. Usem, Titrit y Eva decoraban un enorme pastel
de chocolate con concentración y risas.
–Esta
vez sí que los atrapé con las manos en el pastel–les dijo riendo.
–Vicky,
hola–corrió Titrit hacia ella para abrazarla con ternura.
Siempre la emocionaba el amor que le
demostraba, que era el mismo que ella sentía.
Habían sido compañeras y compinches desde que la conoció, y habían
atravesado juntas varias tormentas. Esto
no había hecho más que unirlas y potenciar su vínculo. Ella se sentía su madre, aunque respetaba el
lugar de Dassim en la memoria de Titrit.
La
separó y le estampó un beso en la frente.
–Estás
hermosa, ese vestido te sienta de maravillas.
De
veras que era así. Era una hermosa
veinteañera y sus 1,70 de altura no hacían sino dar prestancia a su
figura. Sus ojos eran de un verde
límpido, parecidos a los de su padre, pero la tez cetrina y el cabello
ensortijado y negro como ala de cuervo eran legados de su madre, sin duda
alguna.
–Gracias,
Vicky. Pero acá la más linda es mi bella
hermanita– y corrió a la niña alrededor de la mesada central, para placer de
Eva que chillaba y gritaba escondiéndose detrás de sus padres.
La
relación entre ambas era maravillosa y lo había sido siempre. Titrit no había sido nunca celosa de la
pequeña, como hubiera sido natural. La
aceptó con amor desde el comienzo, transformándose en una pequeña cuidadora que
se preocupaba por cualquier raspón o llanto.
–Vamos,
vamos, chicas, tranquilidad– pidió Usem– A la mesa que la mamá está famélica
por lo que me dicen esas manos que no dejan de meterse en los platos.
Se
sentaron y dieron buena cuenta del festín.
Mientras se fueron poniendo al
día con las novedades que Titrit tenía para ellos.
–¡¡Voy
a La Sorbona, no lo puedo creer!! Me
aceptaron y voy a poder hacer el posgrado en Ciencias Políticas que tanto
quiero.
–Bastante
que trabajaste para ello, te lo mereces– le dijo– Felicitaciones, sabes que nos
alegra tanto como a ti. Aunque te vamos
a extrañar.
–¿Te
vas a ir Tit?–le preguntó Eva. Era la
forma cariñosa como la nombraba desde pequeña.
–Si
mi reina, voy a París. Pero no te
inquietes, está cerca y voy a visitarlos muy seguido.
–Te
vamos a extrañar, ya lo hago–musitó Usem.
–Vamos,
papi, no te me pongas tristón que estoy a un tirón. Y sabes que es mi sueño.
–Lo
sabe, claro, y le encanta. Solo que está
viejito y se pone melancólico.
Todos
rieron. La cena se extendió por un rato
y luego siguieron charlando en el living, hasta que Eva se quedó dormida en
brazos de Usem.
Tres
Titrit
demoró en acostarse. Todavía estaba
excitada por la novedad y todo lo que había visto en París. Este había sido su sueño desde los diez años,
cuando en el colegio estudió Francia y sus bellezas. El arte siempre había sido su debilidad y si
bien España estaba plagada de obras de todo tipo, la palabra París siempre
había sido mágica para ella.
El vínculo que la universidad madrileña tenía
con su par parisina no hizo más que crecer la semilla del interés en ella. Una vez que terminó sus estudios de grado en
Ciencia Política decidió aplicar para un posgrado y aquí estaba. Objetivo
cumplido.
Abrió
su ordenador y se puso en contacto con sus amistades para contarles las noticias
y enterarse de los últimos chismes.
Enseguida se organizó salida de festejo para la próxima jornada.
Con
calma se desvistió e ingresó a la ducha para darse un largo y placentero
baño. Mientras se enjabonada con fuerza
sonreía ante el cariz que su vida iba tomando.
Sentía que tenía las riendas en su mano y que todo era posible.
Nada
de esto hubiera ocurrido si su familia no la hubiera acompañado
incondicionalmente, pensó también. Su
padre había estado ahí en cada uno de los instantes que lo había necesitado,
había sido y sería siempre así. A veces
la había molestado esa presencia constante, especialmente en sus pequeñas
rebeliones de la adolescencia, pero sabía que tenía que ver con los confusos
episodios que habían vivido juntos los primeros años de su vida.
Y
cuando no podía acudir a él porque los temas lo sobrepasaban o la emoción lo
embargaba y le impedía hablar, Victoria había sido un puntal excepcional. Su padre tenía aún asuntos inconclusos con el
pasado, pensaba, sabía que le dolía la forma que su madre había muerto y se
culpaba. Esto lo había presentido desde
chica y Victoria lo había reafirmado, aunque el tiempo había moderado el dolor.
Ella
misma sentía nostalgia al pensar en su madre, pero sobre todo la recordaba con
cariño. Era muy pequeña cuando murió,
pero sin embargo aún conservaba en la memoria el olor de su cabello y el brillo
de sus ojos.
Del
viaje trágico se le presentaban a veces algunas imágenes, pero había
reconstruido la escena por el relato de su padre, lo que le había podido
arrancar ya que era reacio a hablar del tema.
Entendía ahora que habían sido momentos durísimos para él y sabía que
había siempre antepuesto su seguridad antes que la de él.
Vicky
había sido una madre para ella, ayudando, potenciando, poniendo los límites
cuando era necesario. Nunca había
pensado en ella como una intrusa y le agradecía su amor. Había hecho posible que ella mirara hacia
adelante y también hacia atrás sin
miedos. La admiraba y sabía que el amor que
sentía hacia su padre era incondicional.
La pequeña Eva, esa adorada traviesa, era el resultado de la dura lucha
por ser madre y la admiraba.
Se
acostó y aún sin sueño se puso a diseñar sus próximos pasos. Tenía un tiempo antes de empezar sus estudios
y los quería dedicar a tareas de voluntariado.
Su constante preocupación por los asuntos de política internacional iba
de la mano de su historia de vida.
Sabía
el impacto enorme que causaba en individuos y colectivos las luchas intestinas
e internacionales con las que grupos y países asolaban al planeta. Esto la indignaba, ansiaba ser protagonista
en una nueva forma de hacer política y consideraba que actuar sobre las
desigualdades e injusticias era una forma de empezar. La situación de los emigrados y las razones
de la misma la desvelaban. Ella había
tenido suerte, ¿pero cuántos niños y
familias destrozadas intentaban llegar a las costas europeas desde el
continente africano? Quería empaparse de
la realidad y para ello se había ofrecido como voluntaria por unos meses para
trabajar en una organización que se dedicaba al rescate de inmigrantes. Tenía formación en primeros auxilios, pero
creía que sus conocimientos de idiomas e informática podrían ser de alguna
utilidad en alguna parte de la cadena de ayuda que era necesaria para socorrer
a las víctimas.
No
se le escapaba que su padre no iba a estar contento con esto. Le gustaba que ella fuera solidaria y
ayudara, pero lo desvelaba que sufriera.
“En
ese sentido es algo inmaduro” pensaba.
Ella ya era una mujer e indefectiblemente iba a gozar y sufrir lejos de
él. “Mañana le contaré”, pensó y quedó
dormida casi al instante.
Al
despertar la mañana siguiente se aprontó para desayunar en familia. Era fin de semana y esto era casi un ritual.
Sin
embargo al bajar encontró solo a su padre tomando un café mientras hojeaba el
periódico. Como siempre metido en las
columnas de finanzas y tecnología, sus favoritas.
–¿Cómo
va ese trabajo, papi?
El
plegó el diario y la miró sonriente.
–Sin
grandes sobresaltos, por suerte. La
competencia es grande pero eso es bueno.
Me hace estar alerta.
–¿Qué
demoran hoy las chicas?
–Están
acicalándose. ¿Puedes creer que Eva quiere que le hagan un peinado de
revista? Esta chica me va a dar dolores
de cabeza, es una coqueta.
–Es
un dulce adorable… Sabes que aprovechando que estamos solos te quería contar
algo que anoche no pude. Estos meses que voy a estar sin estudiar me
he planteado trabajar en algo…
–Me
parece bien, haces experiencia y algún dinerillo.
–En
realidad sería un trabajo voluntario–avanzó despacio con la noticia.– Trabajo
de campo ayudando con papeleo y trámites… Me ofrecí para trabajar con Cruz Roja en sus
ayudas en el Mediterráneo.
Su
padre la miró con presteza y en silencio varios segundos. Suspiró.
–Tantas
tareas voluntarias hay y justo se te ocurre esta…
–Sabes
que me preocupa y me interesa. Tiene que
ver con nuestra historia también. Es
como devolver algo de lo que recibimos, ¡lo sabes papá!
Lo
vio retorcer la mirada y hacer la mueca de disgusto característica con la
comisura de sus labios. Podía leer su
rostro con toda claridad. Estaba
molesto.
–Lo
voy a hacer papá. Sé que no te gusta
pero es mi decisión.
El
demoró en responder. Estaba elaborando su respuesta, le costaba ser
directo y expresar sus sentimientos, casi siempre era Victoria la que lograba traducir sus
emociones.
–Yo
respeto lo que decidas. Me preocupa que te involucres demasiado, solo eso.
–No
quiero que te preocupes, no es nada del otro mundo. Solo un poco de ayuda, nada más.
La
llegada de Victoria y Eva interrumpió la charla, mas ella la retomó contando a
la primera su decisión. Confiaba la
apoyaría, pues sabía que había sido voluntaria y siempre tenía una actitud de
ayuda a los que veía en peor situación.
–¡Te
apoyo ciento por ciento!– le dijo– Va a
ser una experiencia enriquecedora y te va a poner en contacto con tus
sentimientos más recónditos. Ten
presente sin embargo que vas a ver historias desgarradoras y a veces no vas a
poder hacer nada. Vas a tener que lidiar
con esa sensación.
–Lo
sé.
–No
estoy tan seguro que lo sepas–argumentó su padre.
–Pues
lo veré sobre la marcha. Y lo voy a
superar papá.
–Así
va a ser– apoyó Victoria– ¿Tienes respuesta de la organización ya?
–En
cualquier momento la espero. Quería
contarles que está en mis planes para que no los tomara desprevenidos.
Recibió
la mirada comprensiva de la mujer. Sabía
que ella lidiaría bien con su padre.
Siempre lo hacía.
Cuatro
El
reencuentro con su familia fue emocionante.
Biram estaba acostumbrado a reprimir sus sentimientos como forma de
protegerse de su entorno, que a veces se le tornaba hostil, pero esta máscara
caía cuando estaba con su gente. Amina
lo esperó con sus mejores galas y con un verdadero banquete tradicional,
orgullosa de su hijo universitario.
Él
no pudo ocultar el placer que le producía complacer a su madre. Sabía de sus continuos desvelos porque
estudiaran y pudieran progresar.
–¡Qué
grande y hermoso estás!–le dijo ella con
ternura en su mirada.
Sonrió. Para ella seguía siendo un niño, pero él se
sentía mayor de los veinticinco que tenía.
Había atravesado por tantas situaciones, había rotado por tantos lugares
que a veces se veía como un anciano.
Nada más lejos de la realidad, por supuesto.
–Tú
siempre tan zalamera, la que estás bella eres tu mami, el tiempo no pasa para
ti.
Veía
sin embargo los rastros que años de trabajo duro habían dejado en ella. Por eso la admiraba tanto, había dedicado su
vida para poder darles oportunidades de estudio y de inserción en España. Por ella estaba donde estaba, en un lugar que
para otros era impensado.
Aún
naciendo en el mejor de los mundos, él bien sabía que Oxford era una universidad
de élite, y haber sido aceptado se debía al tiempo que ella le había
dedicado. Ella y Victoria, tenía que
reconocerlo. Si esta última no se
hubiera interesado por ellos y les hubiera ayudado y allanado camino las cosas
no hubieran funcionado tan bien.
Recordaba bien la primera vez que la vio, en
la que se convirtió una constante durante varios años. Les había enseñado el idioma, les había acompañado
y asesorado para realizar trámites y les agenció oportunidades laborales, les
aconsejó e impulsó a estudiar y prepararse.
Siempre había estado con ellos, aún cuando su nueva vida la llevó a
Madrid. Por teléfono o visitándolos cuando
volvía a Barcelona. Con su esposo Usem y con la pequeña Titrit muchas veces. A medida que creció fue aquilatando el real
valor de ese apoyo. Se sentía en
absoluta deuda con ella.
Sus
hermanos estaban también encaminados y agradecía a Alá por ello. No había sido fácil para Kalé y hubo momentos
que temió tomara por el mal camino.
Su
mamá quería saber cómo iban los estudios y la verdad no podía ser mejor. Su beca le permitía costearse lo básico y su
trabajo de medio tiempo en la biblioteca lo ayudaban. Desde pequeño las matemáticas se le habían
dado con facilidad y a medida que creció y pudo estudiar, esto le abrió las
puertas a los mejores colegios. Las becas que se concedían a los estudiantes
avanzados como él daban prestigio a las instituciones, que se jactaban además
de ayudar a los que menos tenían.
Esto
era complejo para algunos, que sentían su orgullo golpeado porque los
estudiantes promedio no dejaban pasar con facilidad el origen social y étnico
de los becados. Esto no hacía mella en
él, que veía las pullas, a veces de una humillación sádica, como meros recursos
de defensa de aquellos menos dotados. Tenía una actitud resiliente que le
permitía adaptarse a las situaciones y sacar el máximo provecho de las
mismas.
Pero
educó su cuerpo y su mente para responder cuando fuera necesario. A veces los argumentos lógicos se chocan
contra la pared de la intolerancia y no había otra salida que defenderse.
Una
vez que completó sus estudios secundarios se planteó trabajar, pero para su
sorpresa recibió contestación afirmativa a sus solicitudes en varias
facultades. Las había enviado empujado
por la insistencia de Victoria, que le planteaba continuar desarrollando sus
habilidades para las matemáticas y la informática. Pero no creía personalmente
que fuera considerado. Después de todo
no dejaba de ser un refugiado, pensaba. Aquella
no cabía en sí de alegría al saber que Oxford lo solicitaba.
–¿Te
das cuenta que te están dando ingreso a uno de los lugares más selectos del
mundo, Biram? No puedes negarte, no te
atrevas–casi lo amenazó riendo. Y allá había marchado él, temeroso del fracaso
pero excitado por la novedad.
Había
sido la mejor decisión de su vida, se dijo ahora.
–Estoy
trabajando y estudiando, estoy cómodo y tengo propuestas de trabajo para cuando
egrese, tanto en Inglaterra como en algunos otros lugares de Europa, mamá. Hay varias corporaciones que siguen atentos
los desempeños de los estudiantes avanzados y debo decirte que soy uno de esos–su
burló de sí mismo.
Amina
lo miró con atención y sacudió la cabeza.
–Claro
que lo eres, yo nunca lo he dudado.
Le
besó la cabeza y procedió a darles los regalos que les traía. Le generaba cierta ansiedad no poder contarle
la novedad principal, pero era menester guardar el secreto. Así se había comprometido y era
esencial.
El
primer año en Oxford había transcurrido sin novedades, abocado a sus
estudios. Estos progresaron de manera
importante. Al promediar este segundo
año es que había sido contactado por el M16, el Servicio Secreto británico. Había
escuchado el rumor que muchos agentes del servicio de inteligencia habían sido
reclutados en Oxford y Cambridge, mas veía eso como una leyenda urbana. No estaba en sus planes ni en sus deseos, que
iban por lados más tradicionales. Un
trabajo en una corporación, poder continuar desarrollando sus teorías, era todo
lo que pensaba.
El
día que lo citaron para una reunión ni sospechaba la propuesta que
recibiría. Quien se la planteó fue presentado por las autoridades de la
institución, que los dejaron a solas.
–Hemos
seguido tus progresos, Biram. Admirables
realmente. Te desenvuelves en forma
excelente en el área informática y de los números.
El
agradeció y se preguntó por dónde iba el asunto.
–Gracias.
¿Esto se relaciona con mi beca?
–No
exactamente, aunque puedes considerarlo una devolución de tu parte por lo que
Inglaterra te brinda.
–No
entiendo.
–Para
ser claros, pertenezco al M16 y estoy acá para ofrecerte trabajar con
nosotros. Nos interesa especialmente tu
ayuda en el área informática. La lucha
antiterrorista se juega en muchos campos, e Internet es uno de ellos.
Luego
del impacto inicial lo ganó la curiosidad.
–¿Qué
podría hacer yo?
–Los
mensajes cifrados y las claves son un problema cada vez mayor para detener a
los terroristas. Necesitamos tu mente
lógica y tus estudios para detenerlos.
–¿Usted
sabe que yo soy africano de origen y musulmán?
Un inmigrante.
–Nosotros
sabemos todo de ti. No te ofreceríamos
esto de no conocer tu vida a fondo.
Así
que le dieron tiempo para pensarlo, y
luego de mucho reflexionar decidió que era un trabajo tan bueno como cualquier
otro. Si además podía colaborar en
detener a aquellos que mataban en nombre de Alá, mejor aún.
Así
que acá estaba, en casa de visita y sin poder contar la novedad más potente que
tenía. La fachada de su trabajo era una
compañía internacional de finanzas, a través de la cual le llegaban los cheques
todos los meses. Ya había colaborado en
la detección de varias células y en la desarticulación de páginas de promoción
de la Yihad. En este momento y hacía
varios meses trabajaba con otros en línea tratando de descifrar un nuevo código
que estaban usando adherentes de Al Qaeda.
Hasta ahora habían avanzado poco, y sabía que era primordial.
Había
decidido viajar a visitar a sus afectos como forma de tomar aire para mirar el
asunto desde otra perspectiva. Su
trabajo lo podía hacer donde quiera estuviera y hacía meses que no veía a su
madre y hermanos.
Decidió
también visitar a Victoria. Había pasado
un largo tiempo desde la última vez que la había visto.
De
hecho luego de estar varios días en su casa materna se trasladó a Madrid. Se instaló en un hotel primero para evitar
molestar en el hogar de Usem. También
porque necesitaba silencio y espacio propio para continuar su labor sin
levantar sospechas.
Victoria
lo invitó a cenar y le pidió que fuera temprano. Tenían muchas cosas por ponerse al día y
estaba ansiosa de verlo. Al llegar lo
primero que vio en el jardín fue a la pequeña Eva corriendo como el demonio
detrás de un perrito. Lo sorprendió cuán
grande estaba. Hacía más de dos años que
no la veía, se recordó. Los niños
crecen.
Al
tocar timbre vino a recibirlo.
–¿Eres
Biram verdad? Mamá te espera, ahora te abre.
Este
sonrió. Era un vendaval de charla y energía.
Inmediatamente
apareció Usem que lo recibió con calidez y le allanó la entrada. Siempre tenía una actitud un tanto reservada,
pensaba Biram, pero era un hombre franco y amable.
–Gusto
de verte luego de tanto, espero tengas ganas de hablar porque estas mujeres
están ávidas de cuentos e información.
–Tengo
ambos, no te preocupes Usem.
Victoria
lo recibió con alegría y varias horas transcurrieron de amena charla, salpicada
de recuerdos. Sorteó sin dificultad las preguntas acerca de su estudio y
trabajo, la fachada que el M16 le proporcionaba era a prueba de todo.
Ya
casi sentados para cenar, apareció Titrit.
Decir que le provocó conmoción sería poco. Hacía al menos cinco años que no la veía, ya
que las últimas veces que habían viajado a Barcelona no había ido.
Era una mujer hecha y derecha, de una
hermosura que le quitó el aliento. Trató
de disimular la impresión, pero aún debajo de las presentaciones y la charla
informal no dejaba de aquilatarla.
Aquella niña que recordaba haber visto por primera vez en el centro de
ayuda a refugiados de Barcelona había crecido para convertirse en una imponente mujer. Boca perfecta, ojos verdes para perderse en
ellos, un cuerpo que bajo el vestido se adivinaba voluptuoso. Se sintió un tanto cohibido de pensar
así. Era como profanar el hogar de sus
amigos. Trató de recomponerse y unirse
con más énfasis a la conversación.
–Así
que vas a La Sorbona, te felicito, es una gran oportunidad.
Ella
le agradeció y le contó su ansiedad por empezar.
–París
es un sueño para mí.
–Me
alegro puedas cumplirlo entonces.
Poco
más hablaron. De pronto la timidez
interpuso su pared entre ellos. El no
podía dejar de admirar su belleza y la
natural relación que había existido ya no era posible.
Siguió
la charla como pudo y cenaron. Al irse
no pudo evitar mirar hacia atrás. Titrit
lo observaba desde la ventana de su habitación.