viernes, 29 de abril de 2016

Primeros capítulos Corazones migrantes 2

Uno
Usem cerró con lentitud el ordenador mientras organizaba sus ideas.  El negocio prosperaba y le satisfacía comprobar una vez más lo útil que resultaban Internet y las redes sociales para concretar sus actividades. Cuando comenzó este proyecto hace ya varios años tenía la esperanza que funcionara, pero la evolución había sido mucho más amplia y rápida de lo que hubiera soñado.
 Luego de algunos años de trabajar en la empresa financiera que le había dado la oportunidad de afincarse nuevamente en Madrid se sintió con las energías y la confianza suficiente para dedicarse full time a su trabajo free lance como creador de páginas web y traductor en línea.  El salto había sido gradual, no se dedicó a él hasta que pudo hacerse de una clientela amplia y perfeccionarse en el área.  Los años en el desierto habían hecho que se quedara un tanto atrás en el manejo de la tecnología, pero pudo ponerse al corriente rápidamente.  Lo bueno era que trabajaba desde su casa y él establecía sus horarios.  Pero  era sumamente exigente y perfeccionista, lo que hacía que buena parte del día lo dedicara a su computadora.
Miró por la ventana del living al sentir las risas y gritos y no pudo más que sonreír.  Victoria parecía una niña más, jugando y corriendo por el jardín, huyendo de su pequeña niña que empuñaba la manguera de agua como si fuera un fusil.  Se levantó y se acercó al ventanal. 
¡Qué felices eran y cuánto lo habían sido estos quince años!  Habían transcurrido como el viento, pero cuántas satisfacciones.  Luego de años de dolor y desarraigo, Europa y Victoria habían sido bálsamos para su vida. Solo mirar a la pequeña Eva que corría ágil con sus siete añitos lo emocionaba.  Su nacimiento no había estado exento de dificultades, mas los habían sorteado con valentía, esfuerzo físico y económico, y con una paciencia infinita. 
Nunca imaginaron que tendrían problemas para concebir, pero el tiempo transcurrido sin que se concretara la ansiada llegada los hizo sospechar.  Luego de varios años de intentarlo por su cuenta sin éxito, se rindieron a la inevitable realidad. La medicina debería obrar lo que la naturaleza se obstinaba en negar. Consultas, exámenes interminables, años de tratamiento de fertilización habían obrado el milagro.  No había sido poco reto para Victoria soportar cada uno de los escollos que se le presentaron, pero ahí estaba su bella niña.  Bella, valiente, alegre.   Pensar en lo difícil que fue para su mujer todo el proceso y lo estoico de su comportamiento para  atravesarlo sin una queja lo hizo emocionar. 
Elegía a esta mujer una y mil veces, la amaba de una forma que  a veces le dolía.
El llamado estridente de su hija aterrizó estas ideas.  Con su carita contra el vidrio le exigía a gritos que se uniera a la fiesta de agua.  Sonrió y a la carrera pasó ante ella, tratando de huir sin éxito.  Varios minutos estuvieron en este menester hasta que agotados y risueños se tiraron en el césped, mojados de los pies a la cabeza.
–Papi, papi, te ayudo a levantarte–le ofreció la nena haciendo fuerza en vano para incorporarlo– ¡Qué gordito te has puesto!
Esto precipitó las carcajadas de Victoria, que trató de ayudar en la tarea.
–La verdad es que tienes razón chiquita,  este perezoso está comiendo mucho.  Vamos a tener que cortarle los víveres
Sonrió y no pudo más que asentir.  Los años habían agregado algunos kilos a su atlética figura, que trataba de mantener activa con caminatas y aeróbicos.  Su trabajo era muy sedentario y era menester obligarse a salir a hacer ejercicio. 
Su mujer sin embargo conservaba su atractiva figura intacta.  Algunas hebras de plata aquí y allá en su cabello castaño, alguna fina línea surcando su rostro, sus ojos verdes aún brillantes y expresivos.  Despertaba en él todos sus sentidos tal y como las primeras veces que la amó,  a pesar de los años transcurridos.  Estos no habían hecho sino confirmar que eran el uno para el otro, dos mitades que el destino había unido y que ellos habían sellado.  No había sido poco trayecto el que tuvieron que recorrer para reencontrarse.
El recuerdo de aquellos años trajo a Usem cierto sabor amargo.  Su mente aún jugaba de tanto en tanto con las posibilidades de que todo hubiera salido mal.  A punto habían estado de morir, él y Titrit.  De hecho así había sido para Dassim.  Rezó brevemente por ella, como cada vez que la recordaba.  Había sido una buena compañera y la tragedia se había cebado en ella.  Pero del dolor había emergido una vida nueva.
–Estás muy pensativo hoy, cariño.  ¿Las memorias te envuelven otra vez?
–Sí, y como cada vez que pasa, me recuerdan lo feliz que soy hoy.  Estoy completo, no podría pedirle más a la vida.
–Sin duda.  ¡Pero la hemos luchado, amor!  Cada vez me convenzo más que la vida es un poquito destino y mucha búsqueda y trabajo.    Vale la pena.  ¡Mira qué divina está nuestra niña!
–Crece y crece a un ritmo que me asusta.  La quisiera disfrutar más.
–No te pongas nostálgico, no podrías compartir más con ella…  Cambiando de tema, ¿llega hoy Titrit?
–Sí, y estaba exultante por el teléfono.  Parece que logró su objetivo, va a poder cursar su posgrado en La Sorbona. 
–¡Qué maravilla, esta chica no para de estudiar!  Paris ha sido su sueño desde hace varios años.
Así era Titrit, no cejaba en sus sueños y los perseguía hasta que los alcanzaba, para forjarse otros inmediatamente. La persistencia y la mente positiva eran dos de las cualidades que la adornaban, pensó, así como su sensibilidad y talento para el arte.  Había crecido fuerte y sana a pesar de los  golpes de sus primeros años, que habían sido rudos.
Victoria había podido  cumplir el rol de madre con ella con un cariño a prueba de todo, sin intentar invadir el recuerdo natural de la verdadera.  Él mismo había tratado de mantener viva la imagen de Dassim, que era lógico que los años desdibujaran.  Le debía eso a ambas. 
Titrit había crecido resguardada por el amor de una familia formada y por la memoria de una madre que el destino le había escatimado pero que se mantenía viva como una llama en su corazón. Esto la había fortalecido y le permitió sortear la difícil inserción en un mundo tan distinto al que había sido el suyo los primeros años. La vida tuareg, aún a pesar de que el clan se asentó, había calado hondo en ella y las sucesivas mudanzas y peligros corridos fueron su realidad los primeros cinco años de vida.  Europa había sido el refugio y debió acostumbrarse a nuevas formas de vivir y convivir, de relacionarse. 
Los primeros años en los colegios habían sido una dura prueba, no por los conocimientos académicos sino por los vínculos.  En varias oportunidades había  soportado burlas y desdén de parte de aquellos que solo veían en ella una inmigrante africana.  Pero su natural encanto y don de gentes le habían ganado el respeto y cariño de la mayoría, lo que desbalanceaban el proceso a su favor.  Su inteligencia y espíritu práctico, además de la contención familiar, habían doblegado los momentos de amargo llanto por no sentirse aceptada.
Y ahora era una hermosa joven de veinte años que se aprestaba a mudarse para seguir perfeccionándose.  Suspiró.  Hasta ese entonces habían estado siempre muy cerca, incluso sus estudios terciaros en la Complutense de Madrid no la habían alejado.  Pero ahora quería volar un poco más lejos y era comprensible. 



Dos.

Victoria terminó de ayudar a Eva a cambiarse la ropa empapada por el juego y se aprontó para irse a trabajar.  Mientras abotonaba su uniforme pensó en las tareas de la jornada y las ordenó mentalmente.  Le gustaba hacerlo para ganar tiempos, de no ser así algo siempre le faltaba al final del día.
Al ingresar Usem al dormitorio lo miró con placer.  Era aún muy guapo, sus músculos todavía bien marcados y su morena piel reluciente.  Se le acercó y hundió su mano en el ensortijado cabello que  conservaba todo su vigor.  Sentándose en su falda lo abrazó y besó con pasión.  El respondió con urgencia y pronto estaban uno sobre el otro vencidos por el deseo que siempre que se acercaban los envolvía.  Hicieron el amor con premura y ardor, disfrutándose en cada caricia y de cada beso. 
Recomponiendo su uniforme se incorporó mientras él la miraba recostado sobre su brazo. 
–Olvidé contarte que hoy recibí comunicación de Biram.  Te manda sus saludos.  Tiene pensado venir a visitarnos ya que está en Madrid por unos días.
El pequeño niño que ella había socorrido hace tantos años había crecido para convertirse en un joven independiente, que había estudiado sin cesar y cuyas excelentes calificaciones le habían permitido acceder nada menos que a Oxford, en Inglaterra. 
–Su madre debe estar muy orgullosa, los logros son asombrosos–agregó Usem con admiración. 
Así era, sin dudas.  Amina apenas podía creer que su pequeño hijo hubiera sorteado todos los escollos que se le habían presentado y estuviera hoy en una de las universidades más selectas del mundo.  Cuando salieron de Burkina Faso y cruzaron el Mediterráneo en una experiencia escalofriante, que le costó la vida a su esposo, la esperanza la guiaba.  Pero la vida había sido buena con ella, decía, la vida y la ayuda invalorable de Victoria habían obrado el milagro.
–Amina está feliz y espera que sus otros hijos puedan ser tan exitosos como él.  Kalé ha tenido algunos problemas para estudiar, es más proclive al deporte y su pasión es la mecánica.  La pequeña Safi ya es una adolescente y estudia también.
–¿Has pensado como tu presencia fue milagrosa para ellos y para nosotros, amor?  Dos familias inmigrantes salvadas por tu toque mágico.
–¡Qué tonterías dices!  He sido bendecida y he podido colaborar para que personas maravillosas se pudieran desarrollar, solo eso.
Era así, ni más ni menos.  Sólo un pequeño empujón, para que los demás hicieran algo productivo con sus vidas.  Podrían haber desaprovechado la ayuda, como hacían tantos.  Y no fue así, ahí estaban todos, consolidados e integrados a la sociedad.
–Vuelvo tarde hoy, tengo turno largo.  No olvides hacer las compras para una buena cena de festejo con Titrit.  Lleva a Eva que te asesore, que está hecha una pequeña ama de casa.
Él le sonrió y asintió.  Esperaba que no se olvidara de nada, la buena memoria no estaba entre sus cualidades últimamente.  Suspiró pensando en la larga jornada que tenía por delante.
Las horas transcurrieron tan rápido que apenas pudo percatarse de las mismas, tan   ocupada estuvo en la emergencia de la clínica.  Había conseguido este trabajo hacía ya varios años y le gustaba la adrenalina que suponía estar siempre atenta a la llegada de vidas para recomponer y salvar.  La entristecía cuando esto no era posible pero la empujaba a dar lo mejor de sí.
Finalizada la jornada retornó a la casa expectante de novedades.  Al descender del vehículo miró con placer la vivienda.  Años de trabajo duro habían permitido un buen pasar económico, que se trasuntaba en esa cómoda y elegante casa en la que habían construido su hogar.  El amplio jardín albergaba espacios de disfrute y una piscina que hacía las delicias de todos.  Era cómoda sin ser ostentosa.  La decoración era producto del gusto ecléctico de sus dueños, y estaba plagada de objetos que recordaban su paso por África y avivaban las memorias de sus dos tuareg.
Al ingresar por la puerta lateral ya sintió el delicioso aroma que venía desde la cocina.  Usem estaba cocinando carne y el festival  colorido para la vista que representaban las distintas ensaladas le recordó que hacía horas no ingería bocado.
Se recostó en el vano de la puerta y observó la escena.  Usem, Titrit y Eva decoraban un enorme pastel de chocolate con concentración y risas.
–Esta vez sí que los atrapé con las manos en el pastel–les dijo riendo.
–Vicky, hola–corrió Titrit hacia ella para abrazarla con ternura.
 Siempre la emocionaba el amor que le demostraba, que era el mismo que ella sentía.  Habían sido compañeras y compinches desde que la conoció, y habían atravesado juntas varias tormentas.  Esto no había hecho más que unirlas y potenciar su vínculo.  Ella se sentía su madre, aunque respetaba el lugar de Dassim en la memoria de Titrit.
La separó y le estampó un beso en la frente.
–Estás hermosa, ese vestido te sienta de maravillas.
De veras que era así.  Era una hermosa veinteañera y sus 1,70 de altura no hacían sino dar prestancia a su figura.  Sus ojos eran de un verde límpido, parecidos a los de su padre, pero la tez cetrina y el cabello ensortijado y negro como ala de cuervo eran legados de su madre, sin duda alguna.
–Gracias, Vicky.  Pero acá la más linda es mi bella hermanita– y corrió a la niña alrededor de la mesada central, para placer de Eva que chillaba y gritaba escondiéndose detrás de sus padres.
La relación entre ambas era maravillosa y lo había sido siempre.  Titrit no había sido nunca celosa de la pequeña, como hubiera sido natural.  La aceptó con amor desde el comienzo, transformándose en una pequeña cuidadora que se preocupaba por cualquier raspón o llanto. 
–Vamos, vamos, chicas, tranquilidad– pidió Usem– A la mesa que la mamá está famélica por lo que me dicen esas manos que no dejan de meterse en los platos. 
Se sentaron y dieron buena cuenta del festín.  Mientras se fueron poniendo al  día con las novedades que Titrit tenía para ellos.
–¡¡Voy a La Sorbona, no lo puedo creer!!  Me aceptaron y voy a poder hacer el posgrado en Ciencias Políticas que tanto quiero. 
–Bastante que trabajaste para ello, te lo mereces– le dijo– Felicitaciones, sabes que nos alegra tanto como a ti.  Aunque te vamos a extrañar.
–¿Te vas a ir Tit?–le preguntó Eva.  Era la forma cariñosa como la nombraba desde pequeña.
–Si mi reina, voy a París.  Pero no te inquietes, está cerca y voy a visitarlos muy seguido.
–Te vamos a extrañar, ya lo hago–musitó Usem.
–Vamos, papi, no te me pongas tristón que estoy a un tirón.  Y sabes que es mi sueño.
–Lo sabe, claro, y le encanta.  Solo que está viejito y se pone melancólico.
Todos rieron.  La cena se extendió por un rato y luego siguieron charlando en el living, hasta que Eva se quedó dormida en brazos de Usem.



Tres

Titrit demoró en acostarse.  Todavía estaba excitada por la novedad y todo lo que había visto en París.  Este había sido su sueño desde los diez años, cuando en el colegio estudió Francia y sus bellezas.  El arte siempre había sido su debilidad y si bien España estaba plagada de obras de todo tipo, la palabra París siempre había sido mágica para ella.
  El vínculo que la universidad madrileña tenía con su par parisina no hizo más que crecer la semilla del interés en ella.  Una vez que terminó sus estudios de grado en Ciencia Política decidió aplicar para un posgrado y aquí estaba. Objetivo cumplido.
Abrió su ordenador y se puso en contacto con sus amistades para contarles las noticias y enterarse de los últimos chismes.  Enseguida se organizó salida de festejo para la próxima jornada.
Con calma se desvistió e ingresó a la ducha para darse un largo y placentero baño.  Mientras se enjabonada con fuerza sonreía ante el cariz que su vida iba tomando.  Sentía que tenía las riendas en su mano y que todo era posible.
Nada de esto hubiera ocurrido si su familia no la hubiera acompañado incondicionalmente, pensó también.  Su padre había estado ahí en cada uno de los instantes que lo había necesitado, había sido y sería siempre así.  A veces la había molestado esa presencia constante, especialmente en sus pequeñas rebeliones de la adolescencia, pero sabía que tenía que ver con los confusos episodios que habían vivido juntos los primeros años de su vida.
Y cuando no podía acudir a él porque los temas lo sobrepasaban o la emoción lo embargaba y le impedía hablar, Victoria había sido un puntal excepcional.  Su padre tenía aún asuntos inconclusos con el pasado, pensaba, sabía que le dolía la forma que su madre había muerto y se culpaba.  Esto lo había presentido desde chica y Victoria lo había reafirmado, aunque el tiempo había moderado el dolor.
Ella misma sentía nostalgia al pensar en su madre, pero sobre todo la recordaba con cariño.  Era muy pequeña cuando murió, pero sin embargo aún conservaba en la memoria el olor de su cabello y el brillo de sus ojos. 
Del viaje trágico se le presentaban a veces algunas imágenes, pero había reconstruido la escena por el relato de su padre, lo que le había podido arrancar ya que era reacio a hablar del tema.  Entendía ahora que habían sido momentos durísimos para él y sabía que había siempre antepuesto su seguridad antes que la de él. 
Vicky había sido una madre para ella, ayudando, potenciando, poniendo los límites cuando era necesario.  Nunca había pensado en ella como una intrusa y le agradecía su amor.  Había hecho posible que ella mirara hacia adelante y  también hacia atrás sin miedos.  La admiraba y sabía que el amor que sentía hacia su padre era incondicional.  La pequeña Eva, esa adorada traviesa, era el resultado de la dura lucha por ser madre y la admiraba.
Se acostó y aún sin sueño se puso a diseñar sus próximos pasos.  Tenía un tiempo antes de empezar sus estudios y los quería dedicar a tareas de voluntariado.  Su constante preocupación por los asuntos de política internacional iba de la mano de su historia de vida. 
Sabía el impacto enorme que causaba en individuos y colectivos las luchas intestinas e internacionales con las que grupos y países asolaban al planeta.  Esto la indignaba, ansiaba ser protagonista en una nueva forma de hacer política y consideraba que actuar sobre las desigualdades e injusticias era una forma de empezar.  La situación de los emigrados y las razones de la misma la desvelaban.  Ella había tenido suerte, ¿pero cuántos niños  y familias destrozadas intentaban llegar a las costas europeas desde el continente africano?  Quería empaparse de la realidad y para ello se había ofrecido como voluntaria por unos meses para trabajar en una organización que se dedicaba al rescate de inmigrantes.  Tenía formación en primeros auxilios, pero creía que sus conocimientos de idiomas e informática podrían ser de alguna utilidad en alguna parte de la cadena de ayuda que era necesaria para socorrer a las víctimas.
No se le escapaba que su padre no iba a estar contento con esto.  Le gustaba que ella fuera solidaria y ayudara, pero lo desvelaba que sufriera. 
“En ese sentido es algo inmaduro”  pensaba.  Ella ya era una mujer e indefectiblemente iba a gozar y sufrir lejos de él.  “Mañana le contaré”, pensó y quedó dormida casi al instante. 
Al despertar la mañana siguiente se aprontó para desayunar en familia.  Era fin de semana y esto era casi un ritual.
Sin embargo al bajar encontró solo a su padre tomando un café mientras hojeaba el periódico.  Como siempre metido en las columnas de finanzas y tecnología, sus favoritas.
–¿Cómo va ese trabajo, papi? 
El plegó el diario y la miró sonriente.
–Sin grandes sobresaltos, por suerte.  La competencia es grande pero eso es bueno.  Me hace estar alerta.
–¿Qué demoran hoy las chicas?
–Están acicalándose. ¿Puedes creer que Eva quiere que le hagan un peinado de revista?  Esta chica me va a dar dolores de cabeza, es una coqueta.
–Es un dulce adorable… Sabes que aprovechando que estamos solos te quería contar algo   que anoche no pude.  Estos meses que voy a estar sin estudiar me he planteado trabajar en algo…
–Me parece bien, haces experiencia y algún dinerillo.
–En realidad sería un trabajo voluntario–avanzó despacio con la noticia.– Trabajo de campo ayudando con papeleo y trámites…  Me ofrecí para trabajar con Cruz Roja en sus ayudas en el Mediterráneo.
Su padre la miró con presteza y en silencio varios segundos.  Suspiró.
–Tantas tareas voluntarias hay y justo se te ocurre esta…
–Sabes que me preocupa y me interesa.  Tiene que ver con nuestra historia también.  Es como devolver algo de lo que recibimos, ¡lo sabes papá!
Lo vio retorcer la mirada y hacer la mueca de disgusto característica con la comisura de sus labios.  Podía leer su rostro con toda claridad.  Estaba molesto.
–Lo voy a hacer papá.  Sé que no te gusta pero es mi decisión.
El demoró en responder.   Estaba elaborando su respuesta, le costaba ser directo y expresar sus sentimientos, casi siempre  era Victoria la que lograba traducir sus emociones.
–Yo respeto lo que decidas. Me preocupa que te involucres demasiado, solo eso.
–No quiero que te preocupes, no es nada del otro mundo.  Solo un poco de ayuda, nada más.
La llegada de Victoria y Eva interrumpió la charla, mas ella la retomó contando a la primera su decisión.  Confiaba la apoyaría, pues sabía que había sido voluntaria y siempre tenía una actitud de ayuda a los que veía en peor situación.
–¡Te apoyo ciento por ciento!– le dijo–  Va a ser una experiencia enriquecedora y te va a poner en contacto con tus sentimientos más recónditos.  Ten presente sin embargo que vas a ver historias desgarradoras y a veces no vas a poder hacer nada.  Vas a tener que lidiar con esa sensación.
–Lo sé.
–No estoy tan seguro que lo sepas–argumentó su padre.
–Pues lo veré sobre la marcha.  Y lo voy a superar papá.
–Así va a ser– apoyó Victoria– ¿Tienes respuesta de la organización ya?
–En cualquier momento la espero.  Quería contarles que está en mis planes para que no los tomara desprevenidos.
Recibió la mirada comprensiva de la mujer.  Sabía que ella lidiaría bien con su padre.  Siempre lo hacía.



Cuatro

El reencuentro con su familia fue emocionante.  Biram estaba acostumbrado a reprimir sus sentimientos como forma de protegerse de su entorno, que a veces se le tornaba hostil, pero esta máscara caía cuando estaba con su gente.  Amina lo esperó con sus mejores galas y con un verdadero banquete tradicional, orgullosa de su hijo universitario. 
Él no pudo ocultar el placer que le producía complacer a su madre.  Sabía de sus continuos desvelos porque estudiaran y pudieran progresar.
–¡Qué grande y  hermoso estás!–le dijo ella con ternura en su mirada.
Sonrió.  Para ella seguía siendo un niño, pero él se sentía mayor de los veinticinco que tenía.  Había atravesado por tantas situaciones, había rotado por tantos lugares que a veces se veía como un anciano.  Nada más lejos de la realidad, por supuesto. 
–Tú siempre tan zalamera, la que estás bella eres tu mami, el tiempo no pasa para ti. 
Veía sin embargo los rastros que años de trabajo duro habían dejado en ella.  Por eso la admiraba tanto, había dedicado su vida para poder darles oportunidades de estudio y de inserción en España.  Por ella estaba donde estaba, en un lugar que para otros era impensado. 
Aún naciendo en el mejor de los mundos, él bien sabía que Oxford era una universidad de élite, y haber sido aceptado se debía al tiempo que ella le había dedicado.  Ella y Victoria, tenía que reconocerlo.  Si esta última no se hubiera interesado por ellos y les hubiera ayudado y allanado camino las cosas no hubieran funcionado tan bien.
 Recordaba bien la primera vez que la vio, en la que se convirtió una constante durante varios años.  Les había enseñado el idioma, les había acompañado y asesorado para realizar trámites y les agenció oportunidades laborales, les aconsejó e impulsó a estudiar y prepararse.  Siempre había estado con ellos, aún cuando su nueva vida la llevó a Madrid.  Por teléfono o visitándolos cuando volvía a Barcelona.  Con su esposo Usem  y con la pequeña Titrit muchas veces.  A medida que creció fue aquilatando el real valor de ese apoyo.  Se sentía en absoluta deuda con ella. 
Sus hermanos estaban también encaminados y agradecía a Alá por ello.  No había sido fácil para Kalé y hubo momentos que temió tomara por el mal camino.
Su mamá quería saber cómo iban los estudios y la verdad no podía ser mejor.  Su beca le permitía costearse lo básico y su trabajo de medio tiempo en la biblioteca lo ayudaban.    Desde pequeño las matemáticas se le habían dado con facilidad y a medida que creció y pudo estudiar, esto le abrió las puertas a los  mejores colegios.  Las becas que se concedían a los estudiantes avanzados como él daban prestigio a las instituciones, que se jactaban además de ayudar a los que menos tenían. 
Esto era complejo para algunos, que sentían su orgullo golpeado porque los estudiantes promedio no dejaban pasar con facilidad el origen social y étnico de los becados.  Esto no hacía mella en él, que veía las pullas, a veces de una humillación sádica, como meros recursos de defensa de aquellos menos dotados. Tenía una actitud resiliente que le permitía adaptarse a las situaciones y sacar el máximo provecho de las mismas. 
Pero educó su cuerpo y su mente para responder cuando fuera necesario.  A veces los argumentos lógicos se chocan contra la pared de la intolerancia y no había otra salida que defenderse.
Una vez que completó sus estudios secundarios se planteó trabajar, pero para su sorpresa recibió contestación afirmativa a sus solicitudes en varias facultades.  Las había enviado empujado por la insistencia de Victoria, que le planteaba continuar desarrollando sus habilidades para las matemáticas y la informática. Pero no creía personalmente que fuera considerado.  Después de todo no dejaba de ser un refugiado, pensaba.  Aquella no cabía en sí de alegría al saber que Oxford lo solicitaba.
–¿Te das cuenta que te están dando ingreso a uno de los lugares más selectos del mundo, Biram?  No puedes negarte, no te atrevas–casi lo amenazó riendo. Y allá había marchado él, temeroso del fracaso pero excitado por la novedad. 
Había sido la mejor decisión de su vida, se dijo ahora. 
–Estoy trabajando y estudiando, estoy cómodo y tengo propuestas de trabajo para cuando egrese, tanto en Inglaterra como en algunos otros lugares de Europa, mamá.  Hay varias corporaciones que siguen atentos los desempeños de los estudiantes avanzados y debo decirte que soy uno de esos–su burló de sí mismo.
Amina lo miró con atención y sacudió la cabeza.
–Claro que lo eres, yo nunca lo he dudado.
Le besó la cabeza y procedió a darles los regalos que les traía.  Le generaba cierta ansiedad no poder contarle la novedad principal, pero era menester guardar el secreto.  Así se había comprometido y era esencial. 
El primer año en Oxford había transcurrido sin novedades, abocado a sus estudios.  Estos progresaron de manera importante.  Al promediar este segundo año es que había sido contactado por el M16, el Servicio Secreto británico. Había escuchado el rumor que muchos agentes del servicio de inteligencia habían sido reclutados en Oxford y Cambridge, mas veía eso como una leyenda urbana.  No estaba en sus planes ni en sus deseos, que iban por lados más tradicionales.  Un trabajo en una corporación, poder continuar desarrollando sus teorías, era todo lo que pensaba.
El día que lo citaron para una reunión ni sospechaba la propuesta que recibiría.  Quien se la planteó  fue presentado por las autoridades de la institución, que los dejaron a solas.
–Hemos seguido tus progresos, Biram.  Admirables realmente.  Te desenvuelves en forma excelente en el área informática y de los números.
El agradeció y se preguntó por dónde iba el asunto. 
–Gracias. ¿Esto se relaciona con mi beca?
–No exactamente, aunque puedes considerarlo una devolución de tu parte por lo que Inglaterra te brinda.
–No entiendo.
–Para ser claros, pertenezco al M16 y estoy acá para ofrecerte trabajar con nosotros.  Nos interesa especialmente tu ayuda en el área informática.  La lucha antiterrorista se juega en muchos campos, e Internet es uno de ellos.
Luego del impacto inicial lo ganó la curiosidad.
–¿Qué podría hacer yo?
–Los mensajes cifrados y las claves son un problema cada vez mayor para detener a los terroristas.  Necesitamos tu mente lógica y tus estudios para detenerlos.
–¿Usted sabe que yo soy africano de origen y musulmán?  Un inmigrante.
–Nosotros sabemos todo de ti.  No te ofreceríamos esto de no conocer tu vida a fondo. 
Así que le dieron tiempo para pensarlo,  y luego de mucho reflexionar decidió que era un trabajo tan bueno como cualquier otro.  Si además podía colaborar en detener a aquellos que mataban en nombre de Alá, mejor aún.
Así que acá estaba, en casa de visita y sin poder contar la novedad más potente que tenía.  La fachada de su trabajo era una compañía internacional de finanzas, a través de la cual le llegaban los cheques todos los meses.  Ya había colaborado en la detección de varias células y en la desarticulación de páginas de promoción de la Yihad.  En este momento y hacía varios meses trabajaba con otros en línea tratando de descifrar un nuevo código que estaban usando adherentes de Al Qaeda.  Hasta ahora habían avanzado poco, y sabía que era primordial. 
Había decidido viajar a visitar a sus afectos como forma de tomar aire para mirar el asunto desde otra perspectiva.  Su trabajo lo podía hacer donde quiera estuviera y hacía meses que no veía a su madre y hermanos.
Decidió también visitar a Victoria.  Había pasado un largo tiempo desde la última vez que la había visto. 
De hecho luego de estar varios días en su casa materna se trasladó a Madrid.  Se instaló en un hotel primero para evitar molestar en el hogar de Usem.  También porque necesitaba silencio y espacio propio para continuar su labor sin levantar sospechas.
Victoria lo invitó a cenar y le pidió que fuera temprano.  Tenían muchas cosas por ponerse al día y estaba ansiosa de verlo.  Al llegar lo primero que vio en el jardín fue a la pequeña Eva corriendo como el demonio detrás de un perrito.  Lo sorprendió cuán grande estaba.  Hacía más de dos años que no la veía, se recordó.  Los niños crecen.
Al tocar timbre vino a recibirlo.
–¿Eres Biram verdad? Mamá te espera, ahora te abre.
Este sonrió. Era un vendaval de charla y energía.
Inmediatamente apareció Usem que lo recibió con calidez y le allanó la entrada.  Siempre tenía una actitud un tanto reservada, pensaba Biram, pero era un hombre franco y amable.
–Gusto de verte luego de tanto, espero tengas ganas de hablar porque estas mujeres están ávidas de cuentos e información.
–Tengo ambos, no te preocupes Usem.
Victoria lo recibió con alegría y varias horas transcurrieron de amena charla, salpicada de recuerdos. Sorteó sin dificultad las preguntas acerca de su estudio y trabajo, la fachada que el M16 le proporcionaba era a prueba de todo.
Ya casi sentados para cenar, apareció Titrit.  Decir que le provocó conmoción sería poco.  Hacía al menos cinco años que no la veía, ya que las últimas veces que habían viajado a Barcelona no había ido.
 Era una mujer hecha y derecha, de una hermosura que le quitó el aliento.  Trató de disimular la impresión, pero aún debajo de las presentaciones y la charla informal no dejaba de aquilatarla.  Aquella niña que recordaba haber visto por primera vez en el centro de ayuda a refugiados de Barcelona había crecido para convertirse en  una imponente mujer.  Boca perfecta, ojos verdes para perderse en ellos, un cuerpo que bajo el vestido se adivinaba voluptuoso.  Se sintió un tanto cohibido de pensar así.  Era como profanar el hogar de sus amigos.  Trató de recomponerse y unirse con más énfasis a la conversación.
–Así que vas a La Sorbona, te felicito, es una gran oportunidad. 
Ella le agradeció y le contó su ansiedad por empezar.
–París es un sueño para mí.
–Me alegro puedas cumplirlo entonces.
Poco más hablaron.  De pronto la timidez interpuso su pared entre ellos.  El no podía dejar de  admirar su belleza y la natural relación que había existido ya no era posible. 

Siguió la charla como pudo y cenaron.  Al irse no pudo evitar mirar hacia atrás.  Titrit lo observaba desde la ventana de su habitación.

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