sábado, 9 de abril de 2016

5ª parte Una mujer desconfiada

18.
Las siguientes semanas fueron intensas para ambos jóvenes, tanto a nivel laboral como para la relación que estaban tejiendo.
En el caso de Paz lo laboral se presentó muy ajetreado ya que los requerimientos para la nueva empresa se hicieron más grandes.  Comenzaron a llegar más propuestas de trabajo, tenían una obra en ejecución y estaban en pleno diseño de otra.  Esto no hacía más que confirmar que la apuesta de Fernanda y por extensión de su familia era un éxito. 
Tan buena receptividad hizo que algunas tareas se recargaran, especialmente la de Paz, por quien pasaba todo el papeleo y comunicaciones a efectuar.  Esto la obligó a trabajar varias horas extras semanales, especialmente los sábados en la mañana.  Esto no la molestaba, ya que muchas veces encontraba su fin de semana demasiado largo. 
–Sólo yo debo tener esta sensación– se dijo.  La mayoría de las personas normales desea que sea más largo para descansar y estar con su familia.
Este último pensamiento la atormentó.  ¡Cuánto extrañaba a su familia!  A sus padres, a su hermana incluso a pesar de las diferencias entre ambas. Habían sido una familia sencilla y con pocos recursos pero feliz.  Todo estaba en el pasado, con excepción de su hermana.  El tiempo y la muerte se habían encargado de desarmar  su vida, pensó dramáticamente.
Esta idea la hizo reafirmar su intención de generar nuevos vínculos y hacer amistades en su nueva vida.  Y soñar con gestar una nueva familia.  Cada vez más se convencía que debía abrirse a amar a alguien, o intentarlo.  Era entonces cuando su corazón y su mente abrazaban el recuerdo de Leandro y se disparaban mil fantasías con él.  Luego recordaba los consejos de Marta así como sus propios temores y borraba las imágenes.  O al menos lo intentaba, porque eran persistentes.
Parte importante del día la pasaba sola en la oficina ya que las nuevas tareas obligaban a Marta y Franco a trabajar afuera.  Esto hacía que sus contactos con Marina y Fernanda fueran sin mediadores.  Con la primera la relación había mejorado. Nunca había sido mala pero sí tensa, esto provocado en parte por las intenciones de Marina con Leandro y su visión de Paz como rival.  Pero nada había sido explícito, por lo cual ahora que la relacionista tenía un nuevo pretendiente, podían conversar y trabajar sin ninguna traba.
Paz veía en Marina las mismas cualidades y defectos que en su hermana.  Belleza y ambición, unidas en una actitud de “comerse al mundo”.  Esto al comienzo la había molestado, pero una vez que el diálogo entre ellas mejoró aprendió a entenderla y aceptarla.  Fue Marina misma que con el correr de los días se acercó a conversar sobre distintos temas.  La progresiva interacción hizo que se abriera y contara más a Paz sobre sí misma, sus logros y ambiciones. 
 Esto distendió las relaciones en la oficina ya que Marta al ver que Marina mejoraba su actitud también cedió.
Por su parte Leandro debió enfrentar pronto novedades bastante desagradables en relación a la investigación que había encargado.  Al hecho ya comprobado por su detective del robo sistemático de materiales de construcción,  se agregó el descubrimiento de la reventa de los mismos a pequeñas empresas.  Había todo una cadena montada de robo, extorsión y ventas truchas, que tenía engranajes en distintas empresas del mismo ramo que la suya.  El gran operador de todo era un empresario rival, que fue competidor directo en varias de las obras que la empresa de Leandro había logrado ganar.
El resultado de la investigación mostraba la razón que el joven había tenido e implicaba a su vez un quebradero de cabeza. Los robos eran fáciles de demostrar pues las pruebas eran más que contundentes. No iba a ser fácil probar sin embargo la relación de los mismos con el mentado empresario.  Este hábilmente cubría todas sus huellas.
Por tanto Leandro decidió hacer la denuncia respectiva a la Policía, entregando todas las pruebas y comunicando a los detectives encargados las sospechas del complot.  Se encargó también de hacer saber a todas las otras empresas afectadas de lo que estaba pasando.  Algunos no habían detectado nada aún, por lo que agradecieron el gesto.
Finalmente se puso en contacto con los gerentes y encargados de inspección de la obra en ejecución de los pormenores de la situación, de manera de obtener cierta gracia si la misma no se podía finalizar en el tiempo y forma prevista.  Esperaba que esto no fuera necesario ahora que todo se había resuelto. Creía que el tramposo rival iba a frenar sus acciones ahora que su red estaba desarticulada y él bajo sospecha. 
Todas las acciones que encaró las hizo por propia iniciativa pero siempre apoyado en  su padre. No quería que este se sintiera dolido por no ser consultado.  Y se deba cuenta además que consultarlo no lo hacía perder valor ante sus ojos, que antes era su temor.
Estar tan ocupado le permitió además cumplir su intención de no acercarse a Paz hasta no tener sus sentimientos e ideas claras.  Por la noche repasaba su día y luego de resolver lo laboral, buscaba aclarar su pensamiento.  Qué quería de la vida de ahí en más, cómo se visualizaba en varios años.  Sus intentos de orden chocaban con su febril imaginación que no dejaba de soñar a Paz en distintas situaciones. 
Así que al cabo de varios días, se dio cuenta que no era así como iba a saber qué hacer.
–Proyectar se proyectan casas –se dijo. –La  vida la tengo que vivir, no soñar.   Era sábado a la noche y estaba solo frente a su plato de mariscos, con una copa de vino blanco. Tomada la decisión que la frase expresaba, comió su cena con tranquilidad y decidió ceder a los impulsos que Paz le despertaba.
Por ello se encontró conduciendo su coche a las diez hacia la casa de la joven.  Un rato después estacionó frente a su puerta y observó en silencio la entrada iluminada por un farol. 
–¿Estaría haciendo bien?  ¿Qué reacción tendría Paz?–pensó–La única forma de averiguarlo es proceder.
Entonces bajó de su auto y avanzó con determinación.  Tocó el timbre y al instante sintió la voz de la joven (algo temerosa) inquiriendo la identidad del visitante.  Al decir su nombre se hizo silencio por unos minutos hasta que finalmente abrió la puerta.
Estaba vestida muy sencillamente y sin una gota de maquillaje Aún así encantadora y sexi. Leandro percibió su desconcierto y la saludó con total naturalidad.
–Hola, Paz.  Espero no molestarte o interrumpir algo. 
–No, no– contestó ella algo turbada.  Estaban aún afuera, pues ella no lo invitaba a ingresar.  Por tanto el hombre le inquirió.
–¿Puedo pasar?  Me gustaría charlar un asunto contigo.
–¿Es algo del trabajo? ¿Hay algún problema?– Paz resistía el ingreso de Leandro porque no sabía bien como iba a reaccionar una vez el entrara en su casa.
–Ningún problema y no es de trabajo.  Es sobre nosotros.– Y como la muchacha aún continuaba bloqueando el paso él le tomó el brazo suavemente y la hizo a un lado.
–Te pido permiso, realmente tenemos que hablar –e ingresó a la casa.  Sorprendida por la velocidad de él y además expectante, no tuvo más que seguir sus pasos.
–Tú casa en bonita–le comentó mientras caminaba en círculos admirando el recinto–  Sencilla y discreta como tú.
–Gracias.  Toma asiento– ofreció ella señalando el sillón de un cuerpo.  No quería sentarse a su lado para evitar la excesiva intimidad.  Decidida a no dejarse atropellar, pasó a preguntar.  Es mi casa y yo pongo las reglas–pensó–Ni bien me sienta molesta se va.
–¿En qué te puedo ayudar?
–¿En serio vas a preguntar eso?  ¡Qué formal!–se burló  él sonriente.
–Te presentas de noche a mi casa sin invitación y dices que debes conversar conmigo.  Supongo tienes algún problema en el que puedo incidir o ayudarte a solucionar.
–Bueno, así expresado se puede decir que sí.  Tengo un problema y es contigo.
–¿Por qué problema?  Hemos tenido algunos inconvenientes pero creo que tenemos claro que nuestras intenciones son incompatibles.
–Si tú crees que las cosas entre ambos están claras estás equivocada.  O me equivoco yo, pero voy a arriesgarme.– Al decir esto se incorporó de su asiento y se acercó a ella.  Colocó sus dos brazos en los del sillón de manera que quedaba casi encerrada entre ambos. – Tú me gustas como ninguna otra mujer me ha gustado.
–Si, tengo claro que te gusto.  Pero parece que cualquier escoba con polleras te gusta, no veo el punto en eso.– Dicho esto se escabulló por debajo de su  brazo y se acercó a la ventana.
–¡Mujer, con lo buena que estás no te haces justicia al compararte con una escoba!–bromeó él y la siguió acorralándola nuevamente.
–Mira, si tú has venido a repetir lo mismo no veo el sentido de…
–Te repito  que me llevas loco, que te deseo a morir y que quiero tener algo contigo.  No es poca cosa.– A medida que decía esto se acercó más hasta que la abrazó y la acercó a su cuerpo.  Ella se debatió entre sus brazos pero parecían un cerco de acero. 
–Quédate tranquila, no te voy a hacer nada.  Te respeto y nada que no quieras va a pasar.  Pero tengo la necesidad de sentir tu cuerpo cerca del mío.  De sentir el roce suave de tu piel, besar tu boca…No te imaginas los días que llevo pensando en esto. ¿Tú piensas en mí?
Paz se sentía en lucha consigo misma.  Deseaba a ese hombre, quería que la estrujara y besara hasta desfallecer.  Pero su costado racional la detenía, forzándola a pensar y no dejarse llevar.
–Tú ves en mí solo un objeto que te está costando obtener, un juguete.  Y yo no quiero ser eso…Yo aspiro a mucho más…
–Lejos estoy de creerte un juguete.  Eres una mujer hecha y derecha.  Quiero ser sincero contigo.  Estoy confundido sobre la verdad de lo que siento, pero es más profundo de lo que venía sintiendo por cualquier otra.  Y no quiero que perdamos la chance de vivir la pasión que ambos sentimos.
–¿Y después de la pasión que?  ¿Y si me rompes el corazón?
–¿Y si me lo rompes tú?–le contestó él–Tomemos el riesgo de vivir lo que nos pasa.  Sin miedos.
Paz se sacudió con sus palabras y encontró razón en las mismas. ¿Qué podía perder?  ¿Por qué no probar?  Estaba claro que cada vez que caía se levantaba.  Entonces lo besó y esto fue la respuesta que Leandro esperaba.   Sus bocas se fundieron en un beso incendiario.  Pronto sus brazos se entrelazaban y las caricias mutuas no daban respiro.  Abrazados llegaron al sillón y se tendieron, sin que sus labios se despegaran.
El comenzó a desprender su blusa y recorrió con su lengua el esbelto cuello de la joven, totalmente entregada al placer del momento.  Arribó a a sus senos, y antes de  continuar la miró. 
–¿Sigo?–le preguntó con suavidad.  Ella asintió con un gesto y esto desató la pasión. Descubrió sus pechos que palpitaban al compás del loco galopar del corazón de la joven. Besó  y lamió con fruición los erguidos y rosáceos pezones.  Paz gemía con los ojos entrecerrados.  Luego bajó por la línea de su pubis y desprendió su pantalón, dejando ver sus diminutas bragas. La levantó enfebrecido de deseo y llevándola en sus brazos se dirigió a lo que supuso era el dormitorio.  Allí la tendió en la cama y comenzó a desnudarse...
Paz lo miraba con fijeza, aquilatando su ancho pecho y sus poderosos brazos, ahora libres de la prisión de la camisa.  Leandro se quitó con rudeza el pantalón, dejando al descubierto su miembro palpitante.  Totalmente despojado de ropas  avanzó hacia ella y con suavidad se tendió a su lado, presionando sus caderas con su pelvis.
–Te deseo infinitamente Paz.  Quiero poseerte, perderme en ti.  Pero estoy dispuesto a frenar mis impulsos si así lo deseas.
La joven no dudó un segundo al responder –Tómame–
No hubo ya dudas en Leandro, que subió a horcajadas de Paz, cuidando no aplastarla con su cuerpo.  Frotó su miembro con lentitud por la vulva de la joven, que empapada por el placer apenas respiraba.  Besó su rostro, lamió sus senos y caderas, la acarició con delicadeza al principio pero luego su ritmo se aceleró. 
En una primera instancia Paz mantuvo un papel más pasivo, pero al avanzar la relación liberó sus prejuicios y pasó a ser activa participante.  Mordió sus labios y su lengua cual flecha se hundió en la boca del hombre. Sus manos se movían en la espalda y con fuerza lo empujó luego para tenderlo de espaldas.  Trepó con presteza sobre su pelvis y comenzó un frenético galope sobre la misma hasta que sintió su clítoris tan estimulado que gritó de placer.  Esto enloqueció a Leandro que la volvió a poner bajo suyo y la penetró.  Ambos jadeaban y se besaban y el ritmo se tornó febril hasta que juntos alcanzaron el orgasmo. 
La experiencia fue casi cósmica para Paz, que no razonaba hacia mucho rato.    Con los cuerpos aún fundidos dejaron que los últimos restos de placer los abandonaran.  Entonces él se apartó y se tendió a su lado, mirándola con fijeza y acariciando su rostro.
–¿Estás bien?–la inquirió.
–Si– contestó la joven algo cohibida por la desinhibición demostrada. 
–Fue lo mejor que me ha pasado en años, Paz.  Sentí que volábamos, ¿no te pareció lo más natural del mundo?
–Por favor Leandro, estoy un poco avergonzada– se sonrojó ella.
–¿De qué, de mostrar tu pasión?  Fue maravilloso, no te arrepientas por favor.
–No me arrepiento, no– contestó ella y lo miró con sencillez.– Lo hice porque lo sentí.  Y aunque no se repita o tú te alejes ahora que ya conseguiste lo que buscabas, para mí esto fue especial.
Leandro se incorporó sobre su codo y la miró con fijeza. –¿Realmente me crees tan ruin?  ¿Usarte como un objeto e irme así?  Me parece que no me interpretaste, yo te dije que siento algo profundo por ti y…
–No digas más– le suplicó ella– Estamos aquí y ahora, después veremos que ocurre.  A la vez que le decía esto lo abrazó y lo besó.  No quedaba ninguna duda en ella de que lo que sentía era amor.  Pero no lo quería obligar a él a expresarse en un sentido que ya había dicho no tenía claro.  Paz eligió disfrutar el allí y ahora, beber de sus labios, acariciar su cuerpo, sentirse contenida y segura entre sus brazos. 

19.
El amanecer colándose por los visillos de la ventana y los píos de los pájaros   despertaron a Leandro. Con lentitud abrió los ojos y rodeó la habitación con la mirada.  El recuerdo de la noche lo golpeó con fuerza.  Paz yacía a su lado respirando con delicadeza y arropada por el edredón.  El hombre levantó el mismo para observar la desnudez sin pudores de la joven.  Admiró sus formas rotundas y el deseo nuevamente lo acosó, secando su garganta. Había pensado irse en la noche y no pudo.  Planeó levantarse ahora y escapar antes que Paz despertara.  Pero no quiso hacerlo.  No la podía dejar, estaba como poseído por la fiebre que ella le provocaba.
 Extendió su mano y la posó sobre su zona íntima, presionando y frotando su dedo sobre el clítoris.  Paz se revolvió y gimió, sacando la punta de su lengua. Esto lo excitó más y bajó hacia el pubis para lamer dulcemente la zona más erógena de ella.  La mujer se mojó y despertó con escalofríos de placer.  Sus ojos se encontraron y ella lo animó a seguir al colocar su mano en el cabello de Leandro y hundirlo contra sí.  Saboreó con fruición las maravillosas sensaciones que le provocaba y luego lo detuvo.  Lo empujó y lo obligó a pararse y ahora fue ella quien le brindó placer.  Hundió su boca en el pene de él  lamiendo y succionando sin descanso.  Los jadeos de Leandro aumentaban hasta que no pudo más y la hizo acostarse para  nuevamente  hundirse en ella.  Gritillos de ella y frenéticos golpeteos de él con sus caderas tuvieron como corolario un intenso orgasmo.
Enseguida Paz se levantó y fue al baño para darse una ducha.  Escapaba a la vez de la mirada inquisidora del hombre, que la miraba y la ponía nerviosa.   Es que en el contexto de la pasión ella no tenía arredro de disfrutar y experimentar, pero luego el recuerdo de lo realizado la avergonzaba un poco.
– ¿Qué pensaría él de ella?– se decía mientras el agua corría por su cuerpo.
Entonces se abrió la mampara  y Leandro ingresó a la ducha con ella.  La abrazó mientras el agua los rodeaba por todos lados y le dijo:– No sé si es esto lo que te pasa, pero intuyo que te pones nerviosa por cómo te comportas en la cama. Si es así, olvídate.  Me fascina tu pasión, me enloquece cómo me tocas y no podría pensar una forma más hermosa de estar contigo.
Las dulces palabras la conmovieron y calmaron.  Lo besó con absoluta ternura, conmovida por su empatía.  Juntos se ducharon y secaron.
Paz preparó un desayuno frugal, que era lo que siempre ingería.  El tomó su café y tostadas y al despedirse tomó su barbilla y besó la comisura de sus labios.
–Me hiciste muy feliz esta noche Paz.  Ansió volver y repetirla.
Mientras se alejaba en su coche ella lo observó y suspiró al ingresar a su casa.  Las cartas estaban ya jugadas y allí estaba ella.  ¿La amante del jefe?  ¿Por cuánto tiempo?  Se obligó a dejar estas ideas y el lamento.  Ella había decidido sin presiones y sabía a lo que se atenía. 
–Basta de lloriqueos.  Voy a atesorar los momentos que tengamos juntos, la oportunidad de estar con quien amo y disfrutar esos instantes. 
Aceptar sus decisiones y no generarse falsas expectativas la liberó.  Sabía que podía sufrir pero tomaba el riesgo.  La otra cara de la moneda era ser feliz y ella apostaría a eso.
Leandro por su parte también estaba reconcentrado en su mente mientras conducía rumbo a la casa de sus padres. 
–¡Qué noche, que tremenda y maravillosa noche!– se dijo.  Paz era una mujer con todas las letras, eso era indudable.  El tenía experiencias miles pero la velada con la joven fue sin lugar a dudas muy especial.  Hubo más que sexo, y eso que este fue abundante y satisfactorio.  Lo novedoso fue la forma: ternura y pasión encadenados, caricias y besos dulces y febriles a la vez;  intimidad al rojo unida al deseo de conectar almas. 
Pocas veces a Leandro le había importado tanto gozar y hacer gozar.  Y él era plenamente consciente de esto.  Y quería ser muy cauto, cuidar esta relación y no confundirse.  Porque lo que menos quería era lastimar a Paz.
Con todo esto en mente arribó a la finca de sus padres.  Era muy temprano y encontró a su madre en el jardín, disfrutando de sus rosas y con una taza de café recién hecho en sus manos.  Ella estuvo encantada de verlo y poder charlar a solas.  El siempre llegaba sobre la hora de comer y a las corridas.  Pocas oportunidades de charlar a fondo tenían.
–Hola mami– le dijo el joven– ¡Estás más linda que tus rosas!
–Gracias mi amor–dijo ella– Eres un galán.  ¿Te has caído de la cama o estás aún sin dormir?  Esa vida que llevas no es la mejor, te lo digo siempre.
–Ten paz, acabo de levantarme.  Te acompaño con una taza de café– Mientras la servía y se sentaba su madre lo observaba.  Tomaron sus brebajes en silencio y finalmente ella le inquirió.
–¿Qué pasa hijo?
Leandro sonrió. Nunca le podía ocultar nada a su madre.  Tenía una antena especial para leerlo.
–¿Siempre me sacas la ficha, madre?
–Aunque la frase suene trillada, las madres tenemos un instinto especial.  Pero dime, te veo pensativo y no es usual.  Tú eres pura acción.
–Si, pero estoy en una disyuntiva amorosa.
–¿Qué?–se asombró ella mientras se acodaba sobre la mesa.  Esto era una novedad.– ¿Tú en una encrucijada sentimental?  Muy fuerte, dime ya todo, me muero de curiosidad. 
La ebullición de su madre lo divirtió, pues la sabía fruto de su desesperación casamentera.
–Si no te calmas no te cuento. Y nada de consejos a lo sacerdote o a lo revista del corazón.–la previno.
–No para nada.  Adelante, cuenta, cuenta.
Leandro con lentitud fue desgranando la historia.  Le habló de Paz y se la describió, le contó sus idas y vueltas y brevemente le contó en qué estaban ahora.
Su madre lo observaba y lo escuchaba, y  lo que más la impactó fue la forma del relato y las palabras elegidas para describir a la joven en cuestión. 
Suavidad y ternura al mencionarla fue lo que detectó la madre.  Pudo ver la confusión de él, pero para ella no hubo duda alguna.  Su hijo estaba enamorado, era claro como el agua.  Nunca le hubiera contado todo esto, ella ni se hubiera enterado de nada de ser una aventura más.  La única vez que había ocurrido algo similar fue muchos años atrás cuando él aún estudiaba.  Le habían roto el corazón recordaba.  Esto la atemorizó.
Pero pragmática  como era inmediatamente comenzó a tejer probabilidades.  Era excelente que su hijo volviera a enamorarse.  Le preocupaba sin embargo no conocer a la joven y que fuera extranjera.  No tenía prejuicios contra inmigrantes, pero no había mucha forma de referenciar a la joven.  Lo bueno era que trabajaba con Fernanda, por ahí podía investigar.
–¿Mamá, mamá?... ¿Escuchaste algo de lo que te dije?–la retó Leandro.
–Pero claro hijo, solo estaba aguzando mis sentidos para poder entenderte mejor.  Tal parece que la tal Paz te ha pegado fuerte.  Lo mejor que puedes hacer es ir lento para asegurarte de no equivocarte.  Pero me parece muy bien que apuntes a algo nuevo en tus relaciones.
Mientras decía estas últimas palabras se acercaron Fernanda y el padre a desayunar con ambos.
 Esto permitió a Leandro cambiar el tema y contar a todos las novedades acerca del trabajo.  Las mujeres se asombraron de la magnitud de la estafa en curso.  El padre felicitó a Leandro por lo expeditivo de su accionar y le pareció correcto dejar todo en manos de la justicia. 
–Eres un muy buen gerente y has aprendido algo valioso.  No te alejes de las tareas reales de la empresa y controla todo.  No se trata de desconfiar constantemente sino de monitorear.  Nada engorda más el ganado que el ojo del amo, dice un viejo dicho.
–Es verdad, padre. Te agradezco tu apoyo.
–Pues yo agradezco el tuyo, Leandro– le dijo Fernanda.–Sin él mi proyecto nunca se hubiera concretado.  Hoy puedo decirles que es una realidad pujante.  ¡Tenemos más de cinco proyectos en ejecución, planeamientos y en lista de espera!
–Excelente, muy bien mi amor–la alentó su madre– ¿Y tu personal responde como esperas?
–Más de lo que pido, son un equipo de hierro–dijo con orgullo Fernanda.
–Pues debes valorarlo, es lo mejor que te puede pasar.  Un buen equipo es garantía de éxito–le aconsejó su padre.
–¡Pero claro! Por ello debes mimarlos un poco– dijo con vivacidad su madre– Invítalos aquí a pasar una jornada de recreación.  Como un premio por su esfuerzo.  ¡Yo organizo todo!
–Mamá… –comenzó a decir Leandro.  Ya veía sus intenciones, era incorregible.  Pero ella lo ignoró y continuó acicateando la idea en Fernanda, que finalmente aceptó.  
Así quedó organizado para el fin de semana próximo un día de relax.  La madre de Leandro  estaba expectante porque iba a poder conocer de primera mano a la involucrada y sacar sus propias conclusiones.  Se jactaba de poder leer (de alguna manera) a las personas y sus intenciones.  Y solía errar pocas veces.
El domingo transcurrió con tranquilidad y en familia.  Leandro no pudo evitar recordar que Paz estaba sola y trató de pensar que haría. 
Más allá que esa era su situación desde que había ingresado al país, la intimidad generada entre ambos le hizo sentir cierto pesar por la soledad de aquella.  Quiso llamarla pero entonces se dio cuenta que no tenía su número.  Se sintió un infeliz; ¡ni siquiera pensó en pedirlo!  Y a Fernanda no le iba a decir porque iba a hacer un alboroto.  Ya bastante tenía con su madre. ¡Que mujer!  Había tirado todas las piolas para conocer a Paz. 
Al final y en un descuido de su hermana, tomó su teléfono celular y obtuvo el número.  Le telefoneó decidido ya a invitarla para la tarde a salir a tomar un café y charlar de nimiedades.  No quería que sus encuentros fueran solo para tener sexo ni que la joven sintiera que era una simple amante ocasional. 



20.
La llamada de Leandro puso muy feliz a María Paz.  Su fin de semana ya había sido toda una experiencia y se alegraba  de que él tuviera el gesto de invitarla a charlar y tomar café, en un claro indicio de una relación más formal. O al menos eso imaginaba… –¿Estaré armando castillos en el aire de la nada?
La realidad es que pasaron unas horas maravillosas, paseando con tranquilidad, conversando de naderías, indagándose acerca de sus pasados. 
Paz se animó a contarle algunos detalles de su vida en América, especialmente los momentos felices con su familia.  Paralelamente también y frente a la pregunta del hombre le relató su mala experiencia amorosa, aquella que la obligó a irse del país en busca de olvido y sanar heridas. 
Al abrir su corazón a Leandro le dio fuerzas para que él también le contara su única vivencia seria en el amor y cómo lo había marcado.
–Te darás cuenta que mi carrera de picaflor comenzó con una gran caída– dijo.– Eso me inhibió de meterme en relaciones largas durante mucho tiempo.  Hasta ahora en realidad.
–Es verdad que cuando uno se siente herido en lo más  profundo y te diría estafado de tal modo, quieres encerrarte en una coraza inexpugnable.
–Y se olvida uno de sentir.  Mi amigo Hugo se ha cansado de decirme cobarde por ello.  Pero bueno, es así como he podido lidiar con la vida.
Estas frases se desgranaban mientras tomaban un café sentados en un coqueto local y gozando de la tibieza del sol que ya caía.  Mientras charlaban Leandro sopesaba si preguntar o no a Paz por su anterior trabajo, pues lo intrigaba y no había avanzado en su averiguación.  Finalmente se decidió.
–Paz, me gustaría preguntarte algo y no quiero que te molestes.
La joven lo miró con cierta sorpresa pues el cuestionamiento apareció de repente.  No se imaginaba por donde iba el tema, y por ello el tenor de la cuestión la dejó un poco descolocada.
–¿Qué te pasó en tu anterior puesto laboral?  Fuiste muy evasiva en relación a ello el primer día que te conocí.  Pero intuyo por algunas frases tuyas posteriores que fue algo serio.
Paz calló unos segundos tomando aire y el recuerdo de lo vivido volvió a ella.  Decidió ser sincera, no tenía que esconder nada ante Leandro. Ni ante nadie.
–Fui acosada por mi jefe y la situación se volvió insostenible.  Tanto que finalmente me costó el trabajo.
–¿Por qué no denunciaste?
–¿Tienes idea lo difícil que es para una mujer resistir en un contexto en el cual eres subalterna, extranjera además?  La culpa para los demás termina siempre estando en la  mujer.  Y por otra parte, ¿cómo probaba esto?  Los hechos siempre ocurrieron cuando estábamos a solas y ese hombre es un manipulador.
–Si te entiendo.  ¿Fue muy violento?
–Tanto que hubo una situación en que creí que culminaba muy mal.  Pasé momentos incómodos, humillantes y al final terminé sin trabajo.
–Toda una joya ese individuo.  ¿Lo superaste?
–Si, hoy sí. Pero siempre queda el temor que eso se repita.
–No va a ser el caso en esta situación, Paz.   Te lo prometo.
–Claramente no.  Aquí yo decidí, no soy acosada.  Es bien diferente.  Aunque terminara hoy.
–No es lo que va a ocurrir. Pero cambiemos el tema.  ¿Qué actitud quieres adoptar frente al resto de tu equipo?  No quiero exponerte  a situaciones de incomodidad.
–Preferiría que fuera privado nuestro. Lo que sea que ocurra.
Y así planteado culminaron la charla y Leandro la llevó a su casa, despidiéndose con ternura.
Al volver a su apartamento Leandro pensó que nada había comentado a Paz acerca de la futura reunión pautada por su madre y Fernanda en la casa de campo.  Hubo un instante en que casi lo expuso, pero finalmente decidió que no quería que la joven pensara en la reunión como una inquisición.  Y además le interesaba la opinión de su madre realmente y que Paz tuviera contacto con su familia.
 A comienzos de la semana Fernanda les comunicó a todos la invitación y la presentó como un obsequio por lo bien que iban las cosas.  Como una forma de premio incentivo.   Fue muy celebrado ya que implicaba relax y un fin de semana diferente.
Paz se sintió algo nerviosa pero se dijo que era una ridiculez. Solo era una instancia más de contacto con sus pares y además ya había conocido a la familia de Leandro, aunque sin entrar  en contacto directo.
–No soy la novia de Leandro, no tenemos nada formal y él es quien menos interés tiene en que su familia me contacte a otro nivel que no sea el profesional– se recordó.
Esto se reafirmó más ya que casi no vio al hombre por varios días, con la única excepción de un encuentro a mitad de semana, del mismo tenor del domingo de tardecita.  
El sábado arribó con rapidez y Paz se arregló con esmero pero procurando ser sencilla y adecuarse en lo posible al contexto en que se desarrollaría el evento.  No tenía ninguna experiencia en fiestas campestres pero se imaginaba que un vestido camisero y un sombrero a tono serían suficientes.  Había pensado apenas maquillarse y exponer poca piel, por razones de cuidado frente al sol pero también por timidez.
Sin embargo Fernanda los incentivó a llevar traje de baño ya que la pileta era grande y el clima se iba a presentar estupendo.  Esto forzó a Paz a comprar un traje.  Invitó a Marta a que la acompañara y supervisara, pues estaba dubitativa acerca de que comprar.  Prefería de una sola pieza y algo oscuro, pero terminó con un dos piezas de colores brillantes.  Es que su amiga le criticó cada uno de los que ella seleccionó.
–¿Eres un vejestorio o qué?  Todos van a usar trajes de dos piezas y de colores, esta es la tendencia.
–No quiero parecer grosera o chabacana…
–Hay por favor–la interrumpió–  ¿Me vas a considerar a mi grosera porque voy a llevar un traje así?
–Sabes que no quise decir eso…
–Pues entonces piensa con claridad y no te acomplejes.  No hay nada más natural que una mujer en dos piezas en una pileta.
Entendiendo la verdad de las palabras de Marta seleccionó uno que consideró le quedaba decente.
El sábado llegó con rapidez y los encontró a todos charlando en el inmenso jardín de la casa de campo.  Todos distendidos, riendo y bromeando a la par que recorrían la zona.
Fernanda presentó formalmente a sus padres y pronto todos charlaban con todos. 
La mamá de Leandro estaba contenta, pues le encantaba ser anfitriona y disfrutaba del contacto con gente más joven.  La energizaba, esa era la realidad.  Si bien con todos conversó animadamente desde un inicio focalizó su atención en Paz, aunque procurando no ser demasiado evidente.  No quería molestar a su hijo ni violentar a la joven.  Pero quería ahondar en ella y sopesar sus intenciones de ser posible.  Así como estimulaba a su hijo a enamorarse, también la preocupaba que cayera en los brazos de cualquier manipuladora.
El aspecto de la joven le gustó: bonita y arreglada con sencillez, destilaba elegancia sin embargo.  No era demasiado locuaz y tenía una forma de escuchar al resto que la destacaba.  Hacía sentir a quien conversaba con ella que le prestaba toda su atención.
La observó quitarse con desgano y luego de muchos gritos de sus compañeros el vestido para meterse a la pileta.  Tenía un cuerpo muy esbelto y muy buenas formas;  razones más que suficientes para interesar a ese galán hijo suyo. 
Y este apareció justo en ese momento.  Su mamá lo vio saludar a todos con calidez y también observó como sus ojos se prendaban de Paz. Esta no acusó recibo de la actitud y permaneció cabizbaja, tratando de parecer ajena a Leandro.  Pero la mamá notó que toda la tarde sus ojos se buscaban y se sonreían mutuamente con ternura.  Esto le gustó, de hecho le encantó la joven. Le pareció adecuada, por lo menos en una primera instancia.  Qué no fuera una bomba sexi ni chabacana en su hablar o vestir eran prendas suficientes para ella.  Por lo menos para comenzar.  Bien sabía  que la verdadera personalidad afloraba con el tiempo.
La jornada transcurrió con total animación y tanto Paz como Leandro la disfrutaron.  Si bien no se cruzaron más que los otros, pues había sido decisión de ambos no hacerlo, no pararon de observarse a hurtadillas.
Leandro apenas podía despegar los ojos de su cuerpo, tan maravillosamente le sentaba el traje de baño.  Le producía una mezcla de deseo y ternura verla tan bella y a la vez pacata con su imagen. Se movía con vergüenza al lado de una imponente Marina (esta sí que no tenía embagues enfundada en una diminuta tanga).  No le interesó esta última sin embargo, lo que lo convenció aún más que estaba chaladito por Paz. Se Imaginó con esta solos en la pileta y se prometió que eso iba a ocurrir no muy lejos en el tiempo.   Cualquier salida de sus padres iba a ser momento para invitar a la joven nuevamente y disfrutarse mutuamente.
Paz se fue poniendo cómoda a medida que el día avanzó.  El lugar era fantástico, el clima era excelente y la compañía era maravillosa.  Incluso el hombre que la había enamorado estaba allí mirándola a escondidas cada vez que podía.
Al finalizar el día todos se despidieron morosamente y retornaron a sus hogares.  Paz volvió con Marta, que no paraba de conversar acerca de lo lindo que habían pasado, lo hermosa que era la casa  y mil cosas más.
Pero de sopetón le espetó: –Están los dos que no pueden más uno por el otro, es algo más que evidente.
–¿Qué dices?– se sorprendió Paz.– fuimos muy discretos, ni siquiera nos acercamos.
–Pero mira que eres lerda cuando quieres.  Son como dos niños tratando de esconder caramelos.  Tan cristalinos que da ternura.
–Por Dios, ¿crees tú que los padres notaron algo? ¿O Fernanda?  ¡Qué vergüenza, que pensarán!
–Bah, no.  No creo.  Yo porque se y me divierto. Tranquila, no te pongas ahora tensa con esto. ¿Pero sabes qué?  Al contrario de lo que te dije, diría que el jefe te mira con intenciones que no son solo carnales, por decirlo de algún modo.  Había un brillo especial cuando te veía.  Y además ni siquiera le tembló la pera cuando vio a Marina con ese traje.  ¿Te diste cuenta que atrevida?
Paz ignoró el último comentario y sopesó lo anterior.  –No te hagas falsas expectativas, no puedes hacerlo– se repitió internamente.  Por ello le comentó a Marta que lo olvidara, que eran ideas suyas.  No estuvo tan de acuerdo pero a regañadientes terminó el tema.
En tanto en la casa de campo Leandro y su madre compartían un café.  El joven esperaba el juicio de su madre, que sabía inminente.  Y tal cual lo pensó, no se hizo esperar.
–Me gusta María Paz.  Su aspecto y su actitud.  Bastante callada, bien ubicada. Y muy bella.
–Tal vez esperabas alguien un poco más espectacular.
–¿Cómo Marina dices?  No mi amor.  Demasiado exuberante y aparatosa.  La belleza pasa por varios lados y en ella solo percibí el físico.  Sin duda Paz es una belleza más completa...  Y hace honor a su nombre te diría.  Trasmite tranquilidad.
–Así que te parece un buen partido.  ¿Ya me ves casado y todo no?
–No dije eso.  No creo en los apresuramientos en estas cosas.  Me encantaría verte estabilizado y que me dieras nietos. ¡Por Dios que estoy bien preparada para ello!  Pero eso será cuando tú estés listo, no antes.  No fuerces nada hasta tener claro que no es un simple enamoramiento pasajero.
–Eso lo tengo claro.  Por ahora disfruto el momento.  Ambos lo hacemos.  Tengo claro empero que hace tiempo una mujer no me hace sentir tan completo– declaró con sencillez.
–Me parece muy bien hijo, muy bien–le sonrió su madre con amor.  Esto dio el tema por finalizado.
Leandro estuvo algún tiempo más y luego partió raudo a encontrarse con Paz en su casa.  No bien esta le allanó la entrada, se abrazaron y besaron con pasión. Sus lenguas se fundían, sus manos se buscaban y sus brazos eran cepos que se atrapaban mutuamente.  Hicieron el amor con pasión y delirio y la noche los encontró yaciendo uno junto al otro. 
A Leandro le costó despedirse, cada vez era más renuente a separarse de ella. 



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