18.
Las
siguientes semanas fueron intensas para ambos jóvenes, tanto a nivel laboral
como para la relación que estaban tejiendo.
En
el caso de Paz lo laboral se presentó muy ajetreado ya que los requerimientos
para la nueva empresa se hicieron más grandes.
Comenzaron a llegar más propuestas de trabajo, tenían una obra en
ejecución y estaban en pleno diseño de otra.
Esto no hacía más que confirmar que la apuesta de Fernanda y por
extensión de su familia era un éxito.
Tan
buena receptividad hizo que algunas tareas se recargaran, especialmente la de
Paz, por quien pasaba todo el papeleo y comunicaciones a efectuar. Esto la obligó a trabajar varias horas extras
semanales, especialmente los sábados en la mañana. Esto no la molestaba, ya que muchas veces
encontraba su fin de semana demasiado largo.
–Sólo
yo debo tener esta sensación– se dijo.
La mayoría de las personas normales desea que sea más largo para
descansar y estar con su familia.
Este
último pensamiento la atormentó. ¡Cuánto
extrañaba a su familia! A sus padres, a
su hermana incluso a pesar de las diferencias entre ambas. Habían sido una
familia sencilla y con pocos recursos pero feliz. Todo estaba en el pasado, con excepción de su
hermana. El tiempo y la muerte se habían
encargado de desarmar su vida, pensó
dramáticamente.
Esta
idea la hizo reafirmar su intención de generar nuevos vínculos y hacer
amistades en su nueva vida. Y soñar con
gestar una nueva familia. Cada vez más
se convencía que debía abrirse a amar a alguien, o intentarlo. Era entonces cuando su corazón y su mente
abrazaban el recuerdo de Leandro y se disparaban mil fantasías con él. Luego recordaba los consejos de Marta así
como sus propios temores y borraba las imágenes. O al menos lo intentaba, porque eran
persistentes.
Parte
importante del día la pasaba sola en la oficina ya que las nuevas tareas
obligaban a Marta y Franco a trabajar afuera.
Esto hacía que sus contactos con Marina y Fernanda fueran sin
mediadores. Con la primera la relación
había mejorado. Nunca había sido mala pero sí tensa, esto provocado en parte
por las intenciones de Marina con Leandro y su visión de Paz como rival. Pero nada había sido explícito, por lo cual
ahora que la relacionista tenía un nuevo pretendiente, podían conversar y
trabajar sin ninguna traba.
Paz
veía en Marina las mismas cualidades y defectos que en su hermana. Belleza y ambición, unidas en una actitud de “comerse
al mundo”. Esto al comienzo la había
molestado, pero una vez que el diálogo entre ellas mejoró aprendió a entenderla
y aceptarla. Fue Marina misma que con el
correr de los días se acercó a conversar sobre distintos temas. La progresiva interacción hizo que se abriera
y contara más a Paz sobre sí misma, sus logros y ambiciones.
Esto distendió las relaciones en la oficina ya
que Marta al ver que Marina mejoraba su actitud también cedió.
Por
su parte Leandro debió enfrentar pronto novedades bastante desagradables en
relación a la investigación que había encargado. Al hecho ya comprobado por su detective del
robo sistemático de materiales de construcción,
se agregó el descubrimiento de la reventa de los mismos a pequeñas
empresas. Había todo una cadena montada
de robo, extorsión y ventas truchas, que tenía engranajes en distintas empresas
del mismo ramo que la suya. El gran
operador de todo era un empresario rival, que fue competidor directo en varias
de las obras que la empresa de Leandro había logrado ganar.
El
resultado de la investigación mostraba la razón que el joven había tenido e
implicaba a su vez un quebradero de cabeza. Los robos eran fáciles de demostrar
pues las pruebas eran más que contundentes. No iba a ser fácil probar sin embargo
la relación de los mismos con el mentado empresario. Este hábilmente cubría todas sus huellas.
Por
tanto Leandro decidió hacer la denuncia respectiva a la Policía, entregando
todas las pruebas y comunicando a los detectives encargados las sospechas del
complot. Se encargó también de hacer
saber a todas las otras empresas afectadas de lo que estaba pasando. Algunos no habían detectado nada aún, por lo
que agradecieron el gesto.
Finalmente
se puso en contacto con los gerentes y encargados de inspección de la obra en
ejecución de los pormenores de la situación, de manera de obtener cierta gracia
si la misma no se podía finalizar en el tiempo y forma prevista. Esperaba que esto no fuera necesario ahora
que todo se había resuelto. Creía que el tramposo rival iba a frenar sus
acciones ahora que su red estaba desarticulada y él bajo sospecha.
Todas
las acciones que encaró las hizo por propia iniciativa pero siempre apoyado
en su padre. No quería que este se
sintiera dolido por no ser consultado. Y
se deba cuenta además que consultarlo no lo hacía perder valor ante sus ojos,
que antes era su temor.
Estar
tan ocupado le permitió además cumplir su intención de no acercarse a Paz hasta
no tener sus sentimientos e ideas claras.
Por la noche repasaba su día y luego de resolver lo laboral, buscaba
aclarar su pensamiento. Qué quería de la
vida de ahí en más, cómo se visualizaba en varios años. Sus intentos de orden chocaban con su febril
imaginación que no dejaba de soñar a Paz en distintas situaciones.
Así
que al cabo de varios días, se dio cuenta que no era así como iba a saber qué
hacer.
–Proyectar
se proyectan casas –se dijo. –La vida la
tengo que vivir, no soñar. Era sábado a
la noche y estaba solo frente a su plato de mariscos, con una copa de vino blanco.
Tomada la decisión que la frase expresaba, comió su cena con tranquilidad y
decidió ceder a los impulsos que Paz le despertaba.
Por
ello se encontró conduciendo su coche a las diez hacia la casa de la
joven. Un rato después estacionó frente
a su puerta y observó en silencio la entrada iluminada por un farol.
–¿Estaría
haciendo bien? ¿Qué reacción tendría
Paz?–pensó–La única forma de averiguarlo es proceder.
Entonces
bajó de su auto y avanzó con determinación.
Tocó el timbre y al instante sintió la voz de la joven (algo temerosa)
inquiriendo la identidad del visitante.
Al decir su nombre se hizo silencio por unos minutos hasta que
finalmente abrió la puerta.
Estaba
vestida muy sencillamente y sin una gota de maquillaje Aún así encantadora y
sexi. Leandro percibió su desconcierto y la saludó con total naturalidad.
–Hola,
Paz. Espero no molestarte o interrumpir
algo.
–No,
no– contestó ella algo turbada. Estaban
aún afuera, pues ella no lo invitaba a ingresar. Por tanto el hombre le inquirió.
–¿Puedo
pasar? Me gustaría charlar un asunto
contigo.
–¿Es
algo del trabajo? ¿Hay algún problema?– Paz resistía el ingreso de Leandro
porque no sabía bien como iba a reaccionar una vez el entrara en su casa.
–Ningún
problema y no es de trabajo. Es sobre nosotros.–
Y como la muchacha aún continuaba bloqueando el paso él le tomó el brazo
suavemente y la hizo a un lado.
–Te
pido permiso, realmente tenemos que hablar –e ingresó a la casa. Sorprendida por la velocidad de él y además
expectante, no tuvo más que seguir sus pasos.
–Tú
casa en bonita–le comentó mientras caminaba en círculos admirando el
recinto– Sencilla y discreta como tú.
–Gracias. Toma asiento– ofreció ella señalando el
sillón de un cuerpo. No quería sentarse
a su lado para evitar la excesiva intimidad.
Decidida a no dejarse atropellar, pasó a preguntar. Es mi casa y yo pongo las reglas–pensó–Ni
bien me sienta molesta se va.
–¿En
qué te puedo ayudar?
–¿En
serio vas a preguntar eso? ¡Qué
formal!–se burló él sonriente.
–Te
presentas de noche a mi casa sin invitación y dices que debes conversar
conmigo. Supongo tienes algún problema
en el que puedo incidir o ayudarte a solucionar.
–Bueno,
así expresado se puede decir que sí.
Tengo un problema y es contigo.
–¿Por
qué problema? Hemos tenido algunos
inconvenientes pero creo que tenemos claro que nuestras intenciones son
incompatibles.
–Si
tú crees que las cosas entre ambos están claras estás equivocada. O me equivoco yo, pero voy a arriesgarme.– Al
decir esto se incorporó de su asiento y se acercó a ella. Colocó sus dos brazos en los del sillón de
manera que quedaba casi encerrada entre ambos. – Tú me gustas como ninguna otra
mujer me ha gustado.
–Si,
tengo claro que te gusto. Pero parece
que cualquier escoba con polleras te gusta, no veo el punto en eso.– Dicho esto
se escabulló por debajo de su brazo y se
acercó a la ventana.
–¡Mujer,
con lo buena que estás no te haces justicia al compararte con una
escoba!–bromeó él y la siguió acorralándola nuevamente.
–Mira,
si tú has venido a repetir lo mismo no veo el sentido de…
–Te
repito que me llevas loco, que te deseo
a morir y que quiero tener algo contigo.
No es poca cosa.– A medida que decía esto se acercó más hasta que la
abrazó y la acercó a su cuerpo. Ella se
debatió entre sus brazos pero parecían un cerco de acero.
–Quédate
tranquila, no te voy a hacer nada. Te
respeto y nada que no quieras va a pasar.
Pero tengo la necesidad de sentir tu cuerpo cerca del mío. De sentir el roce suave de tu piel, besar tu
boca…No te imaginas los días que llevo pensando en esto. ¿Tú piensas en mí?
Paz
se sentía en lucha consigo misma.
Deseaba a ese hombre, quería que la estrujara y besara hasta
desfallecer. Pero su costado racional la
detenía, forzándola a pensar y no dejarse llevar.
–Tú
ves en mí solo un objeto que te está costando obtener, un juguete. Y yo no quiero ser eso…Yo aspiro a mucho más…
–Lejos
estoy de creerte un juguete. Eres una
mujer hecha y derecha. Quiero ser
sincero contigo. Estoy confundido sobre
la verdad de lo que siento, pero es más profundo de lo que venía sintiendo por
cualquier otra. Y no quiero que perdamos
la chance de vivir la pasión que ambos sentimos.
–¿Y
después de la pasión que? ¿Y si me
rompes el corazón?
–¿Y
si me lo rompes tú?–le contestó él–Tomemos el riesgo de vivir lo que nos
pasa. Sin miedos.
Paz
se sacudió con sus palabras y encontró razón en las mismas. ¿Qué podía
perder? ¿Por qué no probar? Estaba claro que cada vez que caía se
levantaba. Entonces lo besó y esto fue
la respuesta que Leandro esperaba. Sus
bocas se fundieron en un beso incendiario.
Pronto sus brazos se entrelazaban y las caricias mutuas no daban
respiro. Abrazados llegaron al sillón y
se tendieron, sin que sus labios se despegaran.
El
comenzó a desprender su blusa y recorrió con su lengua el esbelto cuello de la
joven, totalmente entregada al placer del momento. Arribó a a sus senos, y antes de continuar la miró.
–¿Sigo?–le
preguntó con suavidad. Ella asintió con
un gesto y esto desató la pasión. Descubrió sus pechos que palpitaban al compás
del loco galopar del corazón de la joven. Besó
y lamió con fruición los erguidos y rosáceos pezones. Paz gemía con los ojos entrecerrados. Luego bajó por la línea de su pubis y
desprendió su pantalón, dejando ver sus diminutas bragas. La levantó
enfebrecido de deseo y llevándola en sus brazos se dirigió a lo que supuso era
el dormitorio. Allí la tendió en la cama
y comenzó a desnudarse...
Paz
lo miraba con fijeza, aquilatando su ancho pecho y sus poderosos brazos, ahora
libres de la prisión de la camisa.
Leandro se quitó con rudeza el pantalón, dejando al descubierto su
miembro palpitante. Totalmente despojado
de ropas avanzó hacia ella y con
suavidad se tendió a su lado, presionando sus caderas con su pelvis.
–Te
deseo infinitamente Paz. Quiero
poseerte, perderme en ti. Pero estoy
dispuesto a frenar mis impulsos si así lo deseas.
La
joven no dudó un segundo al responder –Tómame–
No
hubo ya dudas en Leandro, que subió a horcajadas de Paz, cuidando no aplastarla
con su cuerpo. Frotó su miembro con
lentitud por la vulva de la joven, que empapada por el placer apenas
respiraba. Besó su rostro, lamió sus
senos y caderas, la acarició con delicadeza al principio pero luego su ritmo se
aceleró.
En
una primera instancia Paz mantuvo un papel más pasivo, pero al avanzar la
relación liberó sus prejuicios y pasó a ser activa participante. Mordió sus labios y su lengua cual flecha se
hundió en la boca del hombre. Sus manos se movían en la espalda y con fuerza lo
empujó luego para tenderlo de espaldas.
Trepó con presteza sobre su pelvis y comenzó un frenético galope sobre
la misma hasta que sintió su clítoris tan estimulado que gritó de placer. Esto enloqueció a Leandro que la volvió a
poner bajo suyo y la penetró. Ambos
jadeaban y se besaban y el ritmo se tornó febril hasta que juntos alcanzaron el
orgasmo.
La
experiencia fue casi cósmica para Paz, que no razonaba hacia mucho rato. Con los cuerpos aún fundidos dejaron que
los últimos restos de placer los abandonaran.
Entonces él se apartó y se tendió a su lado, mirándola con fijeza y
acariciando su rostro.
–¿Estás
bien?–la inquirió.
–Si–
contestó la joven algo cohibida por la desinhibición demostrada.
–Fue
lo mejor que me ha pasado en años, Paz.
Sentí que volábamos, ¿no te pareció lo más natural del mundo?
–Por
favor Leandro, estoy un poco avergonzada– se sonrojó ella.
–¿De
qué, de mostrar tu pasión? Fue
maravilloso, no te arrepientas por favor.
–No
me arrepiento, no– contestó ella y lo miró con sencillez.– Lo hice porque lo
sentí. Y aunque no se repita o tú te
alejes ahora que ya conseguiste lo que buscabas, para mí esto fue especial.
Leandro
se incorporó sobre su codo y la miró con fijeza. –¿Realmente me crees tan
ruin? ¿Usarte como un objeto e irme
así? Me parece que no me interpretaste,
yo te dije que siento algo profundo por ti y…
–No
digas más– le suplicó ella– Estamos aquí y ahora, después veremos que
ocurre. A la vez que le decía esto lo
abrazó y lo besó. No quedaba ninguna
duda en ella de que lo que sentía era amor.
Pero no lo quería obligar a él a expresarse en un sentido que ya había
dicho no tenía claro. Paz eligió
disfrutar el allí y ahora, beber de sus labios, acariciar su cuerpo, sentirse
contenida y segura entre sus brazos.
19.
El
amanecer colándose por los visillos de la ventana y los píos de los
pájaros despertaron a Leandro. Con
lentitud abrió los ojos y rodeó la habitación con la mirada. El recuerdo de la noche lo golpeó con fuerza. Paz yacía a su lado respirando con delicadeza
y arropada por el edredón. El hombre
levantó el mismo para observar la desnudez sin pudores de la joven. Admiró sus formas rotundas y el deseo
nuevamente lo acosó, secando su garganta. Había pensado irse en la noche y no
pudo. Planeó levantarse ahora y escapar
antes que Paz despertara. Pero no quiso
hacerlo. No la podía dejar, estaba como
poseído por la fiebre que ella le provocaba.
Extendió su mano y la posó sobre su zona
íntima, presionando y frotando su dedo sobre el clítoris. Paz se revolvió y gimió, sacando la punta de su
lengua. Esto lo excitó más y bajó hacia el pubis para lamer dulcemente la zona
más erógena de ella. La mujer se mojó y
despertó con escalofríos de placer. Sus
ojos se encontraron y ella lo animó a seguir al colocar su mano en el cabello
de Leandro y hundirlo contra sí. Saboreó
con fruición las maravillosas sensaciones que le provocaba y luego lo
detuvo. Lo empujó y lo obligó a pararse
y ahora fue ella quien le brindó placer.
Hundió su boca en el pene de él
lamiendo y succionando sin descanso.
Los jadeos de Leandro aumentaban hasta que no pudo más y la hizo
acostarse para nuevamente hundirse en ella. Gritillos de ella y frenéticos golpeteos de
él con sus caderas tuvieron como corolario un intenso orgasmo.
Enseguida
Paz se levantó y fue al baño para darse una ducha. Escapaba a la vez de la mirada inquisidora
del hombre, que la miraba y la ponía nerviosa.
Es que en el contexto de la pasión ella no tenía arredro de disfrutar y
experimentar, pero luego el recuerdo de lo realizado la avergonzaba un poco.
–
¿Qué pensaría él de ella?– se decía mientras el agua corría por su cuerpo.
Entonces
se abrió la mampara y Leandro ingresó a
la ducha con ella. La abrazó mientras el
agua los rodeaba por todos lados y le dijo:– No sé si es esto lo que te pasa,
pero intuyo que te pones nerviosa por cómo te comportas en la cama. Si es así,
olvídate. Me fascina tu pasión, me
enloquece cómo me tocas y no podría pensar una forma más hermosa de estar
contigo.
Las
dulces palabras la conmovieron y calmaron.
Lo besó con absoluta ternura, conmovida por su empatía. Juntos se ducharon y secaron.
Paz
preparó un desayuno frugal, que era lo que siempre ingería. El tomó su café y tostadas y al despedirse
tomó su barbilla y besó la comisura de sus labios.
–Me
hiciste muy feliz esta noche Paz. Ansió
volver y repetirla.
Mientras
se alejaba en su coche ella lo observó y suspiró al ingresar a su casa. Las cartas estaban ya jugadas y allí estaba
ella. ¿La amante del jefe? ¿Por cuánto tiempo? Se obligó a dejar estas ideas y el lamento. Ella había decidido sin presiones y sabía a
lo que se atenía.
–Basta
de lloriqueos. Voy a atesorar los
momentos que tengamos juntos, la oportunidad de estar con quien amo y disfrutar
esos instantes.
Aceptar
sus decisiones y no generarse falsas expectativas la liberó. Sabía que podía sufrir pero tomaba el
riesgo. La otra cara de la moneda era
ser feliz y ella apostaría a eso.
Leandro
por su parte también estaba reconcentrado en su mente mientras conducía rumbo a
la casa de sus padres.
–¡Qué
noche, que tremenda y maravillosa noche!– se dijo. Paz era una mujer con todas las letras, eso
era indudable. El tenía experiencias
miles pero la velada con la joven fue sin lugar a dudas muy especial. Hubo más que sexo, y eso que este fue
abundante y satisfactorio. Lo novedoso
fue la forma: ternura y pasión encadenados, caricias y besos dulces y febriles
a la vez; intimidad al rojo unida al
deseo de conectar almas.
Pocas
veces a Leandro le había importado tanto gozar y hacer gozar. Y él era plenamente consciente de esto. Y quería ser muy cauto, cuidar esta relación
y no confundirse. Porque lo que menos
quería era lastimar a Paz.
Con
todo esto en mente arribó a la finca de sus padres. Era muy temprano y encontró a su madre en el
jardín, disfrutando de sus rosas y con una taza de café recién hecho en sus
manos. Ella estuvo encantada de verlo y
poder charlar a solas. El siempre
llegaba sobre la hora de comer y a las corridas. Pocas oportunidades de charlar a fondo
tenían.
–Hola
mami– le dijo el joven– ¡Estás más linda que tus rosas!
–Gracias
mi amor–dijo ella– Eres un galán. ¿Te
has caído de la cama o estás aún sin dormir?
Esa vida que llevas no es la mejor, te lo digo siempre.
–Ten
paz, acabo de levantarme. Te acompaño
con una taza de café– Mientras la servía y se sentaba su madre lo
observaba. Tomaron sus brebajes en
silencio y finalmente ella le inquirió.
–¿Qué
pasa hijo?
Leandro
sonrió. Nunca le podía ocultar nada a su madre.
Tenía una antena especial para leerlo.
–¿Siempre
me sacas la ficha, madre?
–Aunque
la frase suene trillada, las madres tenemos un instinto especial. Pero dime, te veo pensativo y no es
usual. Tú eres pura acción.
–Si,
pero estoy en una disyuntiva amorosa.
–¿Qué?–se
asombró ella mientras se acodaba sobre la mesa.
Esto era una novedad.– ¿Tú en una encrucijada sentimental? Muy fuerte, dime ya todo, me muero de
curiosidad.
La
ebullición de su madre lo divirtió, pues la sabía fruto de su desesperación
casamentera.
–Si
no te calmas no te cuento. Y nada de consejos a lo sacerdote o a lo revista del
corazón.–la previno.
–No
para nada. Adelante, cuenta, cuenta.
Leandro
con lentitud fue desgranando la historia.
Le habló de Paz y se la describió, le contó sus idas y vueltas y
brevemente le contó en qué estaban ahora.
Su
madre lo observaba y lo escuchaba, y lo
que más la impactó fue la forma del relato y las palabras elegidas para
describir a la joven en cuestión.
Suavidad
y ternura al mencionarla fue lo que detectó la madre. Pudo ver la confusión de él, pero para ella
no hubo duda alguna. Su hijo estaba
enamorado, era claro como el agua. Nunca
le hubiera contado todo esto, ella ni se hubiera enterado de nada de ser una
aventura más. La única vez que había
ocurrido algo similar fue muchos años atrás cuando él aún estudiaba. Le habían roto el corazón recordaba. Esto la atemorizó.
Pero
pragmática como era inmediatamente
comenzó a tejer probabilidades. Era
excelente que su hijo volviera a enamorarse.
Le preocupaba sin embargo no conocer a la joven y que fuera extranjera. No tenía prejuicios contra inmigrantes, pero
no había mucha forma de referenciar a la joven.
Lo bueno era que trabajaba con Fernanda, por ahí podía investigar.
–¿Mamá,
mamá?... ¿Escuchaste algo de lo que te dije?–la retó Leandro.
–Pero
claro hijo, solo estaba aguzando mis sentidos para poder entenderte mejor. Tal parece que la tal Paz te ha pegado
fuerte. Lo mejor que puedes hacer es ir
lento para asegurarte de no equivocarte.
Pero me parece muy bien que apuntes a algo nuevo en tus relaciones.
Mientras
decía estas últimas palabras se acercaron Fernanda y el padre a desayunar con
ambos.
Esto permitió a Leandro cambiar el tema y
contar a todos las novedades acerca del trabajo. Las mujeres se asombraron de la magnitud de
la estafa en curso. El padre felicitó a
Leandro por lo expeditivo de su accionar y le pareció correcto dejar todo en
manos de la justicia.
–Eres
un muy buen gerente y has aprendido algo valioso. No te alejes de las tareas reales de la
empresa y controla todo. No se trata de
desconfiar constantemente sino de monitorear.
Nada engorda más el ganado que el ojo del amo, dice un viejo dicho.
–Es
verdad, padre. Te agradezco tu apoyo.
–Pues
yo agradezco el tuyo, Leandro– le dijo Fernanda.–Sin él mi proyecto nunca se
hubiera concretado. Hoy puedo decirles
que es una realidad pujante. ¡Tenemos
más de cinco proyectos en ejecución, planeamientos y en lista de espera!
–Excelente,
muy bien mi amor–la alentó su madre– ¿Y tu personal responde como esperas?
–Más
de lo que pido, son un equipo de hierro–dijo con orgullo Fernanda.
–Pues
debes valorarlo, es lo mejor que te puede pasar. Un buen equipo es garantía de éxito–le
aconsejó su padre.
–¡Pero
claro! Por ello debes mimarlos un poco– dijo con vivacidad su madre– Invítalos
aquí a pasar una jornada de recreación.
Como un premio por su esfuerzo.
¡Yo organizo todo!
–Mamá…
–comenzó a decir Leandro. Ya veía sus
intenciones, era incorregible. Pero ella
lo ignoró y continuó acicateando la idea en Fernanda, que finalmente aceptó.
Así
quedó organizado para el fin de semana próximo un día de relax. La madre de Leandro estaba expectante porque iba a poder conocer
de primera mano a la involucrada y sacar sus propias conclusiones. Se jactaba de poder leer (de alguna manera) a
las personas y sus intenciones. Y solía
errar pocas veces.
El
domingo transcurrió con tranquilidad y en familia. Leandro no pudo evitar recordar que Paz
estaba sola y trató de pensar que haría.
Más
allá que esa era su situación desde que había ingresado al país, la intimidad
generada entre ambos le hizo sentir cierto pesar por la soledad de
aquella. Quiso llamarla pero entonces se
dio cuenta que no tenía su número. Se
sintió un infeliz; ¡ni siquiera pensó en pedirlo! Y a Fernanda no le iba a decir porque iba a
hacer un alboroto. Ya bastante tenía con
su madre. ¡Que mujer! Había tirado todas
las piolas para conocer a Paz.
Al
final y en un descuido de su hermana, tomó su teléfono celular y obtuvo el
número. Le telefoneó decidido ya a
invitarla para la tarde a salir a tomar un café y charlar de nimiedades. No quería que sus encuentros fueran solo para
tener sexo ni que la joven sintiera que era una simple amante ocasional.
20.
La
llamada de Leandro puso muy feliz a María Paz.
Su fin de semana ya había sido toda una experiencia y se alegraba de que él tuviera el gesto de invitarla a
charlar y tomar café, en un claro indicio de una relación más formal. O al
menos eso imaginaba… –¿Estaré armando castillos en el aire de la nada?
La
realidad es que pasaron unas horas maravillosas, paseando con tranquilidad,
conversando de naderías, indagándose acerca de sus pasados.
Paz
se animó a contarle algunos detalles de su vida en América, especialmente los
momentos felices con su familia.
Paralelamente también y frente a la pregunta del hombre le relató su
mala experiencia amorosa, aquella que la obligó a irse del país en busca de
olvido y sanar heridas.
Al
abrir su corazón a Leandro le dio fuerzas para que él también le contara su
única vivencia seria en el amor y cómo lo había marcado.
–Te
darás cuenta que mi carrera de picaflor comenzó con una gran caída– dijo.– Eso
me inhibió de meterme en relaciones largas durante mucho tiempo. Hasta ahora en realidad.
–Es
verdad que cuando uno se siente herido en lo más profundo y te diría estafado de tal modo,
quieres encerrarte en una coraza inexpugnable.
–Y
se olvida uno de sentir. Mi amigo Hugo
se ha cansado de decirme cobarde por ello.
Pero bueno, es así como he podido lidiar con la vida.
Estas
frases se desgranaban mientras tomaban un café sentados en un coqueto local y
gozando de la tibieza del sol que ya caía.
Mientras charlaban Leandro sopesaba si preguntar o no a Paz por su
anterior trabajo, pues lo intrigaba y no había avanzado en su
averiguación. Finalmente se decidió.
–Paz,
me gustaría preguntarte algo y no quiero que te molestes.
La
joven lo miró con cierta sorpresa pues el cuestionamiento apareció de
repente. No se imaginaba por donde iba
el tema, y por ello el tenor de la cuestión la dejó un poco descolocada.
–¿Qué
te pasó en tu anterior puesto laboral?
Fuiste muy evasiva en relación a ello el primer día que te conocí. Pero intuyo por algunas frases tuyas
posteriores que fue algo serio.
Paz
calló unos segundos tomando aire y el recuerdo de lo vivido volvió a ella. Decidió ser sincera, no tenía que esconder
nada ante Leandro. Ni ante nadie.
–Fui
acosada por mi jefe y la situación se volvió insostenible. Tanto que finalmente me costó el trabajo.
–¿Por
qué no denunciaste?
–¿Tienes
idea lo difícil que es para una mujer resistir en un contexto en el cual eres
subalterna, extranjera además? La culpa
para los demás termina siempre estando en la
mujer. Y por otra parte, ¿cómo
probaba esto? Los hechos siempre
ocurrieron cuando estábamos a solas y ese hombre es un manipulador.
–Si
te entiendo. ¿Fue muy violento?
–Tanto
que hubo una situación en que creí que culminaba muy mal. Pasé momentos incómodos, humillantes y al
final terminé sin trabajo.
–Toda
una joya ese individuo. ¿Lo superaste?
–Si,
hoy sí. Pero siempre queda el temor que eso se repita.
–No
va a ser el caso en esta situación, Paz.
Te lo prometo.
–Claramente
no. Aquí yo decidí, no soy acosada. Es bien diferente. Aunque terminara hoy.
–No
es lo que va a ocurrir. Pero cambiemos el tema.
¿Qué actitud quieres adoptar frente al resto de tu equipo? No quiero exponerte a situaciones de incomodidad.
–Preferiría
que fuera privado nuestro. Lo que sea que ocurra.
Y
así planteado culminaron la charla y Leandro la llevó a su casa, despidiéndose
con ternura.
Al
volver a su apartamento Leandro pensó que nada había comentado a Paz acerca de
la futura reunión pautada por su madre y Fernanda en la casa de campo. Hubo un instante en que casi lo expuso, pero
finalmente decidió que no quería que la joven pensara en la reunión como una
inquisición. Y además le interesaba la
opinión de su madre realmente y que Paz tuviera contacto con su familia.
A comienzos de la semana Fernanda les comunicó
a todos la invitación y la presentó como un obsequio por lo bien que iban las
cosas. Como una forma de premio
incentivo. Fue muy celebrado ya que
implicaba relax y un fin de semana diferente.
Paz
se sintió algo nerviosa pero se dijo que era una ridiculez. Solo era una
instancia más de contacto con sus pares y además ya había conocido a la familia
de Leandro, aunque sin entrar en
contacto directo.
–No
soy la novia de Leandro, no tenemos nada formal y él es quien menos interés
tiene en que su familia me contacte a otro nivel que no sea el profesional– se
recordó.
Esto
se reafirmó más ya que casi no vio al hombre por varios días, con la única
excepción de un encuentro a mitad de semana, del mismo tenor del domingo de
tardecita.
El
sábado arribó con rapidez y Paz se arregló con esmero pero procurando ser
sencilla y adecuarse en lo posible al contexto en que se desarrollaría el
evento. No tenía ninguna experiencia en
fiestas campestres pero se imaginaba que un vestido camisero y un sombrero a
tono serían suficientes. Había pensado
apenas maquillarse y exponer poca piel, por razones de cuidado frente al sol
pero también por timidez.
Sin
embargo Fernanda los incentivó a llevar traje de baño ya que la pileta era
grande y el clima se iba a presentar estupendo.
Esto forzó a Paz a comprar un traje.
Invitó a Marta a que la acompañara y supervisara, pues estaba dubitativa
acerca de que comprar. Prefería de una
sola pieza y algo oscuro, pero terminó con un dos piezas de colores
brillantes. Es que su amiga le criticó
cada uno de los que ella seleccionó.
–¿Eres
un vejestorio o qué? Todos van a usar
trajes de dos piezas y de colores, esta es la tendencia.
–No
quiero parecer grosera o chabacana…
–Hay
por favor–la interrumpió– ¿Me vas a
considerar a mi grosera porque voy a llevar un traje así?
–Sabes
que no quise decir eso…
–Pues
entonces piensa con claridad y no te acomplejes. No hay nada más natural que una mujer en dos
piezas en una pileta.
Entendiendo
la verdad de las palabras de Marta seleccionó uno que consideró le quedaba
decente.
El
sábado llegó con rapidez y los encontró a todos charlando en el inmenso jardín
de la casa de campo. Todos distendidos,
riendo y bromeando a la par que recorrían la zona.
Fernanda
presentó formalmente a sus padres y pronto todos charlaban con todos.
La
mamá de Leandro estaba contenta, pues le encantaba ser anfitriona y disfrutaba
del contacto con gente más joven. La
energizaba, esa era la realidad. Si bien
con todos conversó animadamente desde un inicio focalizó su atención en Paz,
aunque procurando no ser demasiado evidente.
No quería molestar a su hijo ni violentar a la joven. Pero quería ahondar en ella y sopesar sus
intenciones de ser posible. Así como
estimulaba a su hijo a enamorarse, también la preocupaba que cayera en los
brazos de cualquier manipuladora.
El
aspecto de la joven le gustó: bonita y arreglada con sencillez, destilaba
elegancia sin embargo. No era demasiado
locuaz y tenía una forma de escuchar al resto que la destacaba. Hacía sentir a quien conversaba con ella que
le prestaba toda su atención.
La
observó quitarse con desgano y luego de muchos gritos de sus compañeros el
vestido para meterse a la pileta. Tenía
un cuerpo muy esbelto y muy buenas formas;
razones más que suficientes para interesar a ese galán hijo suyo.
Y
este apareció justo en ese momento. Su
mamá lo vio saludar a todos con calidez y también observó como sus ojos se
prendaban de Paz. Esta no acusó recibo de la actitud y permaneció cabizbaja,
tratando de parecer ajena a Leandro.
Pero la mamá notó que toda la tarde sus ojos se buscaban y se sonreían
mutuamente con ternura. Esto le gustó,
de hecho le encantó la joven. Le pareció adecuada, por lo menos en una primera
instancia. Qué no fuera una bomba sexi
ni chabacana en su hablar o vestir eran prendas suficientes para ella. Por lo menos para comenzar. Bien sabía
que la verdadera personalidad afloraba con el tiempo.
La
jornada transcurrió con total animación y tanto Paz como Leandro la disfrutaron. Si bien no se cruzaron más que los otros,
pues había sido decisión de ambos no hacerlo, no pararon de observarse a
hurtadillas.
Leandro
apenas podía despegar los ojos de su cuerpo, tan maravillosamente le sentaba el
traje de baño. Le producía una mezcla de
deseo y ternura verla tan bella y a la vez pacata con su imagen. Se movía con
vergüenza al lado de una imponente Marina (esta sí que no tenía embagues
enfundada en una diminuta tanga). No le
interesó esta última sin embargo, lo que lo convenció aún más que estaba
chaladito por Paz. Se Imaginó con esta solos en la pileta y se prometió que eso
iba a ocurrir no muy lejos en el tiempo.
Cualquier salida de sus padres iba a ser momento para invitar a la joven
nuevamente y disfrutarse mutuamente.
Paz
se fue poniendo cómoda a medida que el día avanzó. El lugar era fantástico, el clima era
excelente y la compañía era maravillosa.
Incluso el hombre que la había enamorado estaba allí mirándola a
escondidas cada vez que podía.
Al
finalizar el día todos se despidieron morosamente y retornaron a sus
hogares. Paz volvió con Marta, que no
paraba de conversar acerca de lo lindo que habían pasado, lo hermosa que era la
casa y mil cosas más.
Pero
de sopetón le espetó: –Están los dos que no pueden más uno por el otro, es algo
más que evidente.
–¿Qué
dices?– se sorprendió Paz.– fuimos muy discretos, ni siquiera nos acercamos.
–Pero
mira que eres lerda cuando quieres. Son
como dos niños tratando de esconder caramelos.
Tan cristalinos que da ternura.
–Por
Dios, ¿crees tú que los padres notaron algo? ¿O Fernanda? ¡Qué vergüenza, que pensarán!
–Bah,
no. No creo. Yo porque se y me divierto. Tranquila, no te
pongas ahora tensa con esto. ¿Pero sabes qué?
Al contrario de lo que te dije, diría que el jefe te mira con
intenciones que no son solo carnales, por decirlo de algún modo. Había un brillo especial cuando te veía. Y además ni siquiera le tembló la pera cuando
vio a Marina con ese traje. ¿Te diste
cuenta que atrevida?
Paz
ignoró el último comentario y sopesó lo anterior. –No te hagas falsas expectativas, no puedes
hacerlo– se repitió internamente. Por
ello le comentó a Marta que lo olvidara, que eran ideas suyas. No estuvo tan de acuerdo pero a regañadientes
terminó el tema.
En
tanto en la casa de campo Leandro y su madre compartían un café. El joven esperaba el juicio de su madre, que
sabía inminente. Y tal cual lo pensó, no
se hizo esperar.
–Me
gusta María Paz. Su aspecto y su
actitud. Bastante callada, bien ubicada.
Y muy bella.
–Tal
vez esperabas alguien un poco más espectacular.
–¿Cómo
Marina dices? No mi amor. Demasiado exuberante y aparatosa. La belleza pasa por varios lados y en ella
solo percibí el físico. Sin duda Paz es
una belleza más completa... Y hace honor
a su nombre te diría. Trasmite
tranquilidad.
–Así
que te parece un buen partido. ¿Ya me
ves casado y todo no?
–No
dije eso. No creo en los apresuramientos
en estas cosas. Me encantaría verte
estabilizado y que me dieras nietos. ¡Por Dios que estoy bien preparada para
ello! Pero eso será cuando tú estés
listo, no antes. No fuerces nada hasta
tener claro que no es un simple enamoramiento pasajero.
–Eso
lo tengo claro. Por ahora disfruto el
momento. Ambos lo hacemos. Tengo claro empero que hace tiempo una mujer
no me hace sentir tan completo– declaró con sencillez.
–Me
parece muy bien hijo, muy bien–le sonrió su madre con amor. Esto dio el tema por finalizado.
Leandro
estuvo algún tiempo más y luego partió raudo a encontrarse con Paz en su
casa. No bien esta le allanó la entrada,
se abrazaron y besaron con pasión. Sus lenguas se fundían, sus manos se
buscaban y sus brazos eran cepos que se atrapaban mutuamente. Hicieron el amor con pasión y delirio y la
noche los encontró yaciendo uno junto al otro.
A
Leandro le costó despedirse, cada vez era más renuente a separarse de
ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario