viernes, 29 de abril de 2016

Primeros capítulos Corazones migrantes 1

Uno.

Victoria caminó los últimos metros bajo el sol abrasador  del atardecer africano y se desplomó casi sin fuerzas sobre el camastro de la tienda principal.  Estaba exhausta luego de casi diez horas de trabajo sin interrupción, tanto que apenas podía pensar.  Su cuerpo maltrecho pedía descanso, mas su mente seguía bombardeada por las imágenes del horror.
Los refugiados no dejaban de llegar al campamento montado por la organización humanitaria de la que formaba parte como voluntaria.  Algunos solos, pero la mayoría con su familia a cuestas, o al menos la que conservaba luego de la bárbara masacre de la que habían sido objeto. 
Agotados, malheridos, apenas con vida algunos, quebrados sus espíritus otros.  Sombras de lo que habían sido hasta hace una semana, cuando fueron atacados por el fanatismo y quedaron rehenes de los odios y peleas intestinas que asolaban todo el país africano. 
No era tan distinto de lo que ya había vivido en otras partes del Magreb africano, pero no por ello dejaba de afectarla menos.  Lo peor eran los niños.  Olvidados de su condición de tales presenciaban y eran víctimas directas y en silencio de la magnitud del desastre en que se había convertido su tierra.  Desnutridos, huérfanos, heridos física y emocionalmente de por vida, lo que esta durara.  En estas tierras duras y de lucha constante por lo que fuera (poder, dinero, recursos, el dios de turno)  la esperanza de alcanzar la adultez era limitada.
Suspiró ruidosamente y trató de incorporarse para asearse y comer algo. Apenas pudo moverse tan agotada estaba.  Su estómago rugía, no recordaba desde cuando no ingería sólidos pero hacía varias horas.  Estaba sucia y sudorosa, el cabello pegado al rostro y las telas que la envolvían ensangrentadas.  Era incontable la cantidad de heridos a los que había asistido junto a sus colegas y muchos de ellos habían muerto.  Estaban en la primera línea luego de la de fuego y la acción armada había recrudecido los últimos días, por lo que su labor había aumentado en proporción directa. Lo doloroso es que recibían las víctimas de una guerra interna, mas no eran soldados los que llegaban.  Eran inocentes en medio del fuego, botín de guerra para cualquiera de los grupos.
Se levantó luego de un buen rato y caminó a tientas en la oscuridad.  La noche ya había caído sobre la desértica región. Alcanzó la zona  de la tienda donde se guardaban los  íveres y se preparó un refrigerio liviano obligándose a comerlo.  Necesitaba energías para continuar sobrellevando la dura tarea.  Luego se higienizó  con placer en el improvisado lavatorio.
 ¡Cuánto extrañaba una buena ducha! Cambió sus ropajes, que no eran más que un conjunto de telas envueltas sabiamente en torno a su cuerpo.   Hace tiempo había optado por vestir similar a sus pacientes ya que la temperatura tórrida del lugar no daba tregua a las vestimentas occidentales que había traído al arribar al lugar hacía ya largos meses.
Parecía sin embargo que habían transcurrido años.  ¡Tanta destrucción y muerte en tan poco tiempo!  Cuando decidió enrolarse en las tareas humanitarias, hacía ya algunos años, tenía una visión bastante más romántica de la situación.  No era una ignorante de los asuntos internacionales, pero la realidad no tenía comparación al lado de lo que diarios y cadenas internacionales mostraban.  Esto último era apenas una pátina de lo que los habitantes de estos lugares sufrían todos los días.
Siempre había sido una entusiasta de viajar y conocer distintas culturas y lugares.  Esto unido a su excepcional manejo de varios idiomas y su postura solidaria y humanitaria la habían empujado a presentarse como voluntaria cuando se hizo una campaña buscando valientes que desearan “salvar una parte de mundo”.   ¡Qué ilusa, la salvación estaba lejos! Esto era un infierno. 
Se integró a la organización aportando sus conocimientos de enfermería, carrera que había estudiado en su España natal.  La medicina la había fascinado desde siempre, pero la carrera de médico era demasiado larga para su gusto.  Creía además que la enfermería implicaba un trato diario más directo, social y humano con el paciente.
Su familia siempre la había apoyado.  Hija única como era, sus padres la habían consentido con holgura, pero también le habían enseñado los límites que cualquiera debe tener.  Se consideraba una mujer de amplísimo sentido común, lo cual en este mundo alborotado no deja de ser una característica muy valorable.  Dicen, y así lo había comprobado ella en varias ocasiones, que es “el menos común de los sentidos”.  ¿Y qué cosa más evidente que este mundo no se guiaba por él que las masacres sin ton ni son que todos los días aumentaban su trabajo?
A sus treinta años se sentía muy cansada y estaba llegando al límite de lo que podía soportar.  No se consideraba una mujer de abandonos, pero estaba en un punto de inflexión en su vida. 
“Necesito alejarme un poco de todo este desastre” se dijo mientras se recostaba nuevamente. “Me está afectando de una manera indecible y no consigo ver qué diferencia hago.  Por cada uno que salvamos dos mueren o son arrojados a la desesperación del destierro”
Los únicos momentos de distensión eran cuando los ejércitos se alejaban y las familias volvían a lo que quedaba de sus aldeas a reconstruir las mismas como podían.  En la mayoría de los casos sin embargo, se imponía la migración.  Los ejércitos del gobierno pero también los rebeldes no daban tregua.  El desierto se cortaba por las enormes caravanas de desgraciados  que lo atravesaban una y otra vez, en uno u otro sentido, en busca de salvación.
 No se había sentido atemorizada en general pues la labor de asistencia que realizaban era sumamente valorada.  Sí había visto miradas de desaprobación tal vez en ancianos u hombres muy apegados a la tradición musulmana dada su condición de mujer en tareas que no aprobaban.  Pero la necesidad superaba la convicción religiosa.  Nunca  ella ni sus compañeros  fueron  agredidos y además  había fuerzas internacionales de paz custodiando su tarea y a los desplazados que llegaban constantemente.
Pero últimamente la situación de guerra tendía a agravarse y extenderse por ámbitos inusitados hasta ese entonces.  Los fanáticos de la Yihad crecían y el anti–occidentalismo también.  Se hablaba de atentados en otros campamentos más lejanos por parte de células terroristas que pretendían expulsar a todos “los cerdos occidentales que contaminaban las tierras musulmanas con su presencia infiel”. 
Ante esta amenaza la intranquilidad entre los voluntarios aumentaba, pero procuraban darse fuerzas mutuamente.
–Pretenden asustarnos y dejar a miles de aldeanos sin esperanza y a su merced –se alentaban– No lo lograrán.
Ella jamás mencionaba esto cuando charlaba con sus padres pues sabía que era alterarlos innecesariamente.  Ya bastante conmovidos habían quedado por su decisión de marchar, aunque no lo expresaran abiertamente.  Apoyaban siempre sus elecciones aunque no las compartieran; su madre era muchas veces la encargada de trasmitir alguna suave reprimenda o llamado de atención.  Pero siempre había primado el respeto.
Con todo esto en mente se fue sumiendo en las tinieblas bienhechoras del sueño.  Al despertar le pareció que habían sido solo minutos, pero varias horas habían transcurrido.  Ya había amanecido y los compañeros que habían cubierto la guardia nocturna volvían.  Era momento de ponerse en pie.
–Arriba, querida –le dijo su amiga Morena– Ha sido una noche agitada. Estoy molida.
–¿Han llegado más aldeanos?
–Están arribando.  Tal parece que la amenaza ronda por el este y la gente empieza a huir con pánico.
Suspiró y se dio tiempo para una mirada al improvisado espejo al costado de su litera. 
–Estoy hecha un completo desastre–murmuró.  Su pelo castaño claro enmarañado y sus ojos verdosos empañados aún por el sueño y aureolados por ojeras le daban un aspecto lamentable.
–Ánimo, amiga– se rio Morena–No estás para un baile, pero ¿quién está mejor aquí?
La realidad es que si bien el aspecto no la favorecía de momento, podía decirse que era una mujer muy interesante.  No era bonita en el sentido tradicional.  Su cara era algo ancha para su gusto y no le gustaba su boca tan grande.  ¿Mas qué mujer está cien por ciento contenta con su apariencia?  Sus ojos eran muy expresivos y su cuerpo bien formado siempre había atraído a los hombres.  No era por falta de pretendientes que se había marchado de su país.  Los tenía de sobra aunque ninguno le interesaba al punto de plantarse y formar familia.  Había tenido sus aventurillas y no era una inocente en el tema sentimental, pero nadie había impactado seriamente en su vida hasta ese momento.
Su madre atribuía su falta de compromisos a su espíritu de aventura y casi de gitana.  Cada charla de ambas terminaba con el repetido cantito de “¿no conociste a nadie aún?”
Esto la fastidiaba un tanto, su madre parecía creer que estaba en un concurso de pretendientes.  Pero prefería que pensara eso y no preocuparla.
No es que no se prestara el lugar para las relaciones amorosas.  Las había y mucho entre los voluntarios.  En algunos casos hasta como consuelo mutuo frente al horror que veían todos los días.  Pero hasta el momento ella no había siquiera considerado las indirectas de dos o tres colegas que repetidamente la asediaban. 
Aunque en las últimas semanas no había espacios para nada que no fuera asistir, comer y dormir.



Dos.

Apenas emergió de la tienda el aire caliente la envolvió.  Miró a su alrededor y percibió el movimiento que se hacía más visible.  Gente que ingresaba, otra que se iba.  La desesperanza grabada en los rostros de unos y otros.
Al presentarse a la zona principal  le asignaron la tarea de asistencia de materiales médicos a todas las tiendas que oficiaban de enfermería.  Esto le implicó ir y venir en un ajetreo agotador. También le permitió apreciar el movimiento del campamento desde otra perspectiva.  Le llamó la atención en particular varios hombres con túnicas azuladas que vio frente a la carpa principal del jefe de las milicias de paz.
Al atardecer su tarea terminó y decidió caminar un poco por el campamento y sus alrededores.  Al hacerlo se topó nuevamente con los hombres de azul, que ahora montados en dromedarios se alejaban.  A pesar de lo cubierto de los rostros no pudo evitar sentir la mirada penetrante de quien parecía ir a la cabeza de la comitiva.  Ojos negros intensos en un rostro moreno.   Se sintió muy expuesta al traer su cabello y rostro descubiertos. 
Al volver a la zona de descanso inquirió quienes eran los visitantes y le contaron que era una delegación tuareg.  Pero nadie sabía exactamente que querían.
–Es extraño verlos por acá, son por naturaleza nómades y si bien hay algunos asentados en las afueras de las ciudades no han abandonado sus tradiciones–contó uno de los médicos.
–Están siendo rodeados tanto por los movimientos nacionalistas que buscan integrarlos a sus huestes como los gobiernos que procuran su apoyo.
–¿Cómo pueden ayudar unos nómades a los gobiernos?–se interesó.
–Es que al no tener límites en su ir y venir las fronteras no son nada para ellos.  Pasan de un país a otro sin problemas.  Saben los movimientos políticos de las aldeas y los activistas.  Conocen el desierto como nadie y por tanto zonas de posibles escondites de las células terroristas.
–Se me antoja más un problema que una solución.  Deben ser difíciles de controlar o convencer.  O de interesar.  Después de todo viven como quieren, ¿qué ganan involucrándose en asuntos de gobiernos y rebeldes? – expresó Victoria.
–Ellos también se ven afectados aunque en menor grado.  Los espacios para sus rebaños y para el trueque se reducen cada vez más. Vagan por espacios codiciados por sus recursos naturales además,  miren no más en Níger el tema del uranio– agregó información Morena que le encantaba interiorizarse en asuntos geopolíticos.
–Vale, vale, me convencieron –se rió– Los tuaregs son importantes, pero no sabemos qué hacían acá.
Después de esto la charla derivó a los asuntos que todos los días los convocaban.  Morena anunció que el jefe de operaciones del campamento había citado a una reunión a todos los encargados de sección y que aparentemente se avecinaban cambios.  No se sabía que ocurría pero parecía serio.
La duda se develó unas horas más tarde cuando se supo que comenzaba un operativo urgente de evacuación de unas aldeas distantes varios kilómetros  hacia el sur.  La amenaza del este había resultado inocua al  menos por ahora pero existían datos certeros que establecían el sur como vulnerable ante tropas fundamentalistas. 
Para colaborar con la retirada se organizarían varias brigadas que contarían con personal médico y militar.  La asignaron a una que recorrería dos aldeas distantes cincuenta kilómetros del campamento base.  La tarea comenzó de inmediato al amanecer del próximo día.  Debían alertar a las poblaciones y ayudarlos en la organización de la salida. 
No tuvieron inconvenientes con la primera población, con menos de cien habitantes.  Le partía el alma ver cómo debían dejar todo lo que constituía su vida y retirarse, pero también veía un resignado abandono.  La vida antes que todo.
Cuando la brigada emprendió el camino hacia la segunda población ya era avanzada la tarde.  Avanzaron morosamente con los vehículos por una zona de rocas altas y de pronto todo se volvió un pandemónium.
Gritos escalofriantes  fueron la primera señal. Ella se incorporó como rayo del asiento del vehículo para quedar helada de pánico.  Al frente y hacia ellos se acercaban a toda velocidad varios jeeps con hombres vestidos enteramente de negro. Apenas pudo ver más porque inmediatamente una  lluvia de balas arreció sobre el convoy de ayuda. Como en una pesadilla en cámara lenta vio caer ensangrentados a sus amigos y colegas uno a uno.  Sintió dos agudísimos dolores en el pecho y pierna e inmediatamente una especie de bruma se abatió sobre ella.
Como en un sueño pudo ver que los hombres armados rodeaban los vehículos y en un círculo macabro continuaban disparando sin cesar hasta asegurarse que nadie quedara con vida.  Uno de ellos descendió finalmente y recorrió la dantesca escena, buscando heridos que no encontró.  Estampó sobre uno de los camiones una bandera como firma de autoría y se marcharon tan rápido como habían llegado.
Ella había caído en un costado de uno de los jeeps de ayuda y sobre ella su amiga Morena.  Esta había sido acribillada por las impiadosas balas pero su cuerpo la protegió de un fin seguro. 
Cuando despertó luego de un tiempo considerable, no entendió al comienzo la situación.  Su cuerpo quemaba y el dolor la enceguecía.  Pero pronto como rayo el recuerdo de la masacre la golpeó y quiso incorporarse.  Al ver a su amiga y el resto del desolador panorama, su primera reacción fue de intenso llanto y vomitó hasta que su estómago no pudo más.  Jadeando intentó incorporarse y accionar.  Su instinto la movía a ayudar a quien se pudiera y lentamente recorrió los cuerpos de sus amigos, solo para comprobar la lividez que tenían.
Trató de calmar su corazón enloquecido por el dolor, la furia y el miedo.  Era la única sobreviviente, pero ¿y si volvían?  Necesitaba contactar al campamento base, comunicar lo sucedido, pedir asistencia.  Penosamente se incorporó y arrastrando la pierna herida se encaminó al vehículo líder en busca de un radio.  Su pesar fue grande al ver que las balas habían estropeado el mismo, volviéndolo absolutamente inútil.  La desesperación la envolvió nuevamente y la debilidad comenzó a rodearla.  Se hacía de noche en el desierto y la temperatura comenzaba a bajar.   Sabía que la combinación de sus heridas que perdían abundante sangre mas el frío y las alimañas del desierto darían cuenta de ella en poco tiempo.  Buscó refugio en el vehículo más alto y acudiendo al material médico trató de detener el sangrado pero el esfuerzo realizado fue demasiado y perdió nuevamente el conocimiento.



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