Uno.
Victoria
caminó los últimos metros bajo el sol abrasador del atardecer africano y se desplomó casi sin
fuerzas sobre el camastro de la tienda principal. Estaba exhausta luego de casi diez horas de
trabajo sin interrupción, tanto que apenas podía pensar. Su cuerpo maltrecho pedía descanso, mas su
mente seguía bombardeada por las imágenes del horror.
Los
refugiados no dejaban de llegar al campamento montado por la organización
humanitaria de la que formaba parte como voluntaria. Algunos solos, pero la mayoría con su familia
a cuestas, o al menos la que conservaba luego de la bárbara masacre de la que
habían sido objeto.
Agotados,
malheridos, apenas con vida algunos, quebrados sus espíritus otros. Sombras de lo que habían sido hasta hace una semana,
cuando fueron atacados por el fanatismo y quedaron rehenes de los odios y
peleas intestinas que asolaban todo el país africano.
No
era tan distinto de lo que ya había vivido en otras partes del Magreb africano,
pero no por ello dejaba de afectarla menos.
Lo peor eran los niños. Olvidados
de su condición de tales presenciaban y eran víctimas directas y en silencio de
la magnitud del desastre en que se había convertido su tierra. Desnutridos, huérfanos, heridos física y
emocionalmente de por vida, lo que esta durara. En estas tierras duras y de lucha constante
por lo que fuera (poder, dinero, recursos, el dios de turno) la esperanza de alcanzar la adultez era
limitada.
Suspiró
ruidosamente y trató de incorporarse para asearse y comer algo. Apenas pudo
moverse tan agotada estaba. Su estómago
rugía, no recordaba desde cuando no ingería sólidos pero hacía varias
horas. Estaba sucia y sudorosa, el
cabello pegado al rostro y las telas que la envolvían ensangrentadas. Era incontable la cantidad de heridos a los
que había asistido junto a sus colegas y muchos de ellos habían muerto. Estaban en la primera línea luego de la de
fuego y la acción armada había recrudecido los últimos días, por lo que su
labor había aumentado en proporción directa. Lo doloroso es que recibían las
víctimas de una guerra interna, mas no eran soldados los que llegaban. Eran inocentes en medio del fuego, botín de
guerra para cualquiera de los grupos.
Se
levantó luego de un buen rato y caminó a tientas en la oscuridad. La noche ya había caído sobre la desértica
región. Alcanzó la zona de la tienda
donde se guardaban los íveres y se
preparó un refrigerio liviano obligándose a comerlo. Necesitaba energías para continuar
sobrellevando la dura tarea. Luego se
higienizó con placer en el improvisado
lavatorio.
¡Cuánto extrañaba una buena ducha! Cambió sus
ropajes, que no eran más que un conjunto de telas envueltas sabiamente en torno
a su cuerpo. Hace tiempo había optado
por vestir similar a sus pacientes ya que la temperatura tórrida del lugar no
daba tregua a las vestimentas occidentales que había traído al arribar al lugar
hacía ya largos meses.
Parecía
sin embargo que habían transcurrido años.
¡Tanta destrucción y muerte en tan poco tiempo! Cuando decidió enrolarse en las tareas
humanitarias, hacía ya algunos años, tenía una visión bastante más romántica de
la situación. No era una ignorante de
los asuntos internacionales, pero la realidad no tenía comparación al lado de
lo que diarios y cadenas internacionales mostraban. Esto último era apenas una pátina de lo que
los habitantes de estos lugares sufrían todos los días.
Siempre
había sido una entusiasta de viajar y conocer distintas culturas y
lugares. Esto unido a su excepcional manejo
de varios idiomas y su postura solidaria y humanitaria la habían empujado a
presentarse como voluntaria cuando se hizo una campaña buscando valientes que
desearan “salvar una parte de mundo”. ¡Qué ilusa, la salvación estaba lejos! Esto
era un infierno.
Se
integró a la organización aportando sus conocimientos de enfermería, carrera
que había estudiado en su España natal.
La medicina la había fascinado desde siempre, pero la carrera de médico
era demasiado larga para su gusto. Creía
además que la enfermería implicaba un trato diario más directo, social y humano
con el paciente.
Su
familia siempre la había apoyado. Hija
única como era, sus padres la habían consentido con holgura, pero también le
habían enseñado los límites que cualquiera debe tener. Se consideraba una mujer de amplísimo sentido
común, lo cual en este mundo alborotado no deja de ser una característica muy
valorable. Dicen, y así lo había
comprobado ella en varias ocasiones, que es “el menos común de los sentidos”. ¿Y qué cosa más evidente que este mundo no se
guiaba por él que las masacres sin ton ni son que todos los días aumentaban su
trabajo?
A
sus treinta años se sentía muy cansada y estaba llegando al límite de lo que
podía soportar. No se consideraba una
mujer de abandonos, pero estaba en un punto de inflexión en su vida.
“Necesito
alejarme un poco de todo este desastre” se dijo mientras se recostaba
nuevamente. “Me está afectando de una manera indecible y no consigo ver qué
diferencia hago. Por cada uno que
salvamos dos mueren o son arrojados a la desesperación del destierro”
Los
únicos momentos de distensión eran cuando los ejércitos se alejaban y las
familias volvían a lo que quedaba de sus aldeas a reconstruir las mismas como
podían. En la mayoría de los casos sin
embargo, se imponía la migración. Los
ejércitos del gobierno pero también los rebeldes no daban tregua. El desierto se cortaba por las enormes
caravanas de desgraciados que lo
atravesaban una y otra vez, en uno u otro sentido, en busca de salvación.
No se había sentido atemorizada en general
pues la labor de asistencia que realizaban era sumamente valorada. Sí había visto miradas de desaprobación tal
vez en ancianos u hombres muy apegados a la tradición musulmana dada su
condición de mujer en tareas que no aprobaban.
Pero la necesidad superaba la convicción religiosa. Nunca ella ni sus compañeros fueron agredidos y además había fuerzas internacionales de paz
custodiando su tarea y a los desplazados que llegaban constantemente.
Pero
últimamente la situación de guerra tendía a agravarse y extenderse por ámbitos
inusitados hasta ese entonces. Los
fanáticos de la Yihad crecían y el anti–occidentalismo también. Se hablaba de atentados en otros campamentos
más lejanos por parte de células terroristas que pretendían expulsar a todos
“los cerdos occidentales que contaminaban las tierras musulmanas con su
presencia infiel”.
Ante
esta amenaza la intranquilidad entre los voluntarios aumentaba, pero procuraban
darse fuerzas mutuamente.
–Pretenden
asustarnos y dejar a miles de aldeanos sin esperanza y a su merced –se
alentaban– No lo lograrán.
Ella
jamás mencionaba esto cuando charlaba con sus padres pues sabía que era
alterarlos innecesariamente. Ya bastante
conmovidos habían quedado por su decisión de marchar, aunque no lo expresaran
abiertamente. Apoyaban siempre sus
elecciones aunque no las compartieran; su madre era muchas veces la encargada
de trasmitir alguna suave reprimenda o llamado de atención. Pero siempre había primado el respeto.
Con
todo esto en mente se fue sumiendo en las tinieblas bienhechoras del
sueño. Al despertar le pareció que
habían sido solo minutos, pero varias horas habían transcurrido. Ya había amanecido y los compañeros que
habían cubierto la guardia nocturna volvían.
Era momento de ponerse en pie.
–Arriba,
querida –le dijo su amiga Morena– Ha sido una noche agitada. Estoy molida.
–¿Han
llegado más aldeanos?
–Están
arribando. Tal parece que la amenaza
ronda por el este y la gente empieza a huir con pánico.
Suspiró
y se dio tiempo para una mirada al improvisado espejo al costado de su
litera.
–Estoy
hecha un completo desastre–murmuró. Su
pelo castaño claro enmarañado y sus ojos verdosos empañados aún por el sueño y
aureolados por ojeras le daban un aspecto lamentable.
–Ánimo,
amiga– se rio Morena–No estás para un baile, pero ¿quién está mejor aquí?
La
realidad es que si bien el aspecto no la favorecía de momento, podía decirse
que era una mujer muy interesante. No
era bonita en el sentido tradicional. Su
cara era algo ancha para su gusto y no le gustaba su boca tan grande. ¿Mas qué mujer está cien por ciento contenta
con su apariencia? Sus ojos eran muy
expresivos y su cuerpo bien formado siempre había atraído a los hombres. No era por falta de pretendientes que se
había marchado de su país. Los tenía de
sobra aunque ninguno le interesaba al punto de plantarse y formar familia. Había tenido sus aventurillas y no era una
inocente en el tema sentimental, pero nadie había impactado seriamente en su
vida hasta ese momento.
Su
madre atribuía su falta de compromisos a su espíritu de aventura y casi de
gitana. Cada charla de ambas terminaba
con el repetido cantito de “¿no conociste a nadie aún?”
Esto
la fastidiaba un tanto, su madre parecía creer que estaba en un concurso de
pretendientes. Pero prefería que pensara
eso y no preocuparla.
No
es que no se prestara el lugar para las relaciones amorosas. Las había y mucho entre los voluntarios. En algunos casos hasta como consuelo mutuo
frente al horror que veían todos los días.
Pero hasta el momento ella no había siquiera considerado las indirectas
de dos o tres colegas que repetidamente la asediaban.
Aunque
en las últimas semanas no había espacios para nada que no fuera asistir, comer
y dormir.
Dos.
Apenas
emergió de la tienda el aire caliente la envolvió. Miró a su alrededor y percibió el movimiento
que se hacía más visible. Gente que
ingresaba, otra que se iba. La
desesperanza grabada en los rostros de unos y otros.
Al
presentarse a la zona principal le
asignaron la tarea de asistencia de materiales médicos a todas las tiendas que
oficiaban de enfermería. Esto le implicó
ir y venir en un ajetreo agotador. También le permitió apreciar el movimiento
del campamento desde otra perspectiva.
Le llamó la atención en particular varios hombres con túnicas azuladas
que vio frente a la carpa principal del jefe de las milicias de paz.
Al
atardecer su tarea terminó y decidió caminar un poco por el campamento y sus
alrededores. Al hacerlo se topó
nuevamente con los hombres de azul, que ahora montados en dromedarios se
alejaban. A pesar de lo cubierto de los
rostros no pudo evitar sentir la mirada penetrante de quien parecía ir a la
cabeza de la comitiva. Ojos negros
intensos en un rostro moreno. Se sintió muy expuesta al traer su cabello y
rostro descubiertos.
Al
volver a la zona de descanso inquirió quienes eran los visitantes y le contaron
que era una delegación tuareg. Pero
nadie sabía exactamente que querían.
–Es
extraño verlos por acá, son por naturaleza nómades y si bien hay algunos
asentados en las afueras de las ciudades no han abandonado sus tradiciones–contó
uno de los médicos.
–Están
siendo rodeados tanto por los movimientos nacionalistas que buscan integrarlos
a sus huestes como los gobiernos que procuran su apoyo.
–¿Cómo
pueden ayudar unos nómades a los gobiernos?–se interesó.
–Es
que al no tener límites en su ir y venir las fronteras no son nada para
ellos. Pasan de un país a otro sin
problemas. Saben los movimientos
políticos de las aldeas y los activistas.
Conocen el desierto como nadie y por tanto zonas de posibles escondites
de las células terroristas.
–Se
me antoja más un problema que una solución.
Deben ser difíciles de controlar o convencer. O de interesar. Después de todo viven como quieren, ¿qué ganan
involucrándose en asuntos de gobiernos y rebeldes? – expresó Victoria.
–Ellos
también se ven afectados aunque en menor grado.
Los espacios para sus rebaños y para el trueque se reducen cada vez más.
Vagan por espacios codiciados por sus recursos naturales además, miren no más en Níger el tema del uranio–
agregó información Morena que le encantaba interiorizarse en asuntos
geopolíticos.
–Vale,
vale, me convencieron –se rió– Los tuaregs son importantes, pero no sabemos qué
hacían acá.
Después
de esto la charla derivó a los asuntos que todos los días los convocaban. Morena anunció que el jefe de operaciones del
campamento había citado a una reunión a todos los encargados de sección y que
aparentemente se avecinaban cambios. No
se sabía que ocurría pero parecía serio.
La
duda se develó unas horas más tarde cuando se supo que comenzaba un operativo
urgente de evacuación de unas aldeas distantes varios kilómetros hacia el sur.
La amenaza del este había resultado inocua al menos por ahora pero existían datos certeros
que establecían el sur como vulnerable ante tropas fundamentalistas.
Para
colaborar con la retirada se organizarían varias brigadas que contarían con
personal médico y militar. La asignaron
a una que recorrería dos aldeas distantes cincuenta kilómetros del campamento
base. La tarea comenzó de inmediato al
amanecer del próximo día. Debían alertar
a las poblaciones y ayudarlos en la organización de la salida.
No
tuvieron inconvenientes con la primera población, con menos de cien habitantes. Le partía el alma ver cómo debían dejar todo
lo que constituía su vida y retirarse, pero también veía un resignado
abandono. La vida antes que todo.
Cuando
la brigada emprendió el camino hacia la segunda población ya era avanzada la
tarde. Avanzaron morosamente con los
vehículos por una zona de rocas altas y de pronto todo se volvió un
pandemónium.
Gritos
escalofriantes fueron la primera señal. Ella
se incorporó como rayo del asiento del vehículo para quedar helada de
pánico. Al frente y hacia ellos se
acercaban a toda velocidad varios jeeps con hombres vestidos enteramente de
negro. Apenas pudo ver más porque inmediatamente una lluvia de balas arreció sobre el convoy de
ayuda. Como en una pesadilla en cámara lenta vio caer ensangrentados a sus
amigos y colegas uno a uno. Sintió dos
agudísimos dolores en el pecho y pierna e inmediatamente una especie de bruma
se abatió sobre ella.
Como
en un sueño pudo ver que los hombres armados rodeaban los vehículos y en un
círculo macabro continuaban disparando sin cesar hasta asegurarse que nadie
quedara con vida. Uno de ellos descendió
finalmente y recorrió la dantesca escena, buscando heridos que no encontró. Estampó sobre uno de los camiones una bandera
como firma de autoría y se marcharon tan rápido como habían llegado.
Ella
había caído en un costado de uno de los jeeps de ayuda y sobre ella su amiga
Morena. Esta había sido acribillada por
las impiadosas balas pero su cuerpo la protegió de un fin seguro.
Cuando
despertó luego de un tiempo considerable, no entendió al comienzo la
situación. Su cuerpo quemaba y el dolor
la enceguecía. Pero pronto como rayo el
recuerdo de la masacre la golpeó y quiso incorporarse. Al ver a su amiga y el resto del desolador
panorama, su primera reacción fue de intenso llanto y vomitó hasta que su
estómago no pudo más. Jadeando intentó
incorporarse y accionar. Su instinto la
movía a ayudar a quien se pudiera y lentamente recorrió los cuerpos de sus
amigos, solo para comprobar la lividez que tenían.
Trató
de calmar su corazón enloquecido por el dolor, la furia y el miedo. Era la única sobreviviente, pero ¿y si
volvían? Necesitaba contactar al
campamento base, comunicar lo sucedido, pedir asistencia. Penosamente se incorporó y arrastrando la
pierna herida se encaminó al vehículo líder en busca de un radio. Su pesar fue grande al ver que las balas
habían estropeado el mismo, volviéndolo absolutamente inútil. La desesperación la envolvió nuevamente y la
debilidad comenzó a rodearla. Se hacía
de noche en el desierto y la temperatura comenzaba a bajar. Sabía
que la combinación de sus heridas que perdían abundante sangre mas el frío y
las alimañas del desierto darían cuenta de ella en poco tiempo. Buscó refugio en el vehículo más alto y
acudiendo al material médico trató de detener el sangrado pero el esfuerzo
realizado fue demasiado y perdió nuevamente el conocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario